
La cantidad inimaginable de muertos y heridos, de damnificados en más de un sentido por la catástrofe, dan una idea que hace palidecer la de Nueva Orleans cuando sufrió el azote de Catrina. Desde luego que la dimensión del desastre no permite la especulación de qué dolor es más grande, pero no es lo mismo cuando la naturaleza se ensaña con un pueblo pobre, paupérrimo, frente a uno que goza de los beneficios del progreso y la depredación mundial.
Le confieso que estoy verdaderamente impresionado y que una sensación de impotencia se apodera de mí, pero también le digo que la magnitud de la tragedia haitiana sólo se puede entender si consideramos su inopinada pobreza económica y las escasas expectativas que tiene de cara al sistema de economía dominante. El tamaño del impacto es el de la posición de ese país en el sótano de la periferia capitalista.

Los llamados a la solidaridad se dan en condiciones en las que debiera ser también prioritaria una crítica al sistema capitalista en su fase actual, no sólo salvaje sino presa de un desquiciamiento psicópata, que privilegia la utilidad o ganancia sobre el bienestar de pueblos enteros, como ya está quedando claro en el asunto de la industria farmacéutica respecto a las vacunas y la explotación de la enfermedad, como es el caso de la influenza y, en otro orden menos coyuntural, el SIDA.
Pero estamos como sociedades occidentales, perdidos en las discusiones sobre la manipulación legal de las funciones sexuales, sobre la penalización del aborto, sobre los rescates gubernamentales al fracaso empresarial, sobre las reelecciones de los legisladores y otros puestos de elección popular, sobre la justificación del incremento a los impuestos, sobre la penalización del consumo del agua y su restricción por motivos de escasez, entre otros tópicos que nos ocupan lo suficiente como para no ver el origen de nuestras desgracias, no sólo coyunturales sino estructurales.
Mientras que, por ejemplo, el sindicalismo mexicano es agredido así como la economía familiar, se cuelan puntos en las agendas legislativas que dan bocanadas de oxígeno al gobierno en su incapacidad de resolver y afrontar siquiera los verdaderos problemas nacionales.

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