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martes, 24 de junio de 2014

La salud en Sonora está enferma

Recientemente, la sociedad sonorense se conmovió con la noticia del asesinato de una joven estudiante de medicina, ultimada el pasado viernes 13 por su novio de la misma profesión auxiliado por un chofer de ambulancia. De acuerdo a un hermano de la víctima, ésta sostenía una relación complicada y tortuosa con el presunto asesino y que tal cosa derivó en tragedia, de suerte que no es, a su juicio, un caso asociado a su calidad de médico y, por ende, a la inseguridad pública (La Crónica, 17/06/2014). Por su parte, estudiantes de la UABC, compañeros del presunto asesino han declarado que éste era una buena persona y expresan su temor por la falta de seguridad, mientras que los familiares del inculpado juzgan forzada su detención, incluso llegan a aventurar la hipótesis de que la muerte debe atribuirse a otras razones, por ejemplo, represalias de algún narcotraficante por falta de atención médica (La crónica, 18/06/2014).

Mientras que las instancias formalmente competentes se encargan de repartir culpas y disculpas, el homicidio de la señorita María Concepción de la Torre Martínez ha destacado aspectos que habían permanecido más o menos ocultos, discretamente olvidados y fuera de las consideraciones del público consumidor de los horrores de la vida en una sociedad neoliberal. Tanto los estudiantes de medicina que cumplen su servicio social como las autoridades escolares señalan con diversos acentos el problema de la inseguridad que se vive en las comunidades alejadas de los núcleos urbanos y de la vigilancia pública, pero al parecer el problema fundamental y fuente de las otras situaciones es el de la carencia de los más elementales recursos para cumplir con el servicio social en medicina (El Imparcial, 17, 18 y 19/06/2014).

Tanto los docentes como los estudiantes consideran que a éstos se les toma como “fuerza de trabajo barata” por las instituciones de salud y son sometidos a un ritmo de trabajo extenuante a cambio de una compensación económica: en el internado les pagan 475 pesos a la quincena mientras que en el servicio social 3 mil pesos al mes por estar 6 días en los poblados y trabajando 24 horas (El Imparcial, 18/06/2014).

María Elena Rivera Torres, encargada del servicio social en medicina de la Universidad de Sonora, refiere que los estudiantes “son los únicos que en su sano juicio si les tocan a las tres de la mañana tienen que abrir la puerta y dejar pasar a quien sea, porque si no lo hacen, o les aplican la ley por negar una atención o ponen en riesgo su vida.” “La seguridad de los muchachos no está al 100% garantizada en esos lugares… Lo más común es que los habitantes amenacen a los pasantes con tirarles la puerta si no les abren el Centro de Salud a cualquier hora, debido a que piensan que es su obligación atenderlos, por lo que lo tienen que hacer” (El Imparcial, 17/06/2014).

Por su parte, una pasante de medicina declara que “los jóvenes tiene que ir a realizar su servicio social durante un año en centros de salud de localidades donde ningún profesionista de base va, ya que no estudiaron siete años para percibir un salario de 3 mil pesos mensuales y laborar 6 días por 24 horas.” (El Imparcial, 18/06/2014).

Los estudiantes de medicina protestan y las instituciones que los forman discuten la necesidad de que haya cambios en el reglamento del servicio social, mientras en Sonora hay 200 comunidades sin atención médica. La Secretaría de Salud de Sonora enfrenta la exigencia de las instituciones formadoras de médicos de garantizar las condiciones de seguridad y el grave problema de hacer volver a los estudiantes para que cumplan con su servicio en las comunidades (ya que dicha dependencia es la encargada de acreditarlo) y la desprotección de la población rural en materia de salud pública.

De lo anterior se desprenden varias cosas. El horror de un asesinato aparentemente pasional permite a los estudiantes de medicina sentirse como víctimas potenciales de algún maniático en despoblado, es decir, en la periferia sonorense donde no hay ni medios de transporte que permitan ir a casa un fin de semana, ya que hay comunidades que distan hasta 13 horas de Hermosillo (Mesa de Tres Ríos), con el agravante de que están solos a cargo de funciones que no necesariamente pueden desempeñar por causa de carecer de los recursos materiales y técnicos necesarios, además de la guía y supervisión de un médico titulado en el lugar donde realizan su servicio.

Los pobladores parten de que tienen derecho a ser atendidos a cualquier hora y así lo manifiestan en caso de alguna necesidad médica, lo que sume en la intranquilidad a los futuros médicos que se sienten infravalorados, tanto por el sistema que les impone esas obligaciones hacia la comunidad como por las bajas cantidades que reciben como compensación por cumplir con sus obligaciones legales. En este sentido el servicio social se traduce en una fuerte sensación de frustración, ya que el reconocimiento social que esperan no se da en su vida cotidiana.

Salta a la vista que los estudiantes de medicina aparecen en los centros de salud con el tratamiento coloquial de “doctor” (sin haber terminado su carrera que es de nivel licenciatura) lo que impone una carga emocional ligada a la imagen de un profesionista con corbata, bata blanca, que despliega su actividad en la glamorosa pulcritud de los hospitales y clínicas de las ciudades, no en los rincones del estado donde se vive y se muere en las más miserables condiciones y, a veces, por los más absurdos motivos.

Tal desconexión del contexto, supone una enorme falta de información sobre la realidad  socioeconómica y cultural de las comunidades, sus orígenes, desarrollo y alcances, lo que nos lleva al plan de estudios y los programas de materia, al perfil del egresado y a las condiciones en las que se da su formación y al cómo, por qué y para qué de su ejercicio profesional futuro: ¿estará situado en la ciudad con sus ventajas relativas o en el medio rural con sus carencias? ¿Serán capaces de atender una urgencia con los mínimos recursos a su alcance o sólo podrán funcionar en las clínicas privadas, lejos del pueblo y sus tragedias? ¿Tomarán la profesión médica como un trampolín para una ventajosa relación de negocios, o servirán a la comunidad por la satisfacción de una vida honorable y socialmente útil? Así las cosas, cabría preguntarse qué clase de médicos preparan en la Universidad de Sonora o en la UVM, para hablar de las universidades locales formadoras de profesionales de la salud. Qué tan bien diseñado está el servicio social para que cumplan con el perfil de egreso. Qué clase de médicos necesita Sonora y hasta dónde las escuelas cumplen con este fin.

Habría que valorar qué es el servicio social y si la idea de “retribuir a la sociedad lo que se ha recibido en formación mediante el trabajo comunitario” ha cambiado, y si se debe entender ahora como un empleo remunerado mientras se completa la formación profesional. Esto es importante dado que trabajo remunerado y servicio social son esencialmente distintos. Mientras que el primero indica la relación con el mundo laboral desde una profesión, el segundo supone enfrentar problemas reales para complementar los estudios y apoyar el futuro ejercicio profesional de los estudiantes, en este caso  becarios. La dislocación entre la realidad y la imagen que sobre sí mismos crean los jóvenes es abrumadora.


Por otra parte, tendría que preguntarse qué pasa con la salud pública en una entidad donde el gobierno ha dejado de pagar a los proveedores, donde los hospitales públicos carecen de medicamentos y materiales de curación aún en la ciudad de Hermosillo; donde el personal de enfermería sólo administra medicamentos y deja a cargo de los familiares el cuidado diurno y nocturno de los enfermos, la compra de medicamentos y el auxilio que el enfermo necesita cuando no puede por sí mismo ir al baño. ¿Dónde está la responsabilidad institucional en cuanto al cuidado y comodidad del paciente que ha ingresado a las instalaciones hospitalarias? ¿Qué hay de la calidad y la calidez del servicio? ¿Qué hay más allá de remodelaciones y reinauguraciones de espacios bajo la cotidiana mirada de la prensa? En fin, ¿dónde está la medicina que necesita el pueblo de Sonora, tanto en el medio urbano y en el rural? Seguramente no está en los expedientes del ministerio público sino en la voluntad política de los administradores académicos y gubernamentales del sector salud, en los diputados que aprueban el presupuesto, en la honestidad e inteligencia de los funcionarios públicos, en la ética y vocación de servicio de los médicos, y en el aguante de la sociedad que ve con indiferencia el desfalco al Isssteson y el manoseo político que existe respecto al tema presupuestal y al de las responsabilidades públicas que incumplen los personajes del “Nuevo Sonora”. Nuestra entidad está enferma. Su curación es urgente.

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