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martes, 23 de agosto de 2016

Su salud es lo de menos.

En general, las nueve décimas partes de nuestra felicidad se fundan en la salud” (Schopenhauer).

La diabetes es una enfermedad crónico-degenerativa que termina por arruinar la salud y calidad de vida de sus víctimas, a pesar de que la publicidad afirma que se puede ser diabético y seguir “siendo el mismo”. Se sabe que, si los padres la padecen, no es raro que sus descendientes lleguen a presentarla. Aunque lo anterior no es una maldición gitana que fatalmente se cumplirá para arruinar vidas y haciendas, lo cierto es que constituye una llamada de atención para revisar los hábitos alimenticios. Si es cierto que somos lo que comemos, la alimentación es factor clave para entender cómo vivimos y de qué nos enfermamos.

En la actualidad tratamos de abreviar el tiempo dedicado a la preparación de los alimentos, debido a que el tiempo, siendo oro, no nos permite su desperdicio. El tiempo aprovechado está dedicado al trabajo, a las relaciones públicas, a la apariencia personal, al logro laboral y académico, a la convivencia con fines pragmáticos de futuros beneficios. Pero, por lo mismo, la alimentación en casa representa costos en tiempo y sociabilidad que muchas veces no estamos dispuestos a asumir.

Las comidas de trabajo, amistosas y personales se reducen a restaurantes y cafeterías, a expendios de comida rápida y a chucherías compradas de pasada que distraen el hambre y llenan el estómago de aire y riesgos metabólicos. Las grasas, la sal, el azúcar y el gas hacen funcionar un organismo que tarde o temprano deja de tolerarnos y empieza a pasar facturas. Las frituras, los refrescos embotellados, las comidas industrializadas, los infinitos distractores que anuncian y compramos “de pasada” terminan en sesiones de diálisis o hemodiálisis, y de ahí a la fría solemnidad de las funerarias.

A pesar de que se reconoce a la diabetes junto con las afecciones cardiacas como las causas estelares de incapacidad y defunción, la disposición legal que prohíbe la venta de comida chatarra en los centros educativos, la obsequiosa y permisible Suprema Corte de Justicia de la Nación ha decidido, en fecha reciente, que tal prohibición no es “constitucional”, dejando al libre juego de la oferta y la demanda la salud de millones de ajetreados estudiantes y profesores que de alguna manera tienen que distraer, que no saciar, su hambre.

El juicio de los señores magistrados favorece a los empresarios productores y vendedores de chatarra, que en forma sólida, líquida y gaseosa pasará a ser procesada y digerida por los aparatos digestivos de los futuros enfermos cardiópatas y diabéticos de la nación. Con este acto, la Suprema demuestra su disposición a contribuir al esfuerzo que realizan los empresarios que “crean los empleos y oportunidades que el país necesita”.

Es curioso observar que, por un lado, el gobierno emprende campañas contra las enfermedades crónico-degenerativas y, por otro, se legaliza la venta y consumo de bebidas y comestibles probadamente riesgosos para la salud. Las campañas mediáticas cuyo eje es la salud y la prevención resultan ociosas si, al mismo tiempo, se alientan, permiten y solapan hábitos alimenticios e higiénicos francamente nocivos.

En otro asunto, el tema de la basura en boca de los ciudadanos de Agua Prieta, Guaymas y Ciudad Obregón, parece como un buen ejemplo de cómo se deja de gobernar para hacer negocios, poniendo en riesgo la salud ciudadana al no poder garantizar la prestación del servicio de limpia y recolección de basura en forma permanente y continua.

Está más que demostrado que la privatización de los servicios públicos es una forma de achicar al Estado en aras de satisfacer al Mercado, habida cuenta que los fines sociales del sector gobierno se diluyen y pierden bajo el peregrino supuesto del ahorro.  Las empresas de limpia y disposición de residuos están por hacer negocio y no por cumplir con tareas de beneficio colectivo. Cuando se deja de pagar la cuota convenida, se suspende el servicio y punto. El Ayuntamiento termina con dos problemas: el pago de su adeudo y la urgencia de solucionar un potencial problema de salud pública, pero, en resumidas cuentas, debe afrontar el hecho de no haber cumplido con una obligación constitucional, como lo es la prestación de los servicios públicos.

Otro servicio esencial es el de seguridad pública, últimamente bajo los reflectores de una ciudadanía amedrentada por la realidad de barrios y colonias del centro a la periferia de las ciudades y comunidades de la entidad. Según se ve, el gobierno del estado supone que el engendro orweliano del Big Brother representado por la omnipresencia de un sistema de vigilancia capaz de registrar “quien entra y quién sale” de Sonora, y que integrará servicios de seguridad, salud e inteligencia (sic), abarcando escuelas, comercios, calles y avenidas, lo mismo que vías de entrada a las ciudades, será capaz de garantizar la paz ciudadana, poner coto a la delincuencia y hacernos acreedores de la confianza de los inversionistas, en la figura del llamado C5i, Centro de Control, Comando, Comunicación, Coordinación e Inteligencia, que albergará a un centenar de especialistas y enlazará servicios al número 911, que por disposición presidencial (OMG!!!) sustituirá al 066.

Las siglas que amparan las cinco “C” y la “I”, no alcanzan a explicar la necesidad de una inversión en infraestructura (que es como se recordará, palabra ajena al lenguaje de Peña Nieto) teniendo ya funcionando el conocido C4, el cual se pudo haber ampliado y equipado, y menos el pago anual por prestación de servicios por $486 millones de pesitos.


La presencia, el aval y regocijo del presidente del Consejo Coordinador Empresarial, Juan Pablo Castañón, egresado del ITAM e ilustre invitado oficial a la ceremonia de arranque del proyecto y su protagonismo junto a la gobernadora, no dejan de resultar sospechosos, ya que la clase empresarial, enemiga de los trabajadores de la educación y de cualquier manifestación disidente, aparece como parte interesada en un asunto que, siendo público, da la impresión de que es privado.

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