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domingo, 20 de noviembre de 2011

Un aniversario...

La prensa da cuenta de la cantidad de participantes en el desfile del 20 de noviembre, demostrando que la cantidad puede ser mejor argumento que la calidad. Los miles de hombres, mujeres y niños puestos en la coreografía que imita las varias actividades deportivas combinando con el vestuario y el arte de la charrería, se ve complementado con la música folclórica para dar la ilusión de estar en un rapto histórico, en una especie de reproducción de algo que es heroico en la medida en que la imaginación se vea alimentada con el conocimiento del pasado.


Las estampas sugerentes de un país en marcha donde los participantes son jóvenes, sirve para los fines de la inducción patriótica y la trivialización de la ideología, aunque nadie dejaría de sentir algo en sus entrañas, como puede ser la vaga sensación de agruras al ver que un gobierno conservador formaliza un capítulo de nuestra historia quitando las páginas donde aparecen las demandas de un pueblo que no ha terminado de lograr su cumplimiento.

A pesar de haber sido fuente del gobierno que dijo reivindicarlas, aquellas exigencias populares contra los explotadores, contra un gobierno espurio manchado de sangre, por la vigencia del texto constitucional y el estado de derecho, por la libertad municipal y el progreso de las comunidades, por el reparto agrario y mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, permanecen en espera de ser cumplidas. Del dicho al hecho hay aún mucho trecho.

En los años 90 el gobierno optó por eliminar del discurso las referencias a la revolución y a inicios del siglo XXI, la derecha en el poder decidió cancelar la celebración de la fecha al igual que del día del trabajo, en un acto de negación de la memoria que huele a demencia programada, lo que sólo es posible si se consideran peligrosas las ideas y el recuerdo de los eventos que han marcado nuestra historia. El olvido intencional revela culpa y la eliminación oficial del recuerdo supone la voluntad de manipular el consciente colectivo hacia el aplauso del espectáculo y no del contenido.

La opinión pública podrá comentar sobre los vestidos, de lo atractivo del espectáculo, de lo monas que lucían las chicas, de lo bien que pitaban las ambulancias, los carros de bomberos, de lo pequeño de las faldas y lo favorecedor del ejercicio. Pero del contenido ideológico político de la revolución, ni hablar.


Villa y Zapata
 Sucede que la memoria de las luchas de nuestro pueblo conlleva una cierta carga de compromiso, de responsabilidad generacional incómoda, de exigencia del pago de una deuda que crece en la medida en que el país no avanza en democracia ni en justicia social, sino que retrocede al levantar, en la práctica, las banderas del “orden y progreso” como consigna de la burguesía liberal en el discurso pero cerrilmente conservadora en sus intereses. Con fluctuaciones dramáticas, el siglo XIX mexicano deja un legado de profundas asimetrías que la Revolución pretende resolver.

El movimiento armado de 1910-17 es sucedido por el congelamiento de las consignas y la institucionalización del cambio, que se instituye políticamente en 1929 para dar giros importantes en 1934 y en 1946. La sinuosidad de la lucha convertida en argumento de venta política alcanza una trayectoria lineal a partir de 1982, inaugurando la contrarrevolución y el achicamiento del Estado, lo que se profundiza en los años 90 para revelarse proyecto de la derecha y el conservadurismo neo-porfirista en la primera década del siglo XXI.

Estamos, entonces, ante la curiosa situación de una conmemoración descafeinada, descremada y homogeneizada, reducida a su mínima expresión y rodando por la pendiente del absurdo, por ser su contenido opuesto a su forma, por implicar una renuncia objetiva al movimiento social de 1910 y sin embargo, una cierta adhesión al folklorismo que se le atribuye, como si conservando la ropa del difunto pudiéramos ignorar sus ideas y experiencia de vida.
Es posible que la ciudadanía consciente, la nueva oposición, la reciente disidencia, recoja lo que otros dejaron en su camino hacia la cloaca neoliberal, y como el ave fénix, los ideales de la Revolución surjan de sus cenizas con la fuerza de la promesa de quienes lucharon en los campos y ciudades de la patria por su bienestar y progreso. Podremos decir entonces que somos muchos y no olvidamos.

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