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domingo, 26 de agosto de 2012

Un país por resolver

De repente nos enteramos de que la autoridad electoral pasa por ser alcahueta de fraudulentos y timadores en una elección por demás importante para el futuro de la nación. Los señores magistrados argumentan la justeza de su decisión y lo legal de su juicio con la jerga que acostumbran los propietarios cuando no administradores de la ley. Aturden con su petulancia y molestan con su insolencia prepotente y obscena a cargo del erario, en evidente desprecio al interés ciudadano. Se desestiman pruebas que podrían nulificar la elección y las irregularidades de que está preñada se perfeccionan al momento de emitirse el fallo inapelable desde las formalidades de la justicia por encargo.


Aclaro que no es mi intención cargarle a usted una retahíla de lamentaciones que, aunque fundadas, quizá suenen a reiteraciones inútiles de algo que es ampliamente sabido y suficientemente documentado, toda vez que la nación entera es testigo y los propios actores “del otro lado” no pueden negar válidamente las trapacerías cometidas en el proceso electoral y el desaseo insólito en que se incurrió desde las más altas cúpulas políticas y empresariales. La magnitud del enojo popular se puede ver en filmaciones que se comparten en las redes sociales, además de los testimonios y el sin fin de pruebas que se acumulan sin llegar a tocar las fibras más sensibles de la legalidad que los señores magistrados y el IFE están obligados a defender.

Al parecer estamos en un país donde la simulación, sobre todo en aparentar respeto a las leyes, basta para satisfacer el escrúpulo de violarlas de manera sistemática, viciosamente contumaz, machaconamente cotidiana. Las autoridades parecen estar por debajo de la medida que califica al funcionario capaz y la irresponsabilidad en el ejercicio de las funciones bien puede disimularse con la apariencia, con el simulacro de acciones que responden a la solución de problemas reales que, sin embargo, permanecen intocados según la percepción de los directamente afectados.

Somos una nación donde los distractores suplen a las soluciones para colmar el sensacionalismo de la prensa y la morbosidad de los consumidores; donde la injerencia extranjera pasa por cooperación y ayuda y en la que la soberanía nacional es una pantalla verbal sin fundamento objetivo en nuestra relación con el norte, merced a la escasa vena patriótica de los gobernantes neoliberales y a la indolente ignorancia o desinformación de los ciudadanos. Los gringos se pasean por el país como Pedro por su casa y dictan cátedra de cómo resolver los problemas de seguridad en una nación donde la principal fuente de inestabilidad han sido los apetitos expansionistas y el militarismo de nuestros vecinos del norte. Agentes federales extranjeros con cobertura diplomática hacen de instructores y aleccionan a nuestros militares, tirando por la borda las lecciones de la historia patria y los abusos a que hemos sido sometidos por una vecindad basada en la inequidad, el desprecio y la injerencia.

Los gobiernos neoliberales se han empeñado en desestimar nuestra historia, tradiciones e identidad en aras de empujarnos a una dependencia que se ha acrecentado y que llega a colapsar cualquier estructura nacionalista que insinúe independencia. No sólo dependemos económicamente del extranjero sino que lo hacemos en lo político y lo cultural, a lo que se añade lo relativo a la procuración de justicia y seguridad nacional. Así, “cooperando” con Washington y socios primermundistas, carecemos de banca nacional y los sectores productivos son apéndices de las trasnacionales, llegando a penetrar, a ciencia y paciencia del gobierno, en sectores estratégicos para la nación como el petrolero y eléctrico.

Por citar un caso, la otrora floreciente industria cinematográfica celebrada internacionalmente, ahora se complace en imitar temáticas, actitudes y valores que cumplen labores de transculturación y pérdida de identidad nacional. En el arte escénico y en la vida cotidiana sudamos calenturas ajenas.

Actualmente, comunidades pensantes nacionales se aprestan a protestar enérgicamente contra lo que se ha considerado una imposición de Televisa y los poderes fácticos. La voz popular dice y repite que no se permitirá la imposición de EPN en la presidencia de la república. El horno nacional no está para bollos copetones.

Valdría la pena recordar a todos que a soberanía de la nación reside en el pueblo y éste tiene en todo momento la facultad de cambiar su forma de gobierno. Por lo pronto, pensemos en el país y sus altos intereses, en la ínfima estatura de sus gobernantes y en la terrible prostitución de sus funcionarios. El sentido común sugiere la necesidad de cambios en un sentido progresista y, lamentablemente, los gobiernos neoliberales del PRIAN no son esa alternativa. A estas alturas, me parece que tiene sentido sugerir que el día 15 de septiembre el mejor escenario es dejar solo a Calderón y gobernadores neoliberales, y celebrar a la Patria en otro lugar que tenga sentido histórico-político en la defensa de la soberanía, la identidad nacional y las libertades que la Constitución consagra. Usted proponga.

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