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lunes, 25 de abril de 2016

La lejanía del bienestar

                                               “Nada cansa si se hace de buena gana” (Thomas Jefferson).

Ya se va haciendo costumbre que nos desayunemos con notas que en otros tiempos eran marginales: asaltos con violencia, tanto a domicilios y negocios como a transeúntes y asistentes a alguna fiesta familiar. La criminalidad toma por asalto las páginas de los periódicos, las redes sociales y las pláticas de café, cantina y sobremesa.

El omnipresente clima de inseguridad rueda por las calles personificado por las cada vez más frecuentes caravanas de unidades de tal o cual policía; vehículos artillados transportando uniformados de rostro anónimo, mirada nerviosa e inquisitorial donde se puede advertir un miedo atrincherado tras el armamento reglamentario. Pero, cuando no pasan las unidades federales lo hacen las estatales o las municipales; y cuando no son éstas, vemos el desfile intimidante de los militares, morenos, chaparros, con el hambre amordazada y oculta tras el uniforme.

Frente a este despliegue de vehículos, armas, uniformes y actitudes de agresividad asalariada, se yergue imponente la masa dolorosa de los indigentes, de los caídos en la lucha por el pan nuestro cotidiano, de los abandonados y desarraigados económicos, de los expulsados y marginados de la sociedad de consumo. Las víctimas del sistema están allí, en las plazas, en los parques y jardines públicos, en los huecos de los edificios, en las aceras, frente a los hospitales, comercios e instituciones, ondeando la bandera del fracaso personal y social; exhibiendo los renglones torcidos del sistema económico al que se debe la clase política en pleno uso de sus facultades y canonjías.

En una ciudad como la nuestra, sus habitantes, mientras tanto, buscan la forma de instalar rejas en sus casas, ejercitar su desconfianza con todos y replegarse a lugares y horarios aparentemente seguros, a pesar de los anuncios de mayores adquisiciones de patrullas y la ominosa puesta en marcha del llamado “mando único” en regiones que, como el Río Sonora, son escenario del abuso y la impunidad de empresas ecocidas como Grupo México, por lo que resulta obligada la relación entre la centralización policiaca y la desesperación y enojo que padece el ciudadano perjudicado económicamente y vulnerado en su salud, así como burlado permanentemente por la empresa y las autoridades “competentes”. Obviamente, lo que se garantiza es la seguridad de los perpetradores del abuso y la criminal irresponsabilidad de la contaminación que ya alcanzó a Hermosillo.

La prensa nos alegra la imaginación con cuentos laborales y políticos de curso exitoso: se van a crear como 15 mil empleos; se atraen inversiones; se canalizan recursos para la reparación de calles y otras vialidades; se firman convenios con Arizona y Nuevo México para labores de cooperación y capacitación de policías, así como intercambio de información que incida en la seguridad… ¿Quién mejor que los gringos, que son los artífices de la inseguridad mundial, para asesorar y capacitar a nuestros policías? ¿Para qué firmar convenios y acuerdos con otros estados de la república si todo México está jodido, aunque lleno de logros y optimismo mediático?

¿Qué sentido tiene gobernar si no se pueden pagar planas pregonando los logros posibles y probables, como los reales y virtuales del sexenio? Después de todo, la prensa tiene que vivir de algo, sean promesas de pago y garantías de exclusividad noticiosa que prodiga boletines e inserta notas seguramente de “interés general” que persuade al público de las bondades del ejercicio del poder. ¿Qué haría el Ejecutivo si no tuviera por caja de resonancia y legitimación al conjunto de diputados cuya mayoría garantiza la frecuente invención del hilo negro y el agua tibia que de iniciativa se convierte en ley? Por otra parte, ¿cómo demostrar la cercanía con el poder central si no se apoyan, promueven y justifican sus iniciativas? Ahí está el caso de la “reforma educativa”, cuyas acciones punitivas han llevado al despido a varias decenas de maestros, quienes son hostigados por las fuerzas del estado que ni sirven ni protegen, pero reprimen y ofenden a los maestros de sus hijos y a la ciudadanía consciente pero marginal.


Se acerca el 1 de mayo, día de los trabajadores, y con él la ola de inconformidad, frustración y enojo que promete estallar en reclamos y exigencias de justicia y respeto al sindicalismo y los contratos colectivos de trabajo, llenando las calles de varias ciudades importantes del estado. Aquí, la inconformidad no necesariamente se diluirá en gritos y consignas, en puños levantados y adrenalina administrada por goteo. No se agotará en una fugaz manifestación colectiva de fuerza ni se perderá en las notas y comentarios periodísticos del día siguiente. La fuerza generada, en todo caso, será la suma de las organizaciones sindicales unidas por la recuperación del respeto y la dignidad de los trabajadores que las integran. Cuando esto ocurra, se podrá escribir una página luminosa en nuestra historia laboral y un momento ejemplar en las luchas sociales de Sonora.

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