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viernes, 8 de octubre de 2010

El mono es un peligro

Mono malo
La epidemia de SIDA se atribuyó a un mono mordelón de negritos que resultó una pantalla más de la desbordante imaginación destructiva de la gran industria química-farmacéutica de la patria del tío Sam. La evidencia de que fue un experimento descontrolado en el marco de los negocios que obsesionan a Cerebro y que Pinky trata de cumplimentar “haiga sido como haiga sido” es contundente.


Los laboratorios de “Big Pharma” funcionan a todo lo que dan mientras la periferia se dispone a proporcionar los sujetos experimentales que el imperio necesita con cada vez mayor urgencia, porque ¿para qué sirve el avance tecnológico si no se puede manipular el destino de seres humanos a placer? Los caprichos de la geopolítica del imperio son mandatos de ley para gobiernos como el de Colombia y México, pasando por minúsculas excrecencias de mosca geográfica en el mapa de las contradicciones del progreso y la democracia.

Titiritero
 Obama, como antes Bush, cumple con el deber de aceitar la maquinaria financiera-militar de hacer pinole la democracia internacional bajo la sospecha de que el terrorismo es la causa difusa y confusa que abrazan los enemigos de la democracia y el libre mercado, sumidos en el fango milenario de los arcaísmos culturales y las emanaciones ideológicas de corte radical que claman por la defensa de la soberanía de los pueblos y la igualdad de las naciones en el concierto internacional. Las amenazas a la “seguridad nacional” sirven tan bien como el anuncio de epidemias que obligan a comprar grandes cantidades de vacunas y accesorios para la protección de la salud, de acuerdo con las amenazas virtuales que el imperio proyecta en horario estelar.

Si Osama Bin Laden no habitó en Waco ni estudió en Columbine es lo de menos. El terror necesita algo de corporeidad, sustancia, nombre y apellido y un rostro que convierta los sueños en pesadillas cuyos horrores sean justificantes del arsenal de medios y formas de protección que se demandan. Bush repunta como líder de un pueblo neurótico, pusilánime y miedoso, enfebrecido por un militarismo de opereta que sublima el miedo profundo, el pánico que se destila en cada frase ofensiva contra el otro, el extraño que cree en las enseñanzas de Mahoma, el profeta. Los miles de millones de dólares fluyen porque el Congreso aprueba la masacre, el genocidio del otro, lejano, distante pero aun así cercano en sus peores temores.

Ayuda gringa
La cobardía técnicamente armada y científicamente guarnecida desencadena una invasión vergonzosa y criminal, que ahora con el paradójico Premio Nobel de la Paz Obama, se convierte en oportunidad de negocios para varios miles de “contratistas” y asesores que aniquilan una cultura que es sustituida por el “american way of life”. La rueda de la historia sufre un tropiezo en aras de la democracia y los derechos humanos, mientras gira impulsada ahora por riadas de sangre inocente.

El gran negocio del terror parece reservado a las potencias occidentales, pues poseen la tecnología genocida necesaria para llevar a feliz término las acciones emprendidas. La unipolaridad cobra víctimas atrincherada en el discurso humanista que cada tanto tiempo descarrila de tanta sangre y carne que tritura en su marcha triunfal hacia la privatización de la guerra y los frutos de la democracia en condiciones de competencia imperfecta. El monopolio del poder mundial trae consigo el reparto unidireccional de los frutos de asesinato en masa que resulta de la técnica al servicio de la muerte. Estados Unidos y socios son, una vez más, los que se reparten el mundo y sus milagros.


Botin
 El ejemplo de las potencias imperiales cunde a escala en la periferia, de suerte que las amenazas de terrorismo buscan formas criollas para penetrar en el imaginario popular e instalarse en las pesadillas de los ciudadanos consumidores de noticias televisadas o radiodifundidas. Así las cosas, el narco ataca y se convierte, por obra de Hillary Clinton, en “narcoinsurgencia”, mientras que el flujo de armas obedece la ley de gravedad: de arriba hacia abajo del mapa de América. De norte a sur, como lo hace la propaganda de odio y los apoyos condicionados a la cesión de soberanía.

Felipe Calderón, segundo presidente que confunde democracia con trivialidad declarativa, se pronuncia a favor del discurso del odio y la descalificación, en el afán de crearnos nuestro propio Bin Laden totonaca, en este caso tabasqueño. Calderón sentencia que AMLO es un peligro para México, en abierta paradoja si caemos en la comparación de propuestas y expectativas. El burro nos habla de orejas. Pero la repetición de un argumento efectista y pegajoso situado en una coyuntura electoral no necesariamente tiene sentido tras un triunfo dudoso y cuatro años de gobierno penosamente soportado por un país al borde de la clausura por insolvencia.


Trabajo coordinado
 Como broma macabra, el discurso repetitivo plagado de rebuznos auto incriminatorios tiene la altura propia de las grandes pifias de la historia electoral reciente en México, de suerte que no necesariamente asusta a los incautos del 2006, pero sí permite visualizar una campaña negra contra una alternancia creíble, en caso de que AMLO fuera postulado como candidato oficial de algún partido o coalición.

Como en el caso del SIDA o la gripe porcina, el terror mediático puede funcionar en lo electoral, pero para ello se requieren grandes dosis de estupidez destilada por los consorcios televisivos y demás medios “serios” que cobran planas enteras de propaganda oficial, que sean debidamente digeridas por las masas de famélicos votantes dispuestos a colocar el clavo que le falta a la cruz ciudadana en el 2012.

Cabe esperar más seriedad y reflexión patriótica por parte de los electores, de los partidos, de los funcionarios electorales, de la prensa, y más atención y vigilancia por parte de las redes sociales que toman parte en este, que parece ser, el proceso más importante del aun joven siglo XXI mexicano, por el contexto en que se da y por sus consecuencias. La moneda está en el aire.

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