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domingo, 25 de diciembre de 2016

Blanca Navidad

                  “He tenido la esperanza de algo mejor porque creí haberlo merecido” (Ovidio).

Los menores de familias de más de tres salarios mínimos y los comerciantes del Centro y lugares circunvecinos hicieron su agosto en el frio ambiente decembrino, ya que la consigna de regalar objetos como muestra de amor y buena voluntad pegó como chicle en pelo. Nada fue imposible para los señores padres de familia y menos para las afanosas y dedicadas madres de lo mismo. La casa fue el templo donde se rindieron tributos, presentaron ofrendas y se comió y bebió en aras de tocar, siquiera levemente, las voluptuosas estancias del paraíso digestivo.

Las artes culinarias regionales compitieron empoderadas contra las plastificadas muestras de dudoso contenido alimenticio que se cuelan en los hogares en forma de botanas industrializadas o golosinas que saben a algo parecido a fruta pero que no es. La magia de los saborizantes y colorantes artificiales provee los efectos especiales que entran por los ojos, engañan el olfato y acaban rematando de una estocada en todo lo alto a las papilas gustativas, en una faena redonda donde el estómago echa su resto y sale con vuelta al ruedo. El alcohol, desde luego, facilita cualquier trámite digestivo y permite el tránsito de sustancias prohibidas a plena luz del foco en las mesas familiares, contraviniendo las rigideces de las dietas, los hábitos, así como la prudencia y frugalidad que nuestro día a día recomienda por razones de salud y presupuesto.

Entre mordiscos y libaciones transcurre la Noche Buena, apenas mancillada por la burlesca cháchara presidencial que desea a los mexicanos una feliz navidad y presenta un México “fuerte y unido”. El mal sabor de boca se lava con mentadas de madre y chupitos de aguardiente, tragos de cerveza o sorbos de café. La burla se perdona cuando el recurso del pitorreo entra al relevo de la indignación y la ofensa se convierte en anécdota de borrachos, chisme de vecinos o ejercicio de pirotecnia verbal. La noche sigue siendo buena y mañana… será otro día.  

Tras la amanecida reglamentaria, las familias recuperan su vida en una realidad que oscila entre la cruda y la modorra, entre el bostezo y la náusea, entre la insoportable levedad de los bolsillos y la desesperanzada vaciedad de la quincena. Liquidadas las ensoñaciones del aguinaldo, frente a las deudas y la estrechez del salario queda la certeza de que la cena de fin de año será a cuenta de futuros ingresos, o de actos de valor al decir adiós a los pesos y centavos que previsoramente quedaron reservados para la inminente despedida del año todavía en curso, pero que ya podemos sentirlo como otro en el que el cambio pudo haber sido y no fue. A una semana de distancia, podemos agarrar vuelo y colocarnos en la recta final del 2016, en un cierre donde la nostalgia actúa como telón de fondo en una obra donde el terror se avizora a la altura del tercer acto. Los mexicanos del 2016 podemos decir que lo malo se va a transformar en peor. Nuestra experiencia de los últimos 30 años lo confirma. Pero, después de todo, ¿qué sería de nosotros sin una generosa dosis de cinismo?

Para ilustrar lo anterior, vea usted lo siguiente: somos un país petrolero que puede poner a parir cuates a muchos otros por su riqueza en el subsuelo terrestre y marino y tenemos un alto potencial en producción de electricidad, sin embargo, el gobierno ha dejado morir Pémex, lo ha fraccionado, ha puesto en manos del capital internacional sus reservas de hidrocarburos, privatizando lo que fuera una fuerte salvaguarda económica nacional; ha golpeado a la industria eléctrica, disminuyendo su capacidad productiva y abierto el mercado eléctrico a las empresas privadas, de suerte que la liquidación del patrimonio energético nacional obliga a las ahora “empresas productivas del Estado”, a “competir” en suelo mexicano, por los recursos nacionales, frente a extranjeros avalados por el propio gobierno.

Ahora importamos petróleo y gasolinas, así como compramos electricidad a los empresarios trasnacionales. Una vez abierto el mercado por el gobierno, los precios suben, hay desabasto y la economía nacional reduce sus expectativas de crecimiento. El gobierno se bajó los pantalones ante el capital extranjero a instancias de los gringos, y se puso a esperar la entrada de inversiones productivas. En medio de este jolgorio extractivo, se hostiga a los sindicatos, se despide a los trabajadores, se reforman leyes laborales, de salud, de seguridad social, y se impulsa la legalización de la presencia militar en labores que corresponden a las corporaciones policiacas.  

El día de Navidad es inhábil, no hay periódicos con las noticias del día, la semiparálisis nacional informativa no obsta para que consten las evidencias de un golpe de estado en aras de defender los intereses gringos en el control de los espacios económicos nacionales que son, gracias a las reformas, sólo estratégicos para las trasnacionales que exigen seguridad y, ¿qué mejor que las fuerzas armadas para defenderlos?  


Pero tuvimos una noche de paz, noche de amor, salpicada de cohetes y aullidos de perros que no le ladran a la luna sino a la ridícula agresión de la pirotecnia. Se vivió la mexicana alegría en una pírrica victoria de la esperanza contra el neoliberalismo nopalero que nos jode, pero que nos felicita por estar en un país “fuerte y unido”. ¿Feliz Navidad?

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