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domingo, 4 de septiembre de 2011

Mes de la patria

Cada año se cumplen ciertos rituales que revelan la vocación social de repetirse, de volver a hacer los mismos actos y seguir por las mismas rutas. Somos seres rutinarios, anclados en las situaciones conocidas, en el uso del lenguaje como reiteración de lo aprendido, como expresión de la conciencia en grado de calcificación conceptual.



Estereotipa, que algo queda
 La historia sirve como referente de trayectorias preñadas de fatalidad, así podemos oír y después decir que los culpables de la debacle nacional somos nosotros los ciudadanos y no el sistema económico y político que se nos ha impuesto; la economía y la política son así porque lo merecemos, porque no cambiamos, porque somos corruptos y acomodaticios, de suerte que el que llegue al poder también fracasará debido a que el logro nos es negado a partir de nuestro código genético, porque somos mexicanos.

Las malas nuevas o, más bien, las noticias de nuestra fatalidad genética son el elemento recurrente que nos define y da identidad. Las buenas noticias vienen, en consecuencia, de fuera. Lo exógeno es la salvación de la aburrida idiosincrasia nacional, que lucha entre bostezos por seguir siendo igual cada cambio de gobierno, y cada proceso electoral sirve para refrendar nuestra indisposición por arriesgar el voto en favor de opciones que no están consagradas por la costumbre. Por ejemplo, la idea del voto útil demostró en su momento la ausencia de una ideología progresista capaz de vencer el pragmatismo changarrero de ir con el posible ganador.

En este sentido, va la idea de nulificar el voto como la declaración de renuncia a toda acción contra la corriente dominante del sistema que decimos repudiar por hartazgo. La indignación no llega a ser palanca de acción y de defensa de la libertad y la democracia, del progreso y el bienestar de los pueblos. Los protestantes resultan ser, en el fondo, protectores del estado de cosas que proclaman rechazar, y la propuesta de llegar a los procesos electorales con la convicción de votar por sus convicciones y defender organizadamente el sufragio emitido, cae por tierra a cambio de un colaboracionismo disimulado, vergonzante, pero igualmente dañino para el avance del pueblo.

En el mes del informe presidencial, la nación no se muestra esperanzada ante el gran repliegue del Estado frente al mercado. La apatía permite que el gobierno deje de cumplir con los rituales de antaño: el informe presidencial es un simple gasto de papel impreso y empastado que se deja en la oficialía de partes del Congreso, o ñoñeces circuladas por las redes sociales. El Ejecutivo le manda cartas desde lejos al Legislativo y el Judicial trabaja en sacarle la vuelta al texto constitucional de acuerdo a las necesidades del mercado, declarando la constitucionalidad de ordenamientos que agreden y menoscaban la economía ciudadana y la soberanía nacional.

En el nivel federal, la celebración del Grito de Independencia cae en los linderos de la ironía, de la historia nacional como farsa septembrina que se representa con gran despliegue de recursos visuales en una escenografía y pirotecnia que, ahora, da de comer a empresas extranjeras. Vacía de contenido la representación navega en las aguas del espectáculo, del mega-comercial, del macro-anuncio publicitario, que reivindica las artes de la simulación y declara obsoletas las raíces de nuestra nacionalidad y las luchas aún no concluidas por lograr independencia y libertad.

Septiembre, el mes de la patria, dejó de ser la magnitud temporal de nuestra reflexión política que resume los logros y los fracasos de un año más de vida institucional, para convertirse en el escenario amargo de una farsa en seis actos. Debiera ser el tiempo de la recuperación de la memoria histórica nacional, de la reconsideración del proyecto y el camino, de la rectificación del rumbo y de la reorganización de las fuerzas motrices de nuestro provenir.

Ni Palacio Nacional ni el Palacio de gobierno estatal sirven de referentes materiales dada la institucionalidad perdida y dilapidada. En ese sentido, vale la pena conmemorar los días nacionales de septiembre en casa, con los amigos, en la comunidad con la que compartimos ideales y esperanzas. Dejemos que los muertos entierren a sus muertos, digamos sí a la vida y renovemos nuestro amor por México. Que “reformitas” Calderón y, en Sonora, “bocinitas” Padrés junto con “fuentecitas” Gándara se queden solos. El pueblo debe recuperar su autoestima. Empecemos.

1 comentario:

noxd dijo...
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