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domingo, 5 de junio de 2011

A punto de expirar

En memoria de las 49 víctimas que no debieron serlo.


Nada parece estar en punto de perpetuidad sino que, desde donde se vea, en el de cambiar o desaparecer mediante el expediente del olvido, la apatía, las mundanas distracciones de la vida cotidiana, la propia complejidad de situaciones en las que nos vemos sin tener, muchas veces, la capacidad para resolverlas más allá de la simplicidad de decir “mañana”, “después”, “no importa”, y dejar que corra el agua de la insolvencia moral hasta la alcantarilla de nuestra aparente tranquilidad. Una conciencia anestesiada puede sufrir la extracción de una muela moral, aunque el dolor posterior sea uno más de los recuerdos que se curan con antiinflamatorios y analgésicos sociales.

La fecha es más que significativa: el 5 de junio no se olvida, aunque su recuerdo sea solamente una fórmula ritual que las autoridades se empeñan en reconocer y, sin embargo, la tranquilidad de las aguas de la justicia solamente describen círculos concéntricos cuando alguien arroja piedras en forma de funcionarios inhabilitados y empleados menores presos. Mientras tanto, el charco de tinta formado por las lamentaciones social y políticamente correctas no toca la blancura de los ropajes de los autores intelectuales o materiales de la tragedia, demostrando que la ley sirve, en su aplicación, a la discrecionalidad que en su papel de prima hermana de la corrupción, salvaguarda prestigios familiares y conveniencias políticas.

Si bien es cierto que la justicia no está tan unida a la ley, se espera al menos un poco de decencia por parte de los funcionarios que persiguen los delitos y aplican las normas del derecho vigentes, pero la autoridad, después de dos años de espera, se conforma con jugarnos bromas pesadas, albures legales, ejercicios de cinismo y expresiones de vacuidad moral dignas de antología.

En este marco, lo que está a punto de expirar es, no el delito ni su memoria, sino la paciencia de muchos que creen por inercia en la competencia de las autoridades y en la palabra de quien gobierna. Cada hecho socialmente traumático unido a la cotidianidad tremenda que se vive, agudizan el sentido de la disidencia, de la resistencia ciudadana ante la agresión permanente contra la calidad de vida convertida en política de Estado desde los años 80. Así las cosas, a las 49 víctimas fatales de incendio de la Guardería ABC, habría que agregar los más de 50 millones de pobres que navegan como ciudadanos sin tener acceso a los mínimos de bienestar, a los empleados fantasmas que producen y son víctimas de explotación laboral sin aparecer en las plantillas de personal, sin tener derechos sociales, sin existir plenamente en la seguridad social. Hay millones de personas que trabajan gracias a la firma simultánea de contratos y finiquitos, de trabajadores permanentemente a prueba, envejeciendo en los empleos sin tener derecho a la pensión o jubilación. En este caso, puede decirse que la caducidad de los eventos y situaciones va en razón directa proporcional al nivel de conciencia de las personas que los sufren.

Lo anterior significa que sufrir una situación no nos hace únicos sino que nos identifica con otros que padecen lo mismo. Si somos seres gregarios por naturaleza, entonces se supone que la comunicación del problema contribuye al proceso de identificación que deviene organización para su solución. De ahí el origen y la existencia de los sindicatos.

Pero las características de la organización dependen en mucho de su contexto real y, desde luego, el formal. Puede existir una organización con una determinada vocación y sin embargo no funcionar para el objeto social declarado, como puede no encajar exactamente en la ley la existencia de la misma, a pesar de que actúa e influye en las decisiones ciudadanas.

Los ciudadanos estamos ante una disyuntiva clara: seguir haciendo el caldo gordo de politicastros parasitarios o renovar la esperanza cívica creando las instancias que requerimos parta el cambio verdadero. Por decir algo, una organización ciudadana que tenga la cohesión necesaria para participar en los procesos electorales y defender el voto. En este caso, la triste idea de que hay que votar por el que tiene posibilidades de ganar es tan ridícula como el abstenerse. En ambas posiciones se defiende el estatus a la par que se acepta el papel de víctima de una violación de derechos. Lo recomendable es votar por quienes garanticen la veracidad de un proyecto político transformador, sin importar que sean “partidos pequeños”. Un partido es pequeño por sus ideas y propósitos, no por su tamaño. Pongamos las cosas sobre sus pies en vez de insistir en dejarlas de cabeza.

Nada de los que nos deben está a punto de expirar, sino la vigencia de un estado de cosas injusto y excluyente. Cambiemos por razones de salud, y en legítima defensa.

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