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martes, 28 de septiembre de 2010

En verdad traumático

Está por terminar el mes de septiembre, en medio de los horrores onomásticos a que nos ha condenado el gobierno azul de Felipe Calderón. Las toneladas memoriosas de utilería patria, cohetería de importación y transnacionalización de la independencia, nos hacen ver las luces y el sonido, como ajenos, lejanos, artificiales e invasivos; como una advertencia de lo que no somos ni seremos, pero de lo que podemos ser merced a la tramoya calderonista que atrapa a las mentes ingenuas, atarantadas o de plano ignorantes.

El del bicentenario ha sido un festejo anodino, verborréico, nicho de oportunidades de negocios para los mercaderes de la historia y la histeria escenográfica de los gobiernos maculados, insípidos y adulterados del fracaso del modelo televisivo reinante, de la realidad virtual de la dependencia, del atraso marginante y excluyente que empobrece hasta la memoria histórica y la convierte en caricatura supurante.

No quiero decir que la celebración de la independencia y la revolución sean inútiles. Lo que digo es que en medio de la desesperación nacional por lo que usted ya sabe y sufre quedan en primer plano los problemas del desempleo, ingreso insuficiente, inseguridad pública, evaporación de la seguridad social, autoestima a la altura de un sótano, falta de oportunidades para los jóvenes (y los adultos y los viejos y los neonatos) y la insatisfacción por ser una estadística de la pasividad nacional, un probable daño colateral en la guerra perdida contra la delincuencia que nos coloca en la mira de la “ayuda” militar extranjera, en el ojo del huracán de los intereses geopolíticos del imperio, en el paroxismo del enanismo mental hecho gobierno.

No se puede pedir a la población que lance vítores a los héroes que nos dieron patria y libertad cuando el convocante es culpable de una política excluyente y empobrecedora, apátrida y verdaderamente irresponsable, salvo que se suponga que el cumplimiento de las fechas, la realización de actos ceremoniales y el pronunciamiento de discursos, relevan a los gobernantes de ser consecuentes con sus responsabilidades de preservar nuestro patrimonio histórico y avanzar por la ruta del bienestar y la democracia.

Mientras que se despilfarran miles de millones en autopromociones y festejos endosados a firmas extranjeras, trascienden los subejercicios, las inescrutables bolsas de los fideicomisos, los negocios privados a la sombra del poder, la retirada incomprensible del gobierno en la conducción de la economía, la seguridad social, a cambio de un protagonismo declarativo que envilece la sobriedad republicana y hace pinole el respeto a las instituciones.

Desde luego que la independencia y el conjunto de movimientos de diverso alcance que llamamos revolución han cincelado nuestro perfil social, político y cultural, así como definido nuestras instituciones y la relación del país con el resto de Iberoamérica y el mundo. La memoria que se recupera y actualiza deja mucho por analizar, corregir y replantear, pero sigue siendo nuestra memoria histórica lo que determina los parámetros de la nueva sociedad que se construye, porque sin pasado no hay futuro.

Aprender de los errores, revalorar lo logrado y rectificar los fallos en el quehacer de nuestra sociedad es tarea de todos, pero sin conducción política no hay posibilidades que la sola voluntad de los millones de ciudadanos arribe a puerto seguro. El gobierno debe, entonces, asumir su responsabilidad constitucional y encabezar el proyecto político que recupere raíces y marque hitos en nuestra marcha hacia la el progreso, el bienestar y la justicia para todos.

Nuestra experiencia colectiva revela que carecemos de gobierno, que las instituciones se han vaciado de contenido por obra de la depredación interna y externa. Queda entonces un país por construir y una memoria por recuperar. Esa es la tarea que debemos emprender. Preparémonos anímicamente para el 2012, año de las definiciones más importantes para la nación mexicana. Si queremos…

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