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martes, 7 de octubre de 2014

Con olor a viejo

El olor penetrante insinuaba descomposición, tiempo y abandono. Su presencia reclamaba mi atención con insistencia de testigo de Jehová, Mormón o fanático evangélico, de suerte que termino por ceder al imperativo olfativo. Tuve que voltear para enterarme de su fuente: hombre viejo, entrado en carnes, camisa a cuadros y pantalón de mezclilla, ambos en avanzado estado de decoloración; bastón metálico ajustable y actitud a tono con el conjunto. En la Casa del Jubilado y Pensionado del Isssteson, la música alternaba en difícil competencia con la cháchara bulliciosa de sus concurrentes habituales, trabados en un esfuerzo de socialización situado en dos coordenadas: el ocio y la necesidad de anclarse a la vida mediante la palabra.

Tanto en los alrededores como en el interior del edificio, el flujo y reflujo de representantes de la tercera edad era continuo, como un río que recibe y transporta el desecho tóxico de la edad hacia su desemboque, pasando por la ventanilla del cobro de las pensiones, el consultorio médico, la peluquería, los múltiples puestos de dulces y artesanías, las tarjetas con ofertas de préstamo a cuenta de nómina, de membresías de tiendas trasnacionales, y el inagotable reparto de volantes, trípticos, periódicos sindicales, oferta de chile molido, curtido, miel y tortillas de harina, entre muchos otros atractivos que distraen y abultan los bolsillos, llenan las manos e ilustran la idea de que el comercio informal es un complemento necesario en la vida del retirado.

En medio del oleaje humano, pude distinguir la cara del profesor que iba a saludar. Mi amigo aparentemente atendía un puesto de orientación sindical. Saludo cordial y comentario sobre la condición de jubilado: “No son los mismos alumnos ni la misma escuela”. “El interés por aprender y el respeto institucional ya no existen”. “La vocación que tuvimos ya no tiene de dónde agarrarse en la nueva realidad”. “A nadie le importa la educación, sólo las apariencias y las infinitas formas de corrupción”. El rostro reflejaba hartazgo, decepción, y la firme convicción de que la política corporativa del SNTE atrapa a los logreros y a los ingenuos, los usa y luego los arroja como pañal desechable al basurero del olvido, cuando no de la ignominia. La promesa de un café y la despedida sirvieron de vía de escape de esa cruda realidad que el gobierno se empeña en ignorar.

¿Por qué al jubilado se le cobran impuestos por la ridícula pensión que recibe? ¿No es un abuso de lesa humanidad el insistir en trasquilar el escaso monto de dinero que recibe cada mes y por el cual trabajó tres décadas? ¿No es cierto que cada quincena se le descontó de su cheque la aportación correspondiente a servicios médicos y jubilación? ¿Quién puede ignorar que el pensionado y jubilado dejó en el servicio público los mejores años de su vida, recibiendo sueldos cada vez más castigados por la inflación, el congelamiento salarial, el alza continua de los bienes y servicios, además de sufrir las largas filas de espera, la deficiencia de los servicios y la carencia de medicamentos y materiales de curación en las clínicas gubernamentales?

El cobro de impuestos a las pensiones es un abuso y la más clara confesión de que al gobierno le importa un rábano tanto la salud como las condiciones de sobrevivencia de su personal retirado, y a las deficiencias en los servicios se añade la  inseguridad financiera del instituto, pues nadie sabe, a la fecha, en qué se gastaron y en manos de quién quedaron los 1500 millones del fondo de pensiones y jubilaciones del Isssteson que desaparecieron y que no se han podido comprobar en la ya reprobada cuenta pública de 2013.

La vejez es un tema guardado bajo el manto de la cursilería oficial y la mentecatez burocrática, ya que, mientras el trabajador está activo, se le hace la vida de cuadritos. Incluso, algunos han tratado de ligar el aumento de la “productividad” al salario: a mayor explotación ligero aumento de ingreso. El sistema no está contento si al empleado se le paga el salario pactado en los contratos colectivos o aquél establecido por las disposiciones legales del caso; se busca la manera de golpear sus percepciones en términos reales, sea mediante el aumento de los precios de los bienes de consumo, sea a través del aumento de las cuotas de los servicios públicos, o en forma de privatizaciones de empresas o funciones antes públicas. Ahí cuelan la electricidad, agua, gas, gasolinas, alimentación, transporte, registro civil, educación, salud y asistencia pública.

Las organizaciones de trabajadores son vistas con sospecha y todo lo que se pueda hacer para su deterioro o desaparición es aplaudido entusiastamente por los organismos empresariales. La idea de justicia social no pasa por las alfombradas antesalas de presidentes, gerentes, directores o rectores, uncidos todos al carro del neoliberalismo nopalero y periférico que sufrimos como se sufren las hemorroides o las verrugas faciales: puede haber remedios pero, en cierto punto de su evolución, lo que se requiere es una visita al quirófano.

Hace relativamente pocos días, llegó la fecha en la que los trabajadores jubilados se presentan a la Universidad de Sonora para firmar su constancia de sobrevivencia. Entre los trabajadores asistentes, hubo quiénes fueron incapaces de acudir sin el apoyo de un pariente, como otros que exhibieron su vitalidad matizada por las canas, la calvicie, el ligero renqueo-contrapunto de pasos y tropiezos por el pasillo del lugar, y otros de reciente baja del servicio lucían sonrisas de cortesía y miradas furtivas como viendo el futuro personal encarnado en no pocos ejemplos. “Como me ves, te verás”. 


Las rondas de firmantes se sucedieron una a una, y en cada caso se compartieron sonrisas, bromas, buenos deseos de volver a encontrarse el año que viene. La calidez de los saludos y las expresiones de humanidad llenaron a oleadas el recinto de la Biblioteca Central. Entre trabajadores podrá haber diferencias, salvadas por la prudencia, pero se echa por delante la idea del compañerismo y la solidaridad. Bonito ejemplo, en medio de la absurda despersonalización que sufre la institución en aras de la modernidad: es el número de expediente por encima del nombre de la persona, es la negación de la individualidad a cambio de la eficiencia robotizada que es programada, pactada y vigilada por una administración enajenada por las apariencias que debe guardar ante instancias ajenas y extraacadémicas.

No hace mucho, los académicos sindicalizados hicieron reformas a su estatuto, incluyendo una nueva delegación que es la de Pensionados y Jubilados. Se reconocen los derechos y obligaciones de los sindicalistas en retiro y se trata de rescatar algo de lo que el académico jubilado pierde al retirarse. Un aspecto menor pero ilustrativo es la expedición de la credencial institucional donde la Universidad de Sonora acredita que el portador es jubilado.

Por curiosidad investigué este asunto y el empleado de la unidad de credencialización de Servicios Universitarios me informó que en una ocasión se expidieron credenciales con un número provisional, no el oficial correspondiente al expediente del empleado en retiro, porque Recursos Humanos no se quiso responsabilizar y actualmente no se expiden credenciales.

¿A qué tipo de responsabilidad le tiene miedo la Universidad, si queda claro ante cualquier instancia que el trabajador jubilado o pensionado es eso y nada más? ¿Cuál es el problema de expedir credenciales con ese carácter usando el número de empleado que corresponde y que además es el que aparece en los comprobantes de pago?  ¿No es realmente cierto que la institución aprecia y reconoce a sus jubilados? ¿El expediente asusta a los funcionarios?

Entre los dichos y los hechos, el olor a viejo penetra la conciencia de las burocracias, anticipa rechazos y promueve disimulos. ¿Somos una sociedad moderna, civilizada, solidaria y responsable de sus miembros? ¿Apreciamos el valor de la experiencia como activo valioso para el presente y el futuro de la nación? ¿Importan el trabajo y el conocimiento creado o aplicado por las anteriores generaciones? ¿Existen las personas, instituciones y sociedades sin antecedentes? ¿Somos plantas sin raíz? ¿Surgimos por generación espontánea? ¡Con razón estamos mal!


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