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martes, 3 de enero de 2017

Año 2017. ¿Uno más?

Bueno, pues ya estamos iniciando el año 2017, con las mismas ropas, los mismos deseos y las mismas preocupaciones que la semana pasada, ya situada en la lejana perspectiva del “año que se fue”. Cargamos las deudas previamente contraídas, la misma indigesta predisposición a la tragedia, a la gordura, al infarto fulminante como consecuencia del estrés, de la caspa, de los vecinos ruidosos, del gobierno municipal, estatal y federal que se supera a sí mismo en cada vuelta de calendario. El pesimismo se recicla como lo hace nuestra certidumbre de que las gasolinas y el diésel demolerán el discurso de la reforma energética y los supuestos alegres de los actuales artífices de la política económica mexicana (lo que esto quiera significar) que insisten en que el alza de los precios es en realidad un beneficio para los sufridos trabajadores mexicanos.

La evidente paradoja que nos regala la secretaría de Hacienda y el gobierno en su conjunto, nos ponen en la situación de descartar el éxito de un país por el solo hecho de tener petróleo, de haberlo recuperado décadas atrás de manos de las trasnacionales y haber desarrollado conocimientos científicos y tecnológicos, así como trabajadores expertos en materia petrolera; igual puede decirse de los ferrocarrileros y los electricistas, entre otras especies laborales en proceso de extinción. Teníamos petróleo, quedó en manos de las trasnacionales, lo recuperó Cárdenas, para ser devuelto al extranjero por los gobiernos neoliberales. Se traiciona la revolución, pero, sobre todo, se traiciona al pueblo de México. Curiosamente, el secretario de Hacienda sostiene que una puñalada por la espalda es buena para la salud.

Seguramente el dogma del libre mercado pasa por alto que las condiciones indispensables para una apertura de esta magnitud parten de la certidumbre de tener una economía fuertemente fincada en la capacidad productiva de sus sectores productivos y del dinamismo y modernidad de sus servicios. Cuando importamos hasta los alimentos y la mayor realización de la industria es la maquila, pues estamos lucidos.

Los recientes augurios económicos en forma de decisiones cuya unilateralidad tiene cagando bolitas a los buenos ciudadanos sonorenses y, en particular a los habitantes de la capital del estado, han demostrado su capacidad de movilizar voluntades y agilizar piernas que toman la calle y marchan hacia los derroteros que la agitación señala: son las gasolineras, y es la abstención de comprar gasolinas hasta que el tanque aguante. La indignación siempre tiene su propia lógica y el movimiento se demuestra andando.

Sucede que las malas noticias rondaron cual pirañas las celebraciones del fin de año: aumento en la tarifa del agua, privatización del servicio de alumbrado público, aumento en las multas de tránsito y otras, un peso débil y chaparro frente al dólar aparejado a un aumento del salario mínimo que no resiste ni una mentada de madre, rematando las expectativas de seguir comiendo con manteca de los buenos ciudadanos asalariados la infausta noticia de que las gasolinas van a subir porque “era insostenible mantener precios artificiales”, lo que se traduce en una confesión bastante tonta del secretario de Hacienda, que reta la inteligencia más silvestre y la memoria más débil: país petrolero que no invierte en refinerías y que tiene que importarlas, y que además baja su cuota de producción y abre el mercado petrolero a los capitales extranjeros privados, en una recolonización extractiva del país, con lo que el ideal panista se convierte en realidad: ya le dimos en la madre a la expropiación petrolera y quedamos muy bien con los tiburones que sabe apreciar a las sardinas bien portadas que se aflojan y cooperan.

Como nadie es profeta en su tierra, seguramente seremos muy bien vistos en las lejanas latitudes donde el petróleo es extraído contaminando otras tierras y otros mares, dejando a salvo el mar patrimonial y la impoluta belleza del paisaje nacional. México es la vaca que se ordeña a distancia, sin contaminar el agua, y que, sin embargo, es de uso extensivo e intensivo, dependiendo de la temporada. Volvimos a tener el estatus del porfiriato, campo nudista de las petroleras extranjeras donde cualquier exceso era protegido por el gobierno anfitrión.

En este caso, ¿cuál es la dimensión de la indignación nacional? ¿El desahogo facilón que dura poco tiempo y se apaga como se apagan las agruras después de un Alkaseltser? ¿Los protagonismos que visten de progresismo cualquier pronunciamiento de coyuntura? ¿La emoción del discurso y el espacio compartido? ¿O la certidumbre de que estamos en un grave problema y que el gobierno neoliberal es la causa de la ruina nacional? ¿La confianza en que la movilización popular puede y debe acabar con los abusos de un gobierno insensible y corrupto? ¿El deseo de cambiar las cosas y que nuestra nación sea recuperada de las garras de traidores y apátridas nachas prontas?

Por lo pronto, la fracción activa de la ciudadanía se ha puesto las pilas y ha empezado las movilizaciones, lo que quizá convoque a capas menos dinámicas a la acción. Un punto importante es la respuesta de organizaciones civiles y gremiales a la agresión del gobierno. No hay duda que los sindicatos, clubes de servicio, organismos colegiados, empresariales, entre otros, pueden hacer la diferencia entre una protesta efímera y una verdadera acción de resistencia permanente, general y masiva al atropello que es instrumentado por el sector público y político oficial, en obediencia a las pésimas exigencias de la OCDE, el FMI y otros esperpentos neoliberales. La unión de las fuerzas sociales es fundamental.

La simple toma simbólica de las gasolineras es una acción que denota hartazgo, pero debe ser complementada con otras acciones que no dejen duda de la voluntad del ciudadano: toma de instalaciones de Pémex, bloqueo de carreteras, huelga de transportistas, plantones y mítines frente a palacio de gobierno, frente a las delegaciones federales; paros generales en días determinados de la semana, en los que no se consuma, no se trabaje, no se asista a las escuelas, no haya movimiento en los centros de consumo o recreación. Es obvio que la coordinación del movimiento local debe ser fluida y precisa con otros movimientos que se encadenen y logren una movilización nacional. La unión hace la fuerza.


Nadie puede decir que el 2017 será un año aburrido, rutinario e intrascendente. Se puede tener un buen año sin más problema que el de decidirse a ser un ciudadano de pleno derecho. Empecemos.

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