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jueves, 13 de diciembre de 2012

Tras el telón de la novedad

Inicia sexenio y terminan, o empiezan a hacerlo, las dudas e incertidumbre sobre el desempeño del actual y recentísimo primer mandatario constitucional sobre ciertos aspectos centrales para la vida ciudadana y la convivencia pacífica, pues cada vez resulta más claro el verdadero significado de la novedad.


La misma gata, nomás que con melena.
Viejos fierros sirven de soporte al entramado gubernamental, añejas estructuras soportan la capa de cartón y engrudo que decora las paredes del nuevo edificio administrativo y político nacional. El olor a tiempo pasado no cede ante los efluvios de los aromatizantes vertidos por las televisoras en generosas cantidades, cuando mucho remojan los tapices y las capas de pintura democrática aplicado con alto costo en la sede del Ejecutivo federal.

El olor a nuevo es producto de la cosmetología por encargo, de los perfumes de importación, de las esencias caras pagadas a golpes de publicidad y escarnio a la pobreza e ignorancia del populacho, a la venalidad de jueces y estructuras políticas, a la masa de conveniencias privadas a la sombra del poder público, aunque quizá la fuente más rica y generosa sea la estulticia de muchos y el cinismo con que se encubre la amoralidad de un país sin rumbo propio.

Quizá la novedad sea la pérdida del sentido de las proporciones, el difuminado de la línea entre lo público y lo privado que permite que campañas como las de Televisa se conviertan en asunto público, como lo demuestra la generosa participación y donación del gobierno de Peña Nieto, el de Michoacán y el de Sonora, entre otros, a la bolsa del Teletón. La viscosa cursilería que manifiestan pretende encubrir los claros matices de evasión de impuestos a cargo del incauto donante ciudadano, que paga sin saberlo los impuestos de la televisora.

Otro asunto que inflama la indignación ciudadana es el de las detenciones arbitrarias de que ha hecho gala el gobierno de EPN desde su primer día. Actos fallidos de un gobierno con vocación autoritaria que viola la ley y que declara culpables a su antojo y que luego los obliga a demostrar su inocencia, siendo que es quien acusa el que debe demostrar la culpabilidad del otro. En el mundo patas arriba del neoliberalismo de guarache en su fase aberrante, la justicia no sólo es ciega sino absurdamente autodestructiva, ya que la ilegitimidad corroe las entrañas del sistema y se tiene, ante la falta de pruebas, que dejar en libertad a los falsamente inculpados.

Ahora se pacta por México, por lo que cualquiera puede dudar acerca de la necesidad de una ley de responsabilidades de los funcionarios federales y del marco normativo que existe en el país, ahora arropado en la necesidad de los actos protocolarios, de los rituales fotografiables que llenan planas periodísticas pero no las expectativas del ciudadano común. Tenemos carretadas de funcionarios posando para la prensa, declarando su fe republicana envueltos en olor a trasnacionalidad maliciosa y a reforma estructural necesaria para la preservación del sistema, aunque no poseemos los mínimos de bienestar requeridos para seguir conservando el alma pegada al espinazo.

Es verdad sabida que la cosecha de pobres en cada sexenio es pródiga en desmentidos y maquillajes, y que los culpables de la depredación nacional son los más furibundos defensores de la libertad de mercado, de la imitación extra-lógica de modelos y prácticas económicas y políticas, de las poses democráticas en una república chatarrizada y exhausta. Queda claro que la intención del gobierno es superar al anterior en materia de discursos y promesas, de llegar a la meta con el mayor número de declaraciones hechas y más páginas de periódicos colmadas de salivosas evacuaciones demagógicas, independientemente de la ridiculez implícita en querer negar o disimular la realidad que nos golpea día con día.

Tras el telón de la novedad, sigue existiendo el México neoliberal que se retuerce mientras orada y consume la sustancia nacional. Somos un organismo parasitado que requiere, para su salvación, una vigorosa acción limpiadora. La salud de la república lo exige y el pueblo, aunque distraído por la televisión con la muerte más reciente, lo demanda.

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