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miércoles, 5 de noviembre de 2008

La ley de gravedad


El revuelo que tuvo su epicentro en el DF, pronto trascendió las fronteras de Chilangotlán y abarcó la república entera: en el avión jet ejecutivo que, alrededor de las 6:42, hora del centro, se había desparramado en el pavimento, iba el Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, quedando en calidad de fragmentos madrileños flotando en las etéreas regiones de la duda política; también fallecieron sus acompañantes y la tripulación. Las consecuencias fueron desastrosas: muchos vehículos y tranquilos ciudadanos quedaron afectados por el siniestro, heridos por algún fragmento metálico o de plano víctimas del fuego producto de la combustión de la aeronave y los automóviles por ella alcanzados.

El joven funcionario calderonista, de quien se cuentan múltiples hazañas en materia de tráfico de influencias, aprovechamiento del cargo público para enriquecimiento personal y familiar, se encontraba lidiando con las noticias de enriquecimiento súbito y opaco de su señor padre, Carlos Mouriño, a quien la PGR había intentado favorecer promoviendo un amparo para que se le echara tierra al asunto. Ambos, padre supérstite e hijo, a partir del día 4 de noviembre, difunto, lograron acaparar la atención internacional por la manifiesta habilidad para los negocios con cargo, finalmente, al erario nacional.

En su mensaje a la nación, Felipe Calderón, el compungido especialista en ingresos por la parte trasera de los recintos oficiales, prácticamente lo declaró ejemplo a seguir e inspiración para las futuras gestiones y acomodos, de cara a un panismo con demostrada facilidad para arrastrar cobijas que hoy sufre la pérdida de uno de sus activos y, según se sabe, frustrado tránsfuga del poder Ejecutivo al Legislativo, para regresar al Ejecutivo en ocasión de la elección presidencial del 2012.

Por otra parte, la novedosa victoria de un afroamericano en la patria del racismo y la discriminación, resulta ser una gota definitiva en el derrame del vaso del conservadurismo de Washington. Esto último y la lucha contra el narcotráfico, verán otros escenarios en Iberoamérica y, en particular, México.

Si bien es cierto que la muerte de cualquier ser humano es lamentable, también lo es el hecho de que las circunstancias de la muerte del Secretario Mouriño, abren los anchurosos cauces de un replanteamiento de la política nacional, aunque se corre el riesgo de que se justifique, o pretenda hacerlo, la criminalización de la protesta pública, la disidencia en cualquiera de sus formas y la represión. La sola sospecha de un atentado, abriría la puerta a la procuración de la justicia, pero también a la persecución de actores políticos ajenos a la violencia criminal, hasta ahora imbatible por el gobierno.

La actual administración pública federal, padece de una ineficiencia profunda, un pragmatismo feroz y una escasa capacidad de respuesta, ante hechos que ponen en riesgo la estabilidad de la nación. Lo preocupante del asunto, tragedias personales aparte, es la exacerbación del potencial autodestructivo de que ha hecho gala el Estado mexicano, durante la ridícula epopeya del neoliberalismo de guarache.

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