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viernes, 2 de marzo de 2012

Farol de la calle


Lágrimas de cocodrilo
 No lo podía creer. La vista se me nubló momentáneamente ante el impacto visual de esas letras negras indubitables que me machacaban en la conciencia que México había aumentado su aportación al FMI, ¡para rescatar el euro! Como broma era demasiado, como burla alcanzaba niveles de ofensa sangrienta.


Como sabemos, México es un país tercermundista, subdesarrollado y dependiente en grado patológico de las importaciones extranjeras en alimentación y tecnología, que apenas resuelve su situación de colonia occidental con una apariencia cada vez más desangelada de país soberano, que somos primario-exportadores y que el petróleo es la principal fuente de divisas, pero que se ve cada vez más en propiedad de empresas extranjeras gracias a la permisibilidad lacayuna de sus gobernantes.

Que cerca de 14 mil millones de dólares de la reserva irán a engordar el cepo de la coperacha internacional a cuenta de México y en favor de la economía europea, donde se inventó la civilización occidental, la colonización del resto del mundo y que pudo desarrollar la industria y el comercio en perjuicio de los demás países integrantes de la periferia. Europa, que junto con Estados Unidos ha azotado al planeta en guerras preventivas y actos de depredación internacional, asesinando a millones de seres humanos y convirtiendo el terrorismo en fuente de utilidades privadas.

El Senado de la República periférica de México ha aprobado el rescate de la iniciativa privada europea y a sus corruptos e impopulares gobiernos, plegado a los designios del propio FMI y la OTAN, cuando no ha sido capaz de apoyar el financiamiento del IMSS y el ISSSTE y que ha desmantelado la seguridad social mexicana, en beneficio de las empresas privadas de seguros y los servicios de salud de paga.

De alguna manera, mi mente recorre los eslabones de la época colonial, la independencia y la vida convulsa del México independiente, donde las formalidades constitucionales chocaron con frecuencia contra los rigores de la realidad desigual que vivimos. Somos una república democrática, representativa y popular; un estado federal, libre y soberano y, según reza el texto constitucional, el gobierno debe impulsar el desarrollo integral y se obliga a planearlo, con planes y programas que tendrán como período de vigencia lo que dure el mandato presidencial. Sin embargo, vemos que, desde el período de Salinas, los compromisos son transexenales y ponen en graves problemas la viabilidad del país, fortalecen su dependencia, impiden su progreso y cancelan las vías de su desarrollo independiente.

Lo que tenemos es un país donde la tortilla ha incrementado su precio más de 500 por ciento desde el año 2000, que inaugura la etapa del neoliberalismo panista; donde cada año el precio de las gasolinas es mayor y los costos del consumo eléctrico aumentan, mientras que PEMEX incrementa la presencia de intereses extranjeros en procesos vitales para la industria petrolera nacional, y la CFE es víctima de un proceso de obsolescencia acompañada de dependencia de proveedores privados del fluido eléctrico.

El rescate de la economía europea por parte de la periferia suena a charada, si se considera con seriedad la insistencia en darle vida artificial a un sistema financiero que solamente ha servido para profundizar las asimetrías entre aparatos productivos y empobrecer a las poblaciones. Lo ideal en este caso es propiciar el derrumbe de la zona euro y el sistema financiero internacional inviable bajo las premisas actuales, y revalorar el funcionamiento independiente de las economías que interactúan en Europa y el resto del mundo. Tendría que verse críticamente la absurda existencia de organismos internacionales que solamente han servido para legitimar la explotación codiciosa de los recursos naturales de la periferia aún primario-exportadora. Ahora resulta que las sardinas deber preocuparse por el sustento de los tiburones.

El absurdo resalta cuando vemos que el pueblo griego será aún más cruelmente explotado por el FMI con la participación obediente del gobierno nacional quien se empeña en recortar gastos esenciales e incrementar las cargas tributarias, en una situación donde el desempleo, la inseguridad y el cierre de empresas es cosa de todos los días. México, por su parte, vive una tragedia humanitaria por el incremento de la pobreza y las condiciones climáticas adversas. Grandes fajas de la población padecen desempleo y están condenados a la informalidad y al subempleo precario. En estas condiciones, ¿no es absurdo apoyar economías extranjeras ignorando la gravedad de la situación propia? Si el peso nacional en la toma de decisiones del FMI es insignificante, entonces ¿a qué juegan los señores legisladores?

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