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sábado, 13 de febrero de 2010

Una de vaqueros

La aburrida temporada de asesinatos sanguinolentos, decapitaciones, asaltos a mano armada, mentadas de madre y exhibiciones impúdicas de lengua y dedo medio de una u otra mano, se ven complementadas de una nueva forma de agresión, esta vez terrible, siniestra y desconcertante: la vacunación masiva contra la gripe AH1N1.

Las autoridades y los merolicos radiofónicos insisten en la urgencia de que la gente preste su extremidad superior de su preferencia para que algún autorizado miembro del personal de salud se lo pinche, con la promesa de que no caerá en medio de espumarajos y presa de horribles convulsiones, cuando no víctima de un deterioro creciente e irreversible de su sistema nervioso que lo llevará a la muerte por estupidez sistémica.

La urgencia de las autoridades de salud orbita en torno a la fecha de caducidad de la entelequia farmacéutica, que cae en 15 de febrero, aunque algunas fuentes aclaran que es más delante. El grito desesperado de los picadores profesionales se escucha con matices de añoranza por el paraíso perdido de la salud a cuenta de los monopolios internacionales que medran gracias a que usted y yo somos, humanos al fin, susceptibles de contagiarnos de un mal que se puede inducir mediante la manipulación mediática.

El alarmante escenario de la pandemia que resultó no serlo, señala con dedo flamígero a los laboratorios, a las cadenas comercializadoras y a las autoridades de salud en el más alto nivel, de suerte que la Organización Mundial de la Salud resultó una seria competencia con la correspondiente al comercio mundial. La vocación fenicia de los médicos se revela un peligro para México (perdón), habida cuenta el daño real y potencial que se puede infligir a la población que babea por la vacuna siendo que no es segura y, lo más curioso, no es necesaria, salvo para el enriquecimiento de personajes cercanos a los intereses políticos y comerciales de la clase política de los Estados Unidos. Aquí la herencia Bush de depredación mundial sale a flote como respuesta a las urgencias comercializadoras de los buenos funcionarios de salud en el tercer mundo.

Las pruebas de la inutilidad de las vacunas y la constante manipulación de sustancias orgánicas e inorgánicas cuyo contenido nada tiene que ver con la salud, trasciende las barreras de la secrecía de los laboratorios y gobiernos venales para llegar a la calle y de ahí a la sobremesa de cualquier hogar que resista los embates de la publicidad televisiva y radiofónica, pasando por los exabruptos periodísticos que toman por función el desinformar cada día a un público que, por fortuna poco a poco despierta.

Lo natural es resistir a las babosadas del sector público y privado de la salud y dejar que la gripe pase por la poco favorable ruta del escepticismo ciudadano bajo las medidas de higiene que debieran ser normales y cotidianas, en un entorno en que el agua escasea por razones no del todo consensadas entre el gran público ni menos aceptadas por los expertos en materia de recursos acuíferos.

Así, en Sonora tenemos dos de vaqueros: la escasez del agua y la vacuna contra la gripe, cuyas soluciones más viables aún esperan una definición o explicación que sea, a ojos vistos, racional, honesta y satisfactoria, pero sobre todo oportuna cuando no inmediata.

Si usted tiene la tentación de ver qué se siente contraer una enfermedad inducida por la desinformación y la manipulación, entonces vacúnese y sea parte del maravilloso equipo de conejillos de laboratorio en el nuevo Sonora, abierto a la inversión extranjera y a las novedades del imperio. Al cabo, puede que la suerte le ayude y no le toque la lotería de la enfermedad, con lo que podrá hablar a algún programa de radio y declarar que llegó, lo pincharon, y salió por su propio pie a dar la buena nueva de la mayor operación mercantil de los últimos tiempos.

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