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viernes, 11 de noviembre de 2011

Irritación democrática

El mundo se encuentra masticando con celeridad rumiante las incidencias de la tragedia griega que bajo los auspicios del FMI es escenificada por la Unión Europea en el contexto de la zona del Euro. Los papeles son intercambiables y no falta la atinada versatilidad de la coreografía, el sonido y la iluminación, sin dejar de lado la dirección escénica subrogada en forma mancomunada a Alemania y Francia.


Sin duda el espectáculo abre las posibilidades de aplicación en el primer mundo de las recetas siempre exigibles a la periferia del sistema, cuando se descubre que no todo lo europeo huele a progreso y actualidad y donde la fea palabra “subdesarrollo” encuentra aplicaciones ilustrativas. Las lecciones de Portugal, Grecia, Italia y España, para contar con una sola mano, son altamente didácticas sobre las implicaciones de pertenecer a un club exclusivo que puede ser excluyente. Dicho de otra manera, los pocos se pueden reducir a menos cuando de la salud económica se trata, a pesar del esfuerzo de homogenización fundacional de la Unión Europea.

Sucede que la realidad es más compleja que las cuentas planas y uniformes que se hacen en la contabilidad del FMI con sus modelos o recetas fabricados en la superficie acogedora del escritorio ejecutivo, la mesa de juntas o los gabinetes de estudio en los que disponen de tiempo, recursos y autoridad para formularlos y exigir su implementación sin el conocimiento y la legitimidad necesarios para ello. Mientras tanto, Angela Merkel se erige en la cabeza aparente de un cuarto Reich que resuma fascismo económico ahora inspirado en los ajados valores de occidente con epicentro en la deuda de personas y países.

El caso concreto de Grecia, permite revalorar otros conceptos, como por ejemplo el de la soberanía nacional, venido a menos ante la imperiosa necesidad de vivir la vida loca de la actualidad centralista y unipolar del pensamiento económico dominante, y penetrar los misterios de la realidad orweliana que hace posible que los países más endeudados y dependientes del exterior sean los que modelen la economía y las finanzas. Alemania depende de sus exportaciones y ha congelado los salarios desde hace 20 años, con grave daño para el empleo y el ingreso de millones de trabajadores y sus familias, porque a lo anterior se añade el deterioro de la seguridad social. Guardando las proporciones, en Estados Unidos la pobreza avanza y cada vez se convierte en salida “necesaria pero dolorosa” en recorte de recursos destinados a programas de bienestar social, pasando por los recortes en educación y la privatización de los planteles del nivel básico, lo que debe sumarse a la desprotección creciente de los viejos, los desempleados y los jóvenes que si llegan a conseguir financiamiento para sus estudios, terminan con una deuda impagable.

No es necesario recordar a usted que Estados Unidos ha sostenido su economía a través de fabricar pretextos para intervenir militarmente en otros países, de ahí que, en esencia, dependa del exterior para sostener una economía basada en el consumismo y el desperdicio. Lo alarmante de esta situación es que el equilibrio precario de la convivencia multilateral basada en relaciones asimétricas descansa sobre el bienestar de las familias. En los países integrantes de la Unión Europea, como en Iberoamérica, los costos de la crisis corren por cuenta de las clases trabajadoras, cada vez menos capaces de acceder a los mínimos de bienestar.

La tragedia griega representa los avatares de un mundo sin conciencia, perdido en los vericuetos de un modelo económico mundial que profundiza las diferencias entre ricos y pobres, ignora la diversidad cultural y política de las naciones, y procura el crecimiento, el control de la inflación y las ganancias del capital pero no el desarrollo, la calidad de vida y el respeto a la identidad y la cultura propia y ajena.

Bajo el supuesto de homogeneidad y conformidad, las medidas económicas que se imponen chocan con la heterogeneidad e inconformidad de los ciudadanos agredidos en todo lo ancho del mundo, de ahí que, ante la falta de oportunidades, cancelación de espacios, evaporación de expectativas de proceso y bienestar, la indignación cunde y se ancla en la conciencia colectiva, en un florecimiento de la diferencia, de la identidad, de la capacidad humana de reaccionar defensivamente ante la amenaza o agresión.

Los indignados son, en Europa y América, el rostro de una nueva humanidad posible. Se bosqueja un nuevo estado de la relación entre el ciudadano y el poder donde la voz del derecho y la razón vayan de la mano en busca del bien común. La indignación permite suponer que otro mundo es posible.

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