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miércoles, 27 de octubre de 2010

El pulpo Paul

Pulpo en acción
Como sabrá, el martes 26 de este mes de octubre de 2010, falleció el pulpo Paul en el acuario Oberhausen de Alemania donde se encontraba su residencia. Nacido en Weymouth, Inglaterra, en 2008, culminó su corta existencia siendo una celebridad mundial que fue asociado al triunfo de la selección española en el pasado mundial de Futbol.

El octópodo más famoso del mundo no necesitó ser egresado de alguna importante universidad primermundista, ostentar el título de doctor (de preferencia en Economía), ni ser parte del viejo grupo compacto de Salinas de Gortari que ahora se desperdiga entre las huestes del PRI, PAN y perredismo y, gracias al encanto del poder formal que tuvieron, pasan a disfrutar del reconocimiento de la izquierda silvestre que pasta en las serranías nacionales en espera de un cazador neoliberal nocturno con lámpara en la mano que los realice como mercancía política. Paul fue, por decirlo en los términos de la añoranza salinista, producto de la cultura del esfuerzo.


Figura del salinato
 Para los aficionados al Futbol, el albur disfrazado de destreza técnica tiene su expresión en el cruce de apuestas que se resuelven merced a los tentáculos del bicho marino: “si se posan en esta casilla, seguro que gana la selección”; por lo que los ruegos y las aproximaciones ideológicas y políticas dependen para su efectividad de la selección puntual de un invertebrado, un ser que respira bajo el agua, que es maleable y se adapta al contorno de los huecos y rendijas por los que se cuela gracias a su ausencia de estructura ósea, a una forma predeterminada que lo limita pero que también lo define. Al no tener huesos tiene la posibilidad de caber en casi cualquier parte y además cambia de color dado que cuenta con equipo natural de camuflaje.

El pulpo es mimético, invertebrado e inteligente, seguro ejemplo de virtudes en el actual escenario de la política nacional que rechaza las definiciones ideológicas y va por las apuestas en vez de los principios y valores que comprometen y definen. La apariencia lo es todo y el hecho de haber estado con cierto partido y apoyando a tal o cual candidato, no obliga ni compromete. El candidato puede cambiar y el partido también; no una vez, sino dos o las que sean necesarias. Hay personajes que estuvieron con Salinas, luego con Fox, y ahora bien pueden formar en las filas de López Obrador. En el supuesto anterior, si usted estuvo comiendo del salinismo, apoya a Colosio y luego se declara en quiebra política cuando la candidatura que esperaba para sí es otorgada a otro, ¿se vale cambiar de partido al cuarto para las doce?

Debate presidencial
 Vamos a suponer que sí. Pero, ¿cuál sería la condición para que el cambio de camiseta no fuera un mero acto de oportunismo, o si se quiere, de travestismo político? Que la opción nueva sea progresista y que supere la calidad de los propósitos de la anterior. Si usted estaba en el PRI y se va al PAN, ¿cambió para mejorar? ¿Es más progresista la nueva opción? Le aseguro que no, como se ha demostrado hasta la saciedad, ya que si eligió al PAN cayó en manos de un gobierno, en ese tiempo el foxista, que se proclamó desde el inicio “de empresarios, por empresarios y para empresarios”. Quizá la mejor opción era el Ingeniero Cárdenas para seguir de frente con López Obrador.


No virar a la derecha
 Antes y después del salinato la oposición era representada por Cárdenas. Si usted dejó el PRI y no eligió al PRD como su nueva camiseta política, pues entonces es de plano oportunista o ideológicamente de derecha, sintonizado en las paparruchas del neoliberalismo de guarache. Si después de haber gozado de las mieles del foxismo, al cuarto para las doce decide abandonar el barco, no le queda otra más que declararle su amor a López Obrador, porque al PRI difícilmente puede regresar y en el PAN no necesariamente podría quedarse porque sería mal visto por los siempre molestos militantes con memoria. La calidad de invertebrado le puede permitir adaptarse al nuevo contorno y entrar por alguna rendija política. No faltará quien aplauda su capacidad mimética, su valentía en cambiar de forma y coloración, será admirado también por haber cruzado no uno sino dos pantanos y, como puede cambiar de color, proclamará que no se ha manchado en su tránsito hacia la notoriedad, los reflectores y, eventualmente, la voluntad popular que lo encumbrará como el candidato natural (por ejemplo) para gobernador de su estado.

El pulpo Paul hizo de las expectativas de los apostadores sin seso la fuente de su capital deportivo, el cimiento de su notoriedad porque, ¿hay algo más perturbador que la total falta de conciencia y compromiso? Si lo trasladamos al ámbito de lo público, la volatilidad de su compromiso ideológico se traduce en una ausencia de lealtad que no debiera considerarse como meritoria rectificación, porque su mutabilidad es, simple y llanamente, ausencia de esqueleto, de forma definida, que cambia porque como invertebrado forma parte de sus atributos de sobrevivencia.


¿Cambio de escenario?
 Guardando las proporciones, el pulpo Paul mejora su vida desde el momento en que sus dotes adivinatorias son percibidas como tales por los seres humanos que quieren ver eso: un bicho que les resuelva la incertidumbre de un resultado. En el quehacer político humano, la ideología, los principios políticos asumidos de manera leal y permanente son un esqueleto que impide al pulpo Paul de dos piernas caber en cualquier hueco de la política y cambiar de coloración cuando conviene. La convicción política leal e informada, comprometida y permanente es el esqueleto que nos hace visibles e identificables, capaces de perder o ganar de manera responsable. Pero, para eso se requiere ser un ciudadano con respeto y autoestima, resistente al oportunismo y las claudicaciones. Este es el tipo de militante que se requiere en la lucha política del 2012 y no los que convierten en resumidero la opción más prometedora, parasitando su estructura y luego tronándola desde adentro. El neoliberalismo es, finalmente, una enfermedad progresiva y mortal, que deforma las instituciones, nubla el entendimiento de sus víctimas y estrecha el círculo de la dependencia y el atraso nacionales.

El llamado “innombrable” es, al final de cuentas, alguien que no necesita que se le mencione, porque su poder radica en el mimetismo de sus testaferros y secuaces, de derecha y de izquierda, pero con la etiqueta de ser muy maduros e institucionales en su mayoría.

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