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domingo, 25 de octubre de 2015

Entre desastres te veas

                                                              “La naturaleza provee tanto como exige” (Séneca).


Pasó la fase de alerta por el huracán “Patricia” que dio ocasión para el despliegue de medidas de seguridad ante el impacto de un fenómeno que sería, según se dijo, de consecuencias potencialmente desastrosas. El recuento de daños resultó menor a lo previsto y sus efectos aparentemente sólo se dejaron sentir en las vías de comunicación, casas, edificios, árboles y miles de personas desplazadas a refugios temporales situados en la ruta del meteoro. Muchos respiran con alivio ante las pérdidas que sólo fueron materiales, mientras que otros se declaran decepcionados del poco espectáculo que dio “Patricia” a los amantes del morbo necrológico.

No han faltado comentarios en las redes sociales que, prácticamente, exigen que se devuelvan las entradas del espectáculo catastrófico que quedó en promesa incumplida de sangre, muerte y devastación. Por fortuna nuestro país salió relativamente bien librado del “huracán más peligroso de la historia” y la cauda de los “por qué” será una actividad que ocupará el tiempo de los estudiosos de este tipo de fenómenos naturales, tratando de explicar lo que pudo haber sido y no fue.

Lo que sí requiere explicación inmediata es el por qué las autoridades “competentes” han permanecido con las cabezas bajo tierra como avestruces oficiales en el actual y preocupante desastre ecológico más grande de la historia nacional, que se debe a la sebosa negligencia de Grupo México. El derrame tóxico del que todo mundo habla sigue demostrado su peligrosidad en un horizonte de largo plazo, pero que se manifiesta ya en forma de enfermedades asociadas a la piel de no pocos habitantes ribereños en la región del Río Sonora.

Según se ha manejado en diversos medios informativos, la cuota de metales contenida en el agua supera estratosféricamente la aceptada nacionalmente como tolerable para las personas, lo que nos coloca en una posición de zona de desastre ecológico que, según el laxo criterio oficial no existe. ¿Será posible que el gobierno minimice, diluya o disfrace el desastre con alguna intención nefasta? ¿Podrá dejar de lado las responsabilidades públicas expresadas en la Constitución y las leyes relativas, para plegarse a los intereses de Grupo México? ¿Valdrá más el ridículo chantaje y pretexto de la inversión y la generación de empleos, más que la preservación del ambiente y la salud? Al respecto, los investigadores universitarios Castro Longoria y Romo Paz han puesto el dedo en la llaga y lanzado la voz de alarma a tiempo y apremiado, con toda responsabilidad cívica, que se tomen las medidas sanitarias y legales del caso.

Cabe suponer que los aspectos ambientales y su relación con la salud de personas y animales distan mucho de estar al alcance de la comprensión y las prioridades de los funcionarios ambientales y de salud, como parece documentarlo con precisión el caso del derrame minero, aunque habría que agregar la ligereza con que fue tratado en su momento el asunto del confinamiento de desechos tóxicos Cytrar, la destrucción del parque de Villa de Seris y la actual campaña de fumigación aérea contra el mosquito propagador del dengue.

En casos, la acción ciudadana puede solamente servir para despertar la conciencia social, en otros impedir una acción desafortunada del gobierno en complicidad con agentes privados, pero es claro que siempre deja huella en la memoria de las luchas sociales por una mejor calidad de vida.


En todo movimiento existe la posibilidad del éxito o el fracaso, pero es claro que la acción y presencia ciudadana sienta precedentes importantes en la conformación de una ciudadanía comprometida y democrática. La movilización y resistencia civil puede, en no pocos casos, impedir o desalentar la comisión de delitos ambientales, siempre y cuando la sociedad se involucre y no deje solos a los defensores del ambiente y la salud de la comunidad.

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