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martes, 14 de julio de 2009

Sensación de calor


El termómetro vive momentos estelares al demostrar que la dilatación del mercurio en una escala graduada permite documentar nuestras sensaciones bajo un enfoque cuantitativo. La pregunta, ¿a qué temperatura estamos?, se puede responder con un número que resulta contundente y definitivo: 43 grados, a lo que se puede añadir el dato de que la temperatura percibida es de 51. Desde luego que la percepción le da un toque personal e individualizado a la simple lectura del número en una escala, ya que se toman en cuenta los varios metros de piel que nos cubren y las sudoraciones posibles como consecuencia del calor ambiente.

La fuente del milagro de la percepción mayor que la temperatura registrada en el termómetro es la humedad. Ésta nos permite trascender espacialmente y colocarnos en las costas, frente al mar que hace dibujos de espuma en los bordes del globo terráqueo, ironizando respecto a las nubes que cubren el cielo con la promesa de lluvia. La humedad es promesa y amenaza al mismo tiempo, si se trae a colación los huracanes, ciclones, tornados y tormentas tropicales, que se alejan o acercan a las costas con ánimo revanchista, como queriendo poner orden en el desastre natural que hemos logrado.

El calor sudoroso convierte en sopa la dignidad de los políticos que aparecen en público con el brazo levantado, en señal de triunfo, como reto a las fosas nasales de sus adeptos, como filtro aromático de los más fieles o los más congestionados de vías respiratorias superiores. La política en tierras semidesérticas invadidas de humedad tropical supone el funcionamiento sin garantías de una tolerancia incondicional por el olor ajeno que impregna la conciencia cívica y se traduce en complicidades hormonales. La vida política de Sonora está signada por la actividad de las glándulas sudoríparas en combinación con la congestión nasal propia de la temporada.

La ideología, por tanto, no tiene tanta preeminencia ante la dura consistencia de las condiciones naturales que privan en la entidad. El calor nos condiciona a ser ciudadanos de tercera, es decir, los que debemos sudar como posesos al no contar con aire acondicionado en el carro, en la casa, en el trabajo, en la cantina preferida, en el entorno social en el que nos movemos; en cambio, las clases refrigeradas se pitorrean del calor que funde las buenas intenciones y calcina la voluntad de cambio, sumergiéndonos en una apatía térmica que nos hace víctimas de fenómenos como la abstención o la nulificación del voto, y aun así proclamarnos seguidores de López Obrador, en un ejercicio de contra-lógica de fácil acomodo con cualquier tipo de colaboración con el voto corporativo que nada tenía que perder ante la abstención activa o pasiva de algunos.

“Haiga sido como haiga sido”, el voto ciudadano efectivo elevó al PRI por encima de los azules que se quedaron -frente sudorosa, labios apretados, ceño fruncido- rumiando una evidente derrota aun en estados que habían sido panistas en comicios anteriores, con la excepción de Sonora, donde el sudor se confundió con las lágrimas de padres ofendidos, de vidas perdidas, de palabras inútiles y explicaciones lejanas de cualquier tipo de satisfacción.

Pero el calor húmedo aumenta la sudoración y hace que el organismo trabaje bajo presión, de suerte que cualquier esfuerzo se duplica en términos de la percepción del que lo realiza: el PAN pírricamente triunfante acusa demencia senil al protagonizar una historia de éxito entre las miles que se dan en el pavimento de la ciudad capital, escenario de marchas justicieras, de triunfos refrigerados, alejados del calor de la cotidianidad ciudadana, sin los afanes de sufrir el despelleje de la conciencia por sobreexposición a la demagogia, sin el calor que cuece la piel y hace chirriar las neuronas electorales porque son los ricos y famosos, los pirrurris empresariales, los viejos rejuvenecidos por la sensación percibida del poder, magnificada por el mini-split que todos ellos llevan dentro.

Las calcinantes condiciones de vida de las grandes mayorías locales contrasta con la mentalidad refrigerada de las gentes Fortune o Town and Country, de la gente bonita que salta de las páginas de sociales a esa cosa horrible llamada realidad, con la intención de decorarla con festones azules y celebrar el triunfo de la cursilería hecha gobierno, en un efímero baño de pueblo que pronto debe olvidarse, porque el calor es fuente de sentimientos demasiado populares, ligados al abanico y al hacinamiento habitacional. El mármol, la loza importada, el adorno cultural, la abundante comida diaria, el prestigio del apellido y el boato de una vida social privilegiada, se complementan más con las bondades de la refrigeración central, las maravillas del transporte de lujo y la contemplación absorta de la propia imagen en los principales medios de comunicación.

Hermosillo y Sonora, son los escenarios idílicos de una aventura electoral que nada tiene que ver con la realidad de la vida cotidiana de sus habitantes, con la vida, pasión y muerte de 48 inocentes, con la depresión económica que se ve fortalecida por la anímica al clamar sin respuesta por justicia, y los oídos sordos de las autoridades federales y estatales que pugnan por preservar la ganancia privada sobre el interés público. Hermosillo es el escenario donde se demuestra claramente la inutilidad del discurso panista de privatizar las funciones del gobierno, del fracaso de las políticas neoliberales, de la vertiente criminal de las subrogaciones de servicios que deben ser del gobierno, de lo inocultable de la impunidad y de la construcción de chivos expiatorios a cambio de la libertad de los verdaderos culpables.

Mientras usted y yo dialogamos, la temperatura aumenta y los muertos de una guerra patrocinada por Estados Unidos bajo la cobertura del combate al narcotráfico, siega vidas al por mayor en territorio nacional, y traduce los grados centígrados en una sensación de profunda inseguridad, además del agobio del desempleo, la carencia de oportunidades, la desesperación generalizada de un pueblo que vive en las sulfurosas miasmas de un gobierno fallido.

Pero el calor agobia y hace que nuestra vida sea una navegación involuntaria por un lago de aguas hirvientes, lo que añade al aislamiento una visión nebulosa de la realidad y el sofoco de una temperatura que parece ser mayor que la que el termómetro registra. En este contexto, ¿qué gusta usted tomar?

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