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domingo, 17 de enero de 2010

Haití



Lo que la prensa internacional ha relatado, en algunos casos con desconcertante crudeza, ha sido impactante. Nos coloca frente a la tragedia de un pueblo a merced de los elementos aunque su historia se ha significado por la depredación constante y los excesos coloniales. De hecho, los desastres atribuibles a la naturaleza, como es el caso del terremoto reciente, permiten asomarse a la cruda realidad económica, política y social de un pueblo que ha profundizado su estado de indefensión en grado sumo.

La cantidad inimaginable de muertos y heridos, de damnificados en más de un sentido por la catástrofe, dan una idea que hace palidecer la de Nueva Orleans cuando sufrió el azote de Catrina. Desde luego que la dimensión del desastre no permite la especulación de qué dolor es más grande, pero no es lo mismo cuando la naturaleza se ensaña con un pueblo pobre, paupérrimo, frente a uno que goza de los beneficios del progreso y la depredación mundial.

Le confieso que estoy verdaderamente impresionado y que una sensación de impotencia se apodera de mí, pero también le digo que la magnitud de la tragedia haitiana sólo se puede entender si consideramos su inopinada pobreza económica y las escasas expectativas que tiene de cara al sistema de economía dominante. El tamaño del impacto es el de la posición de ese país en el sótano de la periferia capitalista.

Ahí, al subdesarrollo económico se le añade el político, permitiendo que a la ignorancia escolar se les incorpore la carga de la correspondiente a los derechos humanos, a la garantía social de acceso a los mínimos de bienestar, a la certidumbre jurídica, a la protección del Estado al ciudadano y las familias. El abandono y la desolación tiene muchas manifestaciones y toda ellas se asocian al despojo y manipulación del mundo industrializado sobre el que no lo es.

Los llamados a la solidaridad se dan en condiciones en las que debiera ser también prioritaria una crítica al sistema capitalista en su fase actual, no sólo salvaje sino presa de un desquiciamiento psicópata, que privilegia la utilidad o ganancia sobre el bienestar de pueblos enteros, como ya está quedando claro en el asunto de la industria farmacéutica respecto a las vacunas y la explotación de la enfermedad, como es el caso de la influenza y, en otro orden menos coyuntural, el SIDA.

Pero estamos como sociedades occidentales, perdidos en las discusiones sobre la manipulación legal de las funciones sexuales, sobre la penalización del aborto, sobre los rescates gubernamentales al fracaso empresarial, sobre las reelecciones de los legisladores y otros puestos de elección popular, sobre la justificación del incremento a los impuestos, sobre la penalización del consumo del agua y su restricción por motivos de escasez, entre otros tópicos que nos ocupan lo suficiente como para no ver el origen de nuestras desgracias, no sólo coyunturales sino estructurales.

Mientras que, por ejemplo, el sindicalismo mexicano es agredido así como la economía familiar, se cuelan puntos en las agendas legislativas que dan bocanadas de oxígeno al gobierno en su incapacidad de resolver y afrontar siquiera los verdaderos problemas nacionales.
La tragedia de Haití es la del mundo periférico, del inframundo que pasó por subdesarrollado y que llegó a la más honda depresión en su historia y la del mundo civilizado. Esto es un verdadero baldón para la humanidad entera, porque pinta de cuerpo entero las diferencias entre ricos y pobres, entre el centro y la periferia. No nos molestamos como pueblos que antes fuimos colonias en hacer un recuento de nuestras potencialidades de ser mejores, no dejamos que la bondad se apodere de nuestras ambiciones, simplemente seguimos con la inercia de la dependencia y el atraso correspondiente. Haití nos recuerda la solidaridad y nos exige ser consecuentes, pero al final del día, debiéramos pensar en el mañana que tenemos por construir para nosotros y nuestros hijos, y empezar a hacerlo posible. Los sentimientos humanitarios y las acciones que les corresponden debieran, en este y cualquier caso, empezar con nosotros mismos, porque en la medida en que nos ayudemos, podremos ayudar a los demás.

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