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jueves, 7 de enero de 2010

Agua que no has de beber...

En la ciudad capital de Sonora se ven cosas raras, sucesos desquiciantes por el alto nivel de absurdo en el que se encaraman con desfachatez olímpica. Nuestra ciudad es una muestra de los horrores que atosigan el alma del subdesarrollo regional del país, gracias a la oblicua pretensión de ser moderna y progresista, siendo que está atrincherada en un conservadurismo aldeano que solamente funciona en períodos de campaña electoral y en festivales artísticos tipo Alfonso Ortiz Tirado. ¿Pruebas? Tenemos las suficientes.

A sabiendas de que estamos en una zona árida, donde no abunda el agua, en un pasado no tan remoto, se emprendieron las obras de irrigación que redundaron en presas como la Abelardo L. Rodríguez, cortando la circulación del otrora caudaloso Río de Sonora, almacenándola y entubándola, con lo que se cambió la fisonomía de la región y se empezaron a ver las arideces del terreno así como la torrencialidad de las lluvias que fueron, por fuerza, distanciando su ocurrencia y menguando su caudal. El progreso ofreció soluciones inmediatas con consecuencias mediatas que ahora estamos disfrutando como enanos deshidratados, al cegarse las acequias, ojos de agua, arroyos y otros flujos de agua que no eran tan raros como lo son ahora.



Recuerdo que todavía en los años 70 había una acequia casi frente al Colegio Lux, en el Centenario, así como un canal que corría frente al viejo manicomio del Estado, entre la Universidad de Sonora y el VH (ahora Súper Santa Fe) y que la casa de mi abuela materna, en el centro de la ciudad, por los años 50 y 60 tenía en el patio una que hubo que rellenar con piedras, para poder aprovechar el terreno. En la ciudad había fuentes que daban un aire pintoresco y agradable al entorno urbano, como la que fluía en el cruce de las calles Oaxaca y Juárez, frente al café que se llamaba precisamente “La Fuente”, y eran comunes las huertas que poblaban porciones importantes en el Centenario y el centro de la ciudad, como es el caso de los terrenos aledaños a la antigua pera del ferrocarril. Hermosillo era la ciudad de los naranjos, y precisamente por eso al equipo beisbolero local se le puso el nombre de “Naranjeros”.



No insinúo que la construcción de presas haya dado al traste con la disponibilidad de agua que teníamos, sino que la desaparición del flujo del Río de Sonora que dividía Villa de Seris de Hermosillo, contribuyó a que se emprendieran otras obras, en este caso edificios tales como la Casa de la Cultura, luego el Centro de Gobierno, recientemente la desaparición del Parque de Villa de Seris y la erección del complejo Musas, así como hoteles y otros giros que ocupan superficies pletóricas de cemento y varilla. Del terreno y las condiciones que propicien la recarga del acuífero, bien gracias. Los planeadores estatales y municipales se olvidaron de que la naturaleza tiene sus determinantes y que la administración debe considerar factores geográficos, climatológicos, orográficos y los recursos naturales disponibles, así como su forma sustentable de aprovechamiento. Hasta aquí, hemos aserrado la rama del árbol en la que estamos parados, por lo que la caída no es accidental, sino una consecuencia de nuestra irracionalidad.



También cabe mencionar los terrenos ejidales destinados a la apertura de parques industriales, con la consiguiente demanda de agua para fines que no son precisamente el consumo doméstico, a modo de incorporarse a la modernidad y a la industrialización, lo que solamente sirvió para el establecimiento de maquiladoras y empresas proveedoras que no necesariamente suponen el logro de objetivos industrializadores, sino todo lo contrario. Si el empleo manufacturero es de 60 por ciento, más de la mitad corresponde a la maquila, lo que de por sí es más que suficiente para reírse a mandíbula batiente cuando alguien dice que Sonora es industrial. Somos un triste estado maquilador, dependiente de los flujos externos, y hemos olvidado la fortaleza de la producción agrícola, pesquera y minera, ahora en manos extranjeras y sujeta a las piruetas y caídas de la economía global, sin protección alguna, frente a competidores fuertemente apoyados por sus gobiernos mediante subsidios y asistencia técnica.



Hermosillo padece de sed, y la carencia es una constante en la vida de los hogares sonorenses. Las causas son varias, pero destaca la falta de organización y racionalidad en su uso, pero sobre todo, la falta de inversión y mantenimiento de las redes. La solución facilona de los tandeos solamente da cuenta de la carencia de imaginación y de decisión por parte de las autoridades, toda vez que de nuevo se cargan los costos de la irracionalidad a las familias consumidoras, mientras que a las empresas se les sigue abriendo la llave del recurso sin chistar, bajo el supuesto de que trabajan para el beneficio económico de Sonora y la ciudad capital, asunto que hasta la fecha no queda debidamente demostrado, salvo en el recetario desigual del neoliberalismo de guarache que padecemos como ideología y práctica dominantes. La declaración de que a los empresarios no se les privaría de agua y sí a las familias, hecha por el alcalde panista Gándara Magaña, demuestra cuál es el tamaño real de este gobierno.



En su momento, Vicente Fox hizo profesión de fe empresarial al decir que su gobierno era de, por y para los empresarios y ahora, a escala municipal tenemos más de lo mismo. El gobierno del municipio requiere de tomar decisiones que favorezcan a las familias, que gestionen soluciones de amplio y claro beneficio colectivo, que enfrenten los retos de la modernidad con una mentalidad moderna, atenta a los aportes de la ciencia y la tecnología, que sean capaces de utilizar las formas de energía suaves, así como los recursos de que actualmente disponemos, como por ejemplo el agua de mar. Hermosillo es un municipio con una amplia zona costera que le permitiría aprovechar formas alternativas de energía, la solar, eólica, marina, en beneficio de todos. Esto y una muy sobria y profesional administración de los recursos financieros harían la diferencia, en vez de dificultar más la vida de las familias hermosillenses. ¿Se podrá?

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