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martes, 14 de octubre de 2014

Elena en la Unison.

Sin duda, hay personas que honran a las instituciones donde se encuentran, por casualidad, invitación o voluntad propia; de manera permanente o eventual, transitoria o definitiva. Elena (Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores) Poniatowska Amor, nacida francesa, princesa descendiente de una casa aristocrática polaca y mexicana por adopción, a partir del 10 de octubre es Doctora Honoris Causa por la Universidad de Sonora. Antes había recibido de manos del rey de España el  Premio Cervantes de linajuda prosapia, ambicionado por escritores propios y extraños.

La invitación a la ceremonia en la que se le otorgó el título máximo posible en el sistema universitario mundial, circuló por diversos canales, despertó expectativas, comentarios y vivo interés, sobre todo entre quienes saben su significado. En la página oficial de la Universidad de Sonora se dio cobertura suficiente al acto, trascendente como todos los que tienen por objeto reconocer el mérito de alguien que  no necesita de ello, porque ha sido faro luminoso en la andadura de muchos literatos, cronistas, biógrafos, periodistas y simples personas de buena fe lecto-escritora. La señora Poniatowska se recomienda sola. ¡Pocos como ella!

Recibí la noticia-invitación en mi correo, la leí con atención, sonreí agradecido por saber que algo de sensibilidad cultural se atravesó en las mentes planas, uniformes y cerradas de los altos burócratas universitarios. La explicación vino casi de inmediato: La División de Humanidades y Bellas Artes que dirige el talentoso y capaz Dr. Fortino Corral, tuvo la buena idea y la convirtió en iniciativa. ¿Qué sería de la Universidad si no hubiera personas que conservan, pese a la pestilencia burocrática que azota a la institución, viva la llama del ser universitario? En ese momento aplaudí con entusiasmo la iniciativa y decidí no asistir a la ceremonia por el horror altamente posible de tener que oír alguna ridícula perorata, como elogio a la ameritada escritora y periodista, en boca del siempre infaltable palurdo que, dotado de una ligera capa de cultura prefabricada para la ocasión, da en exhibir las insondables miasmas de la apariencia institucionalizada.

Cabe aclarar que muchos asistieron por ver a la señora Poniatiwska, al menos de lejos, y sentirse parte de los homenajeantes, de los muchos implicados emocionalmente con su obra variada e interesante, de los que sienten que forman parte de algo cuando se reúnen en un recinto académico, de los que acuden a fundirse en la masa delirante del momento elogioso, de los que van para decir “yo estuve ahí”, “la vi así de cerquita”, “me tocó saludarla”, mostrando la mano-instrumento de la salutación con un orgullo que resistirá los embates del agua y el jabón por una buena temporada. El espíritu de masa, de ser parte de un colectivo, auditorio, asamblea o circo, pocas veces tiene una justificación más evidente: la dama es querida sin necesidad de tratarla, admirada sin la obligación de conocerla, comentada sin el esfuerzo de saber de sus trabajos y sus días. La señora es simplemente Elena, y ya entrados en gastos, Elenita.

El significado de “doctor”, de acuerdo con su acepción latina, es el que sabe, el que está enterado de un cierto tipo de cuestiones que se conocen mediante el esfuerzo y la experiencia, el gasto mental y a la consistencia. Supone un conocimiento amplio de un territorio del conocimiento científico, artístico o tecnológico.

El doctorado es el nivel o grado en que se conoce con suficiencia la sustancia de una disciplina o arte. En ese carácter, el doctor instruye, enseña, orienta y guía la puesta en práctica de un proyecto, proceso, obra o conjunto de tareas. Elena nos ha enseñado a ser humanos, a comprometernos con causas perdidas, a privilegiar lo cotidiano y darle una dimensión capaz de trascender tiempo y espacio; también a ser libres y amar el impulso de la voluntad más allá de las barreras de estas o aquellas burocracias; a saber equivocarse con sinceridad; a sonreír y ver con serena empatía los avatares del pueblo cuando lucha, y a comprometerse de pensamiento, palabra y obra con quienes sólo tienen la palabra que empeñan con honor. Maravillas de la integridad personal sin maquillaje.

Si la Universidad de Sonora reconoce la obra y la persona de Elena Poniatowska, ¿con qué parte de ella se identifica? ¿Cuál de sus enseñanzas se ha comprometido a tomar como guía? ¿Cuál de los ejemplos de vida y trabajo va a convertirse en el faro que oriente su futuro quehacer? ¿Trabajará sin interferir en la vida interna de los sindicatos? ¿Respetará los contratos colectivos de trabajo? ¿Merecerá la atención y consideración cada integrante de la comunidad universitaria, profesores, estudiantes, empleados manuales y administrativos? ¿Recuperará credibilidad respetando y defendiendo la autonomía universitaria? ¿La administración se empeñará en hacer que la institución recupere la dimensión humana que ha perdido en aras de una eficiencia más formal que real?

De ser así, ¿habrá transparencia, honestidad e integridad en las futuras negociaciones de los contratos colectivos? ¿Habrá justicia y humanidad en las revisiones salariales? ¿Se dejarán de lado las apariencias y se trabajará realmente en beneficio de la docencia, la investigación, la extensión y la difusión de la cultura?


En caso de ser así, el Doctorado Honoris Causa de Elena Poniatowska se sostiene en la integridad de la institución que lo otorga, y no sólo en los méritos implícitos en la trayectoria de la notable homenajeada. 

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