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miércoles, 27 de junio de 2012

Tribulaciones (de un ciudadano al borde de un ataque electoral)


Ha corrido mucha tinta por el drenaje electoral de Sonora, de suerte que las calles y avenidas lucen, un día sí y otro también, saturadas de afiches, pendones, calcomanías, volantes, carros de sonido que publicitan rostros aún desconocidos, unidades del transporte público convertidas en aviso espectacular, grupúsculos de entusiastas mercenarios electorales fingiendo convicción en sus proclamas, música arrabalera que se une a la estridencia de los medios electrónicos que antes servían para informar y divertir, y ahora para hacerlo a usted partícipe de la bancarrota de la palabra, la prostitución de la imagen y la banalidad del discurso.

El escenario en el que se presenta la obra electoral está listo: por las calles y plazas menudean los indigentes, se aspira la fetidez de las aguas negras que fluyen con total impunidad por muchas vialidades de la ciudad capital de Sonora, las aceras presentan las pruebas del descuido, el deterioro, la suciedad y el abandono; y para colmo, el ciudadano de a pie es el objetivo que persiguen afanosamente los automovilistas convertidos en cafres citadinos en pos del trofeo de un atropellamiento impune. De repente la presencia de carros fantasmas salta a las páginas de los periódicos y a las estadísticas de muertes por exceso de velocidad, distracción telefónica en plena marcha y otros temas similares que tienen el mismo final: un peatón menos y un homicidio imprudencial que queda en el anecdotario de los casos sin resolver. Caminar en Hermosillo es una actividad de alto riesgo (cívico, físico y emocional), bajo la mirada autocomplaciente del PAN-gobierno.

Si la visión de un indigente de sexo femenino tirada en media acera acompañada de un perro expectante es deprimente, con más razón lo es ver la cantidad de materiales impresos tirados en todos lados, y qué decir de las despensas, gorras, juegos de pichel y vasos, sacos de cemento, viáticos, comidas de barriada, renta de almacenes, locales para oficina, mobiliario y equipo, camisetas impresas, plumas, llaveros, y grandes cantidades de dinero en efectivo repartidos entre manos ávidas de que les “caiga” algo. Deprime porque demuestra que el nivel de civilidad está a la altura del drama económico que vive la población del país; indica que la lucha política se reduce a la parte electoral y ésta a la gestión pavloviana del voto: te doy para que me des.

Por otra parte, se tienen muestras de que la cultura no pasa por las oficinas de los candidatos, ni siquiera en su dimensión ortográfica: Al bodrio de llamar por su apodo o diminutivo a los candidatos de la derecha panista, hay que agregar la ridícula errata del término “presidenta”, siendo que cualquiera sabe, o debiera saber, que se llama presidente al que preside, sea hombre o mujer o panista. En igual sentido va la ridiculez de usar el símbolo de arroba (@) para indicar referencia a uno y otro sexo, con lo que se ignora que según la gramática los términos: “los”, “compañeros”, “ciudadanos” se usan para referirse a un conjunto formado por individuos de uno y otro sexo. Es igualmente lamentable que les dé por escribir “género” cuando se refieren a sexo.

Cuando se juega a la equidad manejando solamente la apariencia, es el lenguaje el primero en sufrir los efectos de la farsa que chatarriza la idea de mundo de los hablantes, porque resulta que la incultura, la invalidez intelectual y la inercia sirven de maestros en el uso de términos y conceptos que pronto encuentran cabida en el mundillo de la política enfermiza y subdesarrollada, y se convierten en el lenguaje políticamente correcto de muchos, aunque ignorantes, bienintencionados usuarios.

Por otra parte, el correo se ve inundado de mensajes con los cuales uno pudiera estar o no de acuerdo, aunque resulta un tanto preocupante que, a pesar del conocimiento del remitente, sigan llegando aquellos con los cuales uno definitivamente coincide, y que tuvieran mejor destino en otros buzones en cuyos dueños quizá influirían. Me llegan muchos correos que elimino por necesidad, porque mi decisión de voto está tomada. A usted y a mí nos podrá pasar por la mente qué pensará el remitente que nos apabulla de esa manera: ¿Supone que voy a cambiar de opinión de una hora a otra? ¿Pensará que está haciendo una labor política fantástica al acatarrarme de propaganda de mi propio candidato? ¿Es acaso un onanista político que se complace en vaciar en mi buzón las evidencias de su autosatisfacción? ¿No tendrá otros contactos, por ejemplo de otras preferencias electorales, o de ninguna? ¿Pensará que tiene sentido hacer gala de su fervor y me toma por testigo involuntario de tal compulsión? ¿Me toman por un jubilado político cuya única actividad es la de reciclar la buena nueva del futuro prometido por tal o cual candidato? ¿No me dan crédito respecto mi capacidad para tomar decisiones? ¿Alguien trata de atribuirse el sentido de mi decisión electoral? ¿Tengo por interlocutor a un ser ridículamente inseguro que viste y exhibe demencialmente la camiseta de mis preferencias?

Por fortuna, ya estamos al borde de la elección y toda esta galería de despropósitos, estridencias, aspavientos, falsedades, manipulaciones, derroche y prostitución electoral, quedará clausurada hasta nueva temporada. Espero ansiosamente el domingo 1 de julio, para depositar mi voto en favor del cambio verdadero y, desde luego, defenderlo como se defiende nuestro derecho a un futuro digno y justo para todos. Llevaré crayón o marcador para evitar usar el lapicito del IFE, porque el grafito se borra fácilmente y la tinta queda, como queda clara nuestra voluntad de construir un México mejor. Que así sea.

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