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jueves, 7 de julio de 2011

¡Osú, la política!

Bueno, como el culto lector sabe, la palabra “osú” es japonesa y significa esfuerzo y perseverancia, “aguantar bajo presión”, así que si al reparar en el extraño encabezado de este escrito pensó que estaba resbalándome por la pendiente de la ignorancia lingüística, acertó a medias y yo me justifiqué a medias también.

El rollo, por otra parte, pudiera significar una forma coloquial andaluza de exclamar “¡Jesús!”, con lo que la política y, por extensión, los políticos pudieran ser motivo de asombrada desconfianza popular, entusiasta señalamiento sobre las trapacerías posibles y probables en las que incurren los antes citados y, por qué no, una especie de “vade retro” que el pueblo, siempre discreto, exclama poniendo los dedos en cruz y salvaguardando de manos extrañas y cercanas el patrimonio político-electoral acumulado tras años de ahorro personal y familiar, de cara a los procesos electorales que cíclicamente nos meten en el bote de los partidos y en el rebote de la mercadotecnia y el diseño de imagen.

En México estamos al cuarto para las doce en el reloj electoral. La temporada de caza del voto está próxima a abrirse y a declararse legal el juego de las apariencias, los maquillajes, las pompas y las circunstancias que el galanteo por el sufragio han dado en convertirse en una moda y el ejemplo de lo políticamente correcto. Los presupuestos de campaña ocupan un lugar privilegiado en la información que se manosea públicamente y son el eje de la oratoria acusatoria de los actores, centrados en la búsqueda del desaguisado, la mancha, el fallo culpable y la descalificación fulminante. La transparencia y la rendición de cuentas cobran honorarios aparte cuando sus administradores se despabilan y levantan sus voces tronantes en beneficio de la tranquilidad comicial y el enervado jolgorios de los defraudadores con más experiencia y/o mejores conexiones con el mundo real del presupuesto político. Al que simula, Dios lo ayuda y, a la corrupción rogando y con el mazo (de billetes) dando.

El pueblo unido...
Pero, independientemente del presupuesto, su administración y sus resultados, la democracia se convierte en un objetivo lejano, deseado pero temido, acariciado por todos y administrado por algunos, manejado como idea motriz y abandonada en la carrera de las conveniencias, chocado en la cuesta de las definiciones y volcado en la curva de las defecciones. La realidad de la democracia pasa por la renuncia de privilegios y canonjías, por la contención del gusto personal en aras de la satisfacción de muchos cuando no de todos. En el mundo real, ¿quién está dispuesto a renunciar a su ventaja? ¿Quién se obliga a subordinar su interés particular por el de todos? ¿Quién piensa en plural y antepone el “nosotros por el “yo”?

Mientras no se resuelva ésta que parece ser la contradicción fundamental de nuestro sistema, las campañas políticas con sus ofertas de cambio, los discursos auto-promocionales, auto-justificatorios, embebidos en una superficialidad entre chabacana y cursi, así como los intentos de maquillar el nivel de deterioro social, pasando por el económico, de la región y el país, junto con los reclamos de credibilidad del gobierno, serán las campanadas mortuorias de la inteligencia y el reflejo fiel de nuestra dependencia externa, que nos coloniza de imbecilidad y nos pone en el plan de sacos de boxeo en manos de un loco furioso y narcisista.

A pesar de las evidencias en contra, los liberales nuevos y los de viejo cuño, así como sus apoyadores trasnochados, no acaban de entender que el siglo XIX mexicano fue el del ingreso a plazos y pagos diferidos a la órbita del capitalismo en expansión de la primera y segunda revolución industrial, pero fatalmente apoyados en un modelo que requería de estructuras e infraestructura que nuestro país no tenía, ni tiene. El caos decimonónico en una sociedad fluctuante, sentó las bases de la dependencia económica y de la política, permitió la recolonización del país por la vía financiera y crediticia, nos hizo más ladinos de lo que fuimos en la Colonia, y nos lanzó en una loca carrera por el tobogán de la corrupción y la simulación: se avanzaba pero los impulsos creativos pronto se apagaban en aras de la condescendencia diplomática, del éxito de los negocios y de la convicción fatalista de que sólo occidente podía dar las mentes y los capitales que harían posible el despegue económico nacional, conforme a las pautas del ideario liberal-dependiente.

Durmiendo con el enemigo...
El siglo XX permite replantear los esquemas del autoritarismo, y el discurso liberal sigue siendo la línea divisoria entre el pasado de atraso y el futuro promisorio en la modernidad de importación que nos seduce y obnubila. La idea de una mejor infraestructura y vías de comunicación, mayor impulso al comercio y la industria preña el discurso político y marca el rumbo económico del barco de gran calado que se quedó sin velamen ni timón por razones de presupuesto. La imaginación y los deseos expresados con prosa inflamada de bendiciones al México que deseamos bien vale una excepción en el catálogo de fe de erratas histórico. Después de todo, México es demasiado país como para que se lo acaben las tendencias auto-destructivas que genera la dependencia, lo que no excluye que surjan nuevas y letales formas de deshojar la margarita nacional al pie de la ventana del imperialismo.

Cerramos el siglo XX con la embriaguez expectante de la alternancia, sin reparar en que el simple cambio de siglas no significaba, ni significa, el cambio de modelo económico que necesitamos por causas de fuerza mayor. Iniciamos el siglo XXI con la idea de que el calendario nos trasladaba al futuro de bienaventuranzas que el siglo anterior nos prometió con insistencia autista, pero cuando despertamos de la euforia tóxica del cambio, el modelo económico seguía allí.

De acuerdo a lo anterior, ¿no cree usted que el liberalismo nuevo o viejo ya rindió su jornada histórica? Sería interesante que, así como en otras partes de América y de la Europa que no tiene complejos de inferioridad ante los vecinos del norte, se levantaran voces y propuestas que llamaran a intentar un modelo basado en el pueblo, en la responsabilidad social que tiene el quehacer político y económico, en el acceso universal a los bienes culturales, a la salud, vivienda, educación y empleo. Lo anterior supone el abandono del mercado y poner el acento en lo social, en el bien común. Si le da a usted olor a socialismo, estaré de acuerdo con usted. El socialismo sin dependencia, nuestro, para nosotros sería un cambio verdaderamente inédito en este país que nació en la órbita del capitalismo periférico, con olor a traspatio y a campo experimental del neocolonialismo militarista y del terrorismo de Estado, alimentado por Estados Unidos y yunta de asociados. ¿Le entra a la propuesta? Me lo sospeché desde un principio.

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