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lunes, 9 de junio de 2014

Cinco años... y nada.

He visto y leído los vídeos y reportajes sobre la tragedia del 5 de junio de hace cinco años, para llegar a la conclusión de que la carne y la sangre de 49 inocentes sigue siendo quemada y regada en medio de estertores sociales que huelen a descomposición, a subdesarrollo emocional, a jodidez suprema que aniquila las barreras de lo políticamente correcto, de la compostura en el lenguaje, de la prudencia, del respeto a la autoridad, para dar paso a la más íntima sensación de náusea, de abandono, de frustración, de decepción infinita; las palabras acumuladas en estos cinco años son tantas, tan recurrentes, tan parecidas entre sí que ignorarlas sólo puede conducir a la pérdida de nuestra conciencia, de la razón que traduce y codifica los símbolos de nuestra relación con el mundo exterior y que hace posible que usted y yo podamos divergir y coincidir.

En estos cinco años ha habido promesas de justicia, evasivas legales, investigaciones dependientes e independientes, declaraciones políticas de coyuntura electorera, manifestaciones de solidaridad desde la comodidad de un presídium, de un foro televisivo, de la visión de un teleprompter, desde la frialdad protectora de las salas de prensa; pero también, y eso es lo más importante, de grupos sociales, de vecinos, de ciudadanos sin pertenencia a siglas políticas, de padres de familia, de estudiantes, de sindicalistas que se han unido en marchas y mítines en memoria de las víctimas, en sufragio a la posible acción de la autoridad que, como se sabe, siempre vigila.

Culpables
Las notas periodísticas cada tanto nos informan que se ha ejercido la acción penal contra algún presunto responsable, que se ha puesto tras las rejas a reserva de que se sepa si en realidad es culpable de algo; luego viene el asunto de la fianza y cierra con el pago de la misma, quedando la justicia satisfecha formalmente mientras se siguen las investigaciones. Los lectores que seguimos el caso nos quedamos con la convicción de que la cuerda se sigue rompiendo por el lado más delgado. Los chivos expiatorios ideales son los empleados, los funcionarios menores, los implicados periféricos, los asalariados que no tenían capacidad de decisión en el otorgamiento de concesiones y permisos a particulares para operar guarderías y estancias infantiles, producto de la retirada del Estado en la provisión de seguridad social para los ciudadanos y sus familias.

La privatización impulsada por el priista neoliberal Salinas y profundizada hasta el absurdo por los gobiernos del PAN, acabó con el concepto y la práctica de la solidaridad, entregando las funciones del sector público a los agentes privados que tuvieron la influencia y el poder económico para comprarlos. Muchas funciones públicas terminaron siendo negocio privado en un adelgazamiento del gobierno que derribó las pocas barreras que protegían al pueblo de menos de cinco salarios mínimos de los embates del mercado. Paralelo a esto, el alza constante de los bienes de consumo familiar enfrentó la baja en el poder adquisitivo de la moneda y el salario fue congelado por obra y gracia de la política económica neoliberal.

No debieron morir
Las guarderías quedaron a disposición de mercaderes, de fenicios de apellido conocido que ahora administraban el cuidado de los hijos de los trabajadores a cambio de un pago. La responsabilidad fue cosa de simples trámites, porque la visión de negocios debió privilegiarse frente a la seguridad y protección de la vida humana. Cualquier galerón podía maquillarse de guardería, cualquier espacio podía ser habilitado estancia mientras diera dinero cada mes. Así las cosas, la protección de la integridad física y emocional de los infantes podía no estar dentro de las prioridades empresariales de lograr un saldo a favor en el ejercicio contable.

Pero, como lo sabemos, se dio un incidente ajeno a los cargos y los abonos; una de estas eventualidades que pueden ser evitadas porque son previsibles, porque son riesgos perfectamente identificados por cualquier perito en seguridad, incluso por cualquier trabajador de la construcción que ha puesto techos y manejado materiales sintéticos. En esa virtud, el otorgamiento de permisos y concesiones resulta asombroso, por su ejemplar irresponsabilidad y negligencia criminal.

A cinco años de distancia, hemos sido testigos de los juegos exculpatorios, de la defensa tendenciosa de apellidos y redes familiares, del obsceno juego de influencias, de la farsa ridícula de los apoyos “solidarios” de quienes debieran estar actuando en defensa de la legalidad y la justicia y que, sin embargo, forman parte del juego de sombras que intenta, sin lograrlo, ocultar la perversidad del sistema político y económico que propició la tragedia. El PRI y el PAN han jugado sus cartas de simulación y ahora se instala el cinismo como política de estado. En estos días, es común encontrar a funcionarios del “Nuevo Sonora” pegando propaganda política en los barrios, bajo el pretexto de las “jornadas comunitarias”, donde el servicio a la población no pasa de ser la bajuna escenografía de la derecha en acción.

Un lustro es suficiente tiempo de duración de cualquier farsa, para llegar al límite de nuestra capacidad social de proteger culpables. México, Sonora y Hermosillo no son los mismos tras el incendio de la Guardería ABC. El olor a quemado y el humo son la materia que respiramos todos los días, lo que nos persuade que somos una sociedad ajena a la justicia, al dolor, a la solidaridad, y que así será mientras no nos decidamos a reparar los hilos rotos, los jirones de identidad que cuelgan como banderas de impunidad en el tejido social. No somos los mismos, pero debemos luchar denodadamente por recuperar nuestro sentido de pertenencia.

El jueves 5 de junio, día del quinto aniversario,  hubo una larga y nutrida marcha que culminó en un mitin ciudadano. En él destaca la idea de que la ciudadanía no ignora ni cae en las argucias cómplices del gobierno: el pueblo demostró que tiene memoria, que es capaz de exigir justicia, que no se ha cansado, que sigue con vigorosa convicción reclamando castigo a los culpables, que el oportunismo de políticos inescrupulosos ya no confunde a nadie, que estamos hartos de cinismo, de irresponsabilidad, de manipulación 

No habrá día en que el reclamo de justicia no se oiga en todo México y Sonora. No habrá lugar en el que no se escuche la voz de los padres de las víctimas y del pueblo solidario exigiendo el cumplimiento de la ley y la vigencia del derecho. No habrá lugar donde se puedan esconder los culpables de esta infamia. En una sociedad donde el gobierno se declara incompetente, irresponsable y casi un simple espectador, ¿en quién recae la responsabilidad de hacer justicia? El pueblo tiene la palabra y el derecho a la acción. 


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