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viernes, 27 de mayo de 2011

Permítame tantito

No era por la sordidez del argumento sino por su dudosa capacidad exculpatoria. La declaración de Calderón sobre el éxito de la guerra contra el narco ponía en vilo la imaginación y casi se escuchaban los estruendos del derrumbe de edificios masivo que la II Guerra ocasionó en Inglaterra. Sir Winston atrincherado en su habano con gesto adusto mascullando alguna mentada de madre al fascismo alemán mientras dirigía la estrategia y supervisaba la táctica militar en el teatro de guerra. Por otro lado, Calderón atrincherado en la marina nacional y en las predecibles misiones de inteligencia que envía a cada parpadeo el inefable Tío Sam, en el teatro del combate al narco y a la solución neomalthusiana del daño colateral como política de control demográfico.


Sin duda alguna, el terror se ha instalado en México a imagen y semejanza de Colombia, así como las bases encubiertas que le conceden el juguete al niño post-fechado que parece habitar en los vericuetos de la Casa Blanca, en los entretelones de la diplomacia de dos caras, en las excusas prefabricadas de los intervencionismos de los últimos días.

El nivel de deterioro de la sociedad, entendido por esto la precariedad de la convivencia civilizada y respetuosa de las leyes y normas de conducta moral, tiene como origen la debacle económica. Probablemente sea complicado entender para el gobierno federal y los locales que la economía determina la dinámica de las relaciones sociales en el juego entre productores y consumidores, oferentes y demandantes, intereses privados y el interés público. De la vida económica pasamos a la vida social en cuyas interacciones los seres humanos se relacionan, interaccionan, coinciden y disienten, se agrupan e identifican en clases sociales, en grupos de interés de diversa vocación, que finalmente se constituyen en actores del acontecer social y económico de la comunidad, llegando a la dimensión política en tanto que actúan de acuerdo a principios y valores reconocidos por el grupo, tienen un plan de acción y lo ejecutan de manera coordinada y concertada. Los partidos políticos aglutinan a la ciudadanía en torno a un proyecto de nación, a un programa de acción cuyos objetivos y metas están a la vista y se plasman en su propaganda.

La económica es, al final, una dimensión de la política porque las decisiones públicas pasan por la aprobación ciudadana de proyectos y programas que se ofrecen cada temporada electoral. Una oferta política sin contenido explícito económico no es una que valga la pena seguir. Si la política es la expresión concentrada de la economía, debe ser un ejercicio cívico de alta racionalidad, lo que implica la responsabilidad de estar informados de lo que se ofrece y sus implicaciones en todos los ámbitos de la vida: una obra o proyecto de desarrollo en alguna zona marginal, ¿afecta el equilibrio ecológico?, ¿puede deteriorar el ambiente?, ¿realmente favorecerá a las comunidades que por razones territoriales están implicadas?, ¿los impactos de las obras como carreteras, instalaciones industriales, comerciales o turísticas, afectan a los habitantes de la región en sus usos y costumbres, en la calidad de su vida, en la conservación de su entorno, o simplemente se trata de desplazar población y dar un uso privado y excluyente a la naturaleza?

La generación y calidad del empleo y la distribución del ingreso, ¿son simplemente económicos o tienen un sentido social? Se puede decir que la acción económica no puede estar desprovista de sentido social y que cualquier proyecto pasa por consideraciones éticas y morales antes que por los mecanismos de financiamiento y las expectativas de éxito económico. La dimensión moral de la economía está ligada a la oferta política que la promueve y magnifica y que le da sentido social al comunicarla. En ese sentido no hay acción política sin un trasfondo económico que la vertebre y le dé sentido y dirección, por lo que en cualquier discurso político subyacen elementos ideológicos que explican y justifican el modelo económico que se adopta e impulsa. Aquí la idea de que la base económica genera una superestructura que le es correspondiente tiene el valor explicativo que el ciudadano requiere para la toma de sus decisiones fundamentales. En efecto, la política (elemento superestructural de la sociedad) es la expresión concentrada de la economía (base económica de la sociedad). Detrás del discurso político está la racionalización del modelo económico que se impulsa.

De acuerdo a lo anterior, ¿no cree usted que las ofertas políticas sean conservadoras o progresistas, merecen pasar por el rasero ciudadano que interroga, o debiera hacerlo, sobre los intereses económicos que representan en realidad? ¿No le parece que cualquier votante debiera pararse a pensar y le dijera al político “espéreme tantito”, y ponerse en el plan de interrogar a fondo sobre sus propuestas, proyectos, programas y propósitos de acción política? Debemos de hacerlo, tener una actitud crítica frente a ofertas de progreso y bienestar que pueden ser artimañas políticas que encubren una avanzada más del imperialismo en pos de nuestros recursos naturales, con el pretexto de la modernidad, del progreso regional, de la generación de empleo, siendo que en realidad se trata de promoción del voto a favor de proyectos apátridas, neoliberales y subordinados al capital internacional y al militarismo expansionista de Washington.

Habría que ver con cuidado el impulso de proyectos ligados al turismo, a la creación de infraestructura en regiones con prácticas tradicionales; sería cosa de analizar las bondades y el destino de las comunidades indígenas ante los posibles relanzamientos de, por ejemplo, el Plan Puebla-Panamá o alguna de sus posibles versiones edulcoradas. Sería cosa de averiguar hasta qué punto la instalación de centros de capacitación en materia de seguridad auspiciados y controlados por Washington son benéficos para la república. No estaría de más revisar el trasfondo de los acuerdos de cooperación entre los vecinos del norte y nosotros, con realidades histórico-sociales tan distintas que no es posible, salvo en el plano de la subordinación política descarada, llegar a acuerdos que nos sirvan para progresar. La historia nos demuestra que a los gringos hay que decirles “permítame tantito”, y recordar que nos costó medio territorio nacional y un fuerte deterioro de la estabilidad política y económica caer en brazos de un vecino perverso y traicionero, ventajoso e inmoral.

Al enemigo hay que decirle “permítame tantito” y pensar en la consistencia de sus argumentos; al aparente amigo, también.

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