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lunes, 1 de agosto de 2016

El que paga no manda

                                           “Es cómplice de la falta quien apoya al culpable” (Frase latina).

Vuelve a ser noticia M. F. Beltrones, el ex del comité nacional del PRI. Ahora porque convoca y come con el resto del rebaño tricolor que aprobó las “reformas estructurales” de Peña, sin desaprovechar la ocasión para refrendar su apoyo a lo mismo que aprobaron, lo que en sí parece una redundancia mediática con fines de lucimiento en escena del citado político sin bigote. Le confieso que me asalta el aburrimiento y se me escapa un largo y somnoliento “uuuuuleeeros” a modo de bostezo con tintes de opinión ciudadana.

El habitante de Los Pinos parece convencido de que está “moviendo a México” y anima a su homólogo argentino a perseverar en sus esfuerzos reformistas porque “todo cambio positivo genera resistencias”, a contrapelo de multitudes de argentinos que se manifiestan en las calles gritando consignas y adjetivaciones contra el visitante mexicano: los gritos de “asesino”, “asesino de maestros y estudiantes” emergen de las gargantas bonaerenses, uniéndose en la distancia con los maestros, padres de Ayotzinapa y otros ciudadanos y organizaciones que están siendo “movidos” por las reformas estructurales que tanto complacen a Beltrones y congéneres así como al autismo presidencial que ni ve, ni oye, ni siente empatía alguna por el pueblo liso y llano que lo eligió (¿…?).

El alejamiento entre pueblo y gobierno va de la mano con la cercanía dependiente del poder legislativo respecto al ejecutivo (el judicial, por su parte, exhibe una complicidad alarmante), enmarcado en el absurdo del famoso pacto “por México”, suscrito por la triada necrológica PRI-PAN-PRD al inicio del sexenio y asumido como deber clientelar por los partidos-franquicia satélites de éstos. Es claro que el pacto significa, también, la esterilización del debate democrático y la confrontación de las ideas y proyectos de nación que quizá alguna vez tuvieron las siglas partidistas que ahora hacen de bueyes en la yunta neoliberal que arrastra de un estercolero a otro a las instituciones nacionales.

Se sabe que como producto del pacto es un hecho la aprobación anticipada de las llamadas reformas estructurales, a pesar de ser instrumentos de sujeción pergeñados por el FMI y la OCDE (reformas laboral y educativa) así como por el Departamento de Estado bajo la égida de Hillary Clinton (reforma energética), y que se suman por derecho propio a otros bodrios como el TLC (Salinas) que consagra la subordinación productiva, al TLC-plus (Fox) que además compromete la seguridad nacional, y a la reforma en materia de seguridad social (OCDE-Calderón con el aplauso del FMI), lo que evidentemente ha sido un juego contra la nación desde el gobierno. En cualquier otro país tal cosa se hubiera considerado un acto de extrema irresponsabilidad y, más categóricamente, de traición, pero estamos en México, donde nuestra identidad avergüenza al gobierno, en permanente búsqueda de no ser lo que somos.

Además, el conflicto de identidad que padece el gobierno es compartido por los organismos cúpula empresariales, obligados a apoyar al gobierno en sus funciones de liquidador del patrimonio y la soberanía nacional. De no ser así no se podría explicar razonablemente su beneplácito a la entrega de los recursos estratégicos al capital trasnacional, como tampoco su beligerancia contra los trabajadores de la educación en su defensa de la educación pública. 

La intolerancia a los pobres y a los luchadores sociales ha llevado a México a ser un país donde la integridad y la vida de los periodistas críticos, de los ciudadanos agraviados, de los estudiantes y maestros con aspiraciones sociales es azarosa y carece de las garantías que son comunes en cualquier sociedad democrática. Aquí la exhibición de la verdad y el reclamo de un derecho pueden ser causa de defunción. En este contexto, la virulenta reacción de los empresarios contra los maestros de la CNTE no puede sino alentar la represión descarnada que, en otros momentos, como Aguas Blancas, Tlatlaya o Ayotzinapa, nos han estremecido como sociedad y marcado como país.

Mientras Peña felicita y apoya al neoliberal argentino Macri, se pone a prueba la capacidad de asombro de los mexicanos con el rimbombante Sistema Nacional Anticorrupción enmarcado en una extraña y paradójica disculpa presidencial, así como el alza de los precios de los combustibles, los casos infames de corrupción, la violación reiterada de los derechos individuales y sociales consagrados por las leyes, la represión que flota en el ambiente y la certidumbre general de haber sido convertidos en clientes, pero sin el derecho a mandar como consumidores.


Mientras los modelos vigentes en economía, política, justicia, sociedad y cultura sean diseñados en el exterior, y la ignorancia y el pragmatismo sean las conductas políticamente correctas, solamente la oposición ciudadana organizada, leal y comprometida, podrá dar cuenta de que aún tenemos un país con una gran riqueza material y cultural donde otro proyecto de nación es posible. Construyámoslo. 

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