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lunes, 15 de junio de 2015

El jugo electoral

Seguramente usted sabrá que los panistas se empeñan en mostrarnos el lado ridículo y perverso de la política, al protagonizar con ánimo matraquero una charada poselectoral que “presiona” al INEE para que cuente “voto por voto y casilla por casilla” la cosecha de sufragios que suponen logró levantar el marido de doña Marcela Fernández.

Se les ocurrió instalarse en una inopinada actividad circense en la que corean con entusiasmo cosmético cada voto que se suma a la cuenta de Javier Gándara, como si la caricatura de reclamo ciudadano pudiera hacer el milagro de cambiar las cuentas que “haiga sido como haiga sido” favorecen al PRI.

No vaya usted a pensar que la crítica al bando pitufo se debe a una cierta afinidad con el tricolor. Ni siquiera como broma estudiantil pudiera admitir tal infundio. ¡Asco, roña y lepra! Más bien mi señalamiento tiene por origen el acre y severo aluvión de burlas y cuchufletas que el panismo lanzó en su día a López Obrador, cuando reclamó el recuento de los votos por considerar que hubo truco en el sistema de cómputo donde resultó favorecido el PAN con una diferencia que aún carece de explicación creíble.

Aunque la presión más mediática que real no fue bien recibida por el INEE, los vecinos y habitantes cercanos a la sede electoral tuvieron que apechugar un fin de semana ruidoso, hartante y suficientemente torpe como para que la experiencia de estar cerca de la charada pitufa fuera agónica y totalmente indeseable.

Por otra parte, no faltaron las felicitaciones que colmaron las páginas de los medios impresos, en una cargada a favor de la hija de doña Alicia Arellano. Se derramaron alabanzas, reconocimiento a la trayectoria, elogios anticipados a una gestión que será “en beneficio de los sonorenses”; se deshojaron las margaritas de la justicia, el progreso, la transparencia y la honestidad frente a la anticlimática advertencia de que “no habrá cacería de brujas”.  Las entrevistas no se hicieron esperar y los personajes que ahora están bajo el reflector de la prensa lucieron sus dotes de apologistas de sí mismos, en una íntima reflexión acerca del milagro que produjo la unión de los coromosomas X con los Y de sus padres, y que ahora va a gobernar Hermosillo, o Sonora.

La infaltable cargada de las fuerzas vivas sonorenses nos recordó a los simples miembros de la infantería ciudadana que no sólo son las familias sino también las organizaciones patronales y los sindicatos con vocación autodestructiva las que queman incienso en el pebetero sexenal en espera de amplias retribuciones que, en suma, configuran lo que algunos llaman “buen gobierno”. Carnaval de cursilería y farsa que clava una lanza de ignominia en el costado de la democracia.

Como parece ser, el bipartidismo al que es tan afecto el elector sonorense pone un cerco erizado de púas al avance de fuerzas ciudadanas que cuentan con el potencial para generar cambios en la trayectoria de un gobierno caracterizado por la rapiña y la autocomplacencia. Aquí vivimos una tradición electoral descremada y deslactosada, que a pesar de que todos conocen su fecha de caducidad, cada sexenio o trienio votamos por su consumo sin importar el estado en que se encuentre, la fetidez de su olor y el mal aspecto que dejan las bacterias del fraude, la corrupción y el latrocinio. Aquí surge la no tan peregrina idea de que somos entes carroñeros electorales. Nos alimentamos de detritus, de materia en descomposición, porque “de todos modos van a ganar” las opciones de costumbre. Los elogios, la cargada, las manifestaciones de sindicatos y organizaciones patronales son las moscas que vuelan sobre el jugo electoral que supuran los cadáveres vivientes del PRI y el PAN, con el ánimo de alimentarse de su viscosidad y mantener negocios, prestigio y cuenta corriente.

Política de zombies, carnaval de esqueletos con restos de carne en colgajos que se disputan, codician y elogian las “fuerzas vivas” del sistema. Mientras tanto, los ciudadanos vivos, por falta de unidad y convicción, sirven de justificación macabra a los depredadores de siempre. El “pueblo”, la “gente”, la “raza”, resultan ser la fauna de acompañamiento escenográfico que enmarca las manifestaciones públicas. Después de todo, ¿cómo se puede explicar la muerte sin la vida? 


Quizá en un futuro próximo, los ciudadanos dejen de ser comparsas por hambre y temor y emitan su voto por la vida, por el cambio que no emana olores a descomposición, y que a la putrefacta realidad de nuestro bipartidismo real se oponga un mejor olfato y un mejor estómago que exija lo que realmente aporte a su salud y bienestar económico y social. Mientras esto ocurre, las moscas corporativas del sistema seguirán reclamando su parte del jugo electoral en el festín necrófago de una democracia holográfica donde el pueblo es sólo espectador. Así sea. 

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