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viernes, 10 de junio de 2011

La acampada nacional

Si la vida fuera una gira promocional del futuro, tendríamos que detenernos con muy escasa frecuencia, por aquello de no perturbar las aguas que corren hacia el porvenir. La marcha de nosotros, ciudadanos, tendría que ser permanente, sin tregua, porque detenerse siquiera para descansar sería un crimen de lesa congruencia con el compromiso de construir un país mejor, donde la equidad y la justicia sean normas de conducta en lo social, lo económico y lo político. El movimiento y, en consecuencia, los cambios progresivos reflejan la esencia de lo humano, y es donde se escribe la historia que compartimos como sociedad orgánica.

En economía no es posible explicar la naturaleza del modo de organización de la sociedad si no se toma en cuenta el desarrollo de las fuerzas productivas, el aporte de la ciencia y la tecnología a los procesos productivos y los mecanismos de distribución del ingreso. Como ciudadanos, vemos que la vigencia y el pleno ejercicio de nuestros derechos están determinados por la posición que guardamos en la estructura social, ya que nuestro nivel de ingreso y nuestras posibilidades de gasto no dependen de la igualdad formal que proclama el derecho, sino de nuestra relación con el aparato productivo.

Es decir que, aunque la ley nos concede el derecho de participar en las actividades productivas, nuestro deseo de ser accionista de una empresa está determinado, entre otras cosas, por la capacidad de invertir que tengamos, de donde se desprende que la oferta de acciones y la oportunidad de adquirirlas no es democrática porque depende del monto de los recursos de que dispongamos. En la vida real, el derecho está condicionado al poder económico, de ahí que las leyes y estructuras más cercanas al proceso productivo tiendan a modificarse a favor del capital y no del trabajo, como ocurre con la legislación laboral, la seguridad social y la educación, no sólo en México sino en el resto de los países, en particular los más apegados a los intereses del occidente postindustrial a través del FMI y el Banco Mundial.

Esta realidad parece ser ignorada por los actores más relevantes de la lucha por la democracia, ya que el discurso se condimenta con buenos deseos, la propuesta de “pactos” y con la declaración de que la violencia debe erradicarse del suelo patrio, sin reparar en el hecho de que el desempleo, el empleo precario y eventual, los bajos salarios, la disminución o ausencia de derechos laborales y la privatización de la seguridad social son, en esencia, manifestaciones de una violencia descarnada y cotidiana, una violencia sistémica sin respiro ni concesiones contra los ciudadanos y sus familias.

Es alentador que conjuntos ciudadanos cada vez más amplios en otras partes del mundo se están pronunciando contra ese proceso de cosificación que parece imparable. La declaración de que los seres humanos no somos mercancías viene a la medida: “Es necesaria una Revolución ética. Hemos puesto el dinero por encima del ser humano y tenemos que ponerlo a nuestro servicio. Somos personas, no productos del mercado” (Manifiesto del M-15 español). Pero, la congruencia sugiere que la ética debe normar la conducta humana en sus manifestaciones más terrenales, es decir, en el actuar diario en el trabajo, en la casa familiar, en la calle y, desde luego, en el actuar político. La acción guiada por la ética es la palanca transformadora de la sociedad, de suerte que la inacción es la cara opuesta de la conducta ética.

El voto se defiende
Lo anterior nos lleva a considerar que una eventual acampada nacional con el fin de sabotear o boicotear las elecciones es contradictoria al impulso transformador. No se transforma nada si no se acciona sobre de ello, y la acción posible en un proceso electoral pasa por la promoción del voto en una dirección determinada, la vigilancia del proceso, la organización en defensa del voto y la reacción asertiva ante el posible fraude. Una revolución ética supone un cambio de actitud ante las autoridades que infringen la ley y violentan el estado de derecho; supone también que la dignidad de la persona va más allá de los intereses comerciales y que, en congruencia, debe garantizarse a todo ciudadano un modo honesto de vivir y un ingreso remunerador del esfuerzo aplicado. Pudiera sintetizarse de esta manera: Un Estado que garantice las condiciones para que el empleo, el ingreso y la seguridad social sean bienes sociales de acceso universal para la población económicamente activa.

Una revolución ética supone la revaloración moral de la ciudadanía y el replanteamiento de obligaciones y derechos, de donde votar y defender el voto son derechos y obligaciones esenciales. La nueva nación debe edificarse sobre las bases firmes del convencimiento y la acción, no sobre la claudicación o las concesiones disfrazadas a los verdaderos enemigos de la democracia y el progreso social. El movimiento ciudadano se demuestra andando y no quedándose sentados a esperar a que buenamente el gobierno ceda a nuestras exigencias cómo y cuando le plazca, de ahí que un mejor planteamiento sería emplazar a una huelga general que demuestre que la exigencia es en serio, que puede golpear donde le duele al sistema: los mecanismos de apropiación privada de la riqueza social. Aparejado a esto, debe ir la enérgica defensa del trabajo y la seguridad social.

Hasta ahora no ha habido más que declaraciones más o menos afortunadas, pero colgadas de una pasividad que desalienta y ridiculiza el papel ciudadano en el drama de la vida política nacional. Los llamados a una paralización general de las actividades productivas deben ser acompañados de la necesaria labor de información que explique y justifique la medida, que procure convencer al trabajador timorato que su acción de hoy abre surcos en la conciencia política de los demás y la convierte en terreno fértil para transformaciones de mayor dimensión. El movimiento se demuestra andando y lo que requerimos es un pueblo en movimiento. En todo caso, la única acampada posible sería la de los comités de huelga en cada una de las empresas nacionales, y su complemento básico sería la planeación de las acciones, la discusión y acuerdos de las brigadas, la evaluación y la difusión de resultados. Urge recuperar la dignidad humana actualmente alienada por el mercado. Pongamos las cosas sobre sus pies. Dejemos de considerar normal que estén de cabeza.

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