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domingo, 23 de diciembre de 2012

Otra navidad

El comercio organizado se ve colmado de clientes reales y potenciales que buscan en qué gastar el efectivo y comprometer la próxima paga, en aras de satisfacer los reclamos de la publicidad. Los medios de comunicación difunden el mensaje de amor al consumo y de paz en los sepulcros de la buena voluntad, bajo el siniestro encargo de engordar fortunas y equilibrar estados contables con cargo a la economía familiar. Es que el dinero tiene que circular para que la economía esté activa y sana, sin mencionar que el destino de los flujos sigue la lógica del embudo: de ser ancha la entrada pasa a ser muy estrecha la salida. Los muchos consumidores hacen la fiesta del empresario.


En la dinámica de dilapidar el aguinaldo, el ciudadano consumidor se estrella ante un obstáculo que parece insalvable, consistente en la casi total ausencia de empleados funcionales en las abarrotadas tiendas de la localidad. Las filas para ser atendidos son un anticipo del infierno y las cajas parecen ser tierra de nadie. A pregunta expresa, una empleada declaró que se había contratado más personal por la temporada, pero nadie nota que el incremento se convierta en un mejor servicio.

En Sanborns, por ejemplo, es ya anecdótico que la gente se agolpe frente al mostrador donde se supone cobran los libros, periódicos y revistas que uno pretende adquirir, sin que algún empleado diga esta caja es mía. Cuando finalmente alguien informa sobre dónde pagar, la respuesta es “en cualquier caja”. Usted puede ir a cualquier caja y el resultado va a ser el mismo… un vacío sideral que invita a la fuga del establecimiento, previa utilización del material de lectura como proyectil con destino en alguna de tantas superficies inhóspitas que pueblan el planeta de Slim.

Incluso en establecimientos de vieja prosapia sonorense, las empleadas deambulan sin destino manifiesto y los jóvenes de aspecto andrógino contratados por las fechas no saben de qué le puede usted estar hablando o, de plano, ignoran su derecho a ser atendido como cliente. La incomunicación y el desgano establecidos como norma niegan en los hechos el interés del comercio de “servir a usted”.

Algunos comentan que el desapego de los empleados por su trabajo se debe a que la recién aprobada reforma laboral no ofrece estímulo alguno a los trabajadores, porque saben que están ahí de paso y que sus derechos se reducen a la mínima expresión. No tiene derecho de reclamación alguna, saben que no harán huesos viejos en la empresa, que no generarán antigüedad legalmente reconocida, que lo suyo es una vida labora sujeta a la eventualidad, sin asidero ni compromiso alguno, porque así lo quisieron los empresarios y sus empleados legislativos y gubernamentales.

Como una epidemia, la apatía y el desaliento perfilan el carácter del nervio de la economía, su fuerza laboral ahora ante la realidad de su verdadera importancia: su carácter de desechable marca pautas de conducta que no se relacionan en nada con la pertenencia, el apego y la lealtad a la empresa que se traduce en creatividad, productividad y amor la camiseta. Los nuevos parias laborales invaden los comercios en esta temporada navideña, sabedores que el trabajo será eventual, por lo que no tiene caso esforzarse. Nadie lo reconocerá ni agradecerá. En estas condiciones, el cliente puede esperar, como también la reactivación económica y la tranquilidad social.

Estamos en vísperas de otra navidad, así con minúscula, signada por el consumismo desaforado y la inhumana vocación depredadora de las corporaciones trasnacionales y sus gobiernos títeres en función de gestores de la enajenación y devastación nacional.

Esperemos que la Navidad de otros tiempos más anchos y amables logre penetrar el escudo del cinismo que nos agobia. Así sea.

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