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sábado, 20 de febrero de 2010

Calderonícola






El habitante del México contemporáneo nace, crece, se reproduce y muere en medio del basural histórico de una nación frustrada en sus intentos de aparentar una existencia libre e independiente. La salinidad neoliberal recorre las entrañas nacionales y contamina la savia vital del desarrollo y deforma y pervierte tanto el discurso como la práctica cotidiana del vivir y del actuar: somos, los mexicanos, una caricatura concebida por una mente trasnacional y plasmada en papel higiénico, para consumo y deleite del inodoro en que se ha convertido el futuro nacional, merced a los pujos expansionistas de Gringolandia en el paroxismo de una hegemonía megalómana que cuenta con corifeos de este lado del alambre, y (lo más grave) la creciente insensibilidad generacional hacia los imperativos de la patria y el buen gobierno nacional.

Los sucesos de Juárez y los que ocurren en Oaxaca, en aparente inconexión por sus manifestaciones externas, sin embargo tienen en común la desconexión entre el discurso y la práctica real y concreta de darle vuelta al calcetín nacional para aparentar el cambio tan deseado y ahora como ayer tan temido por el neoliberalismo de huarache: las masas, el pueblo llano, deben estar a prudente distancia de los que toman decisiones de trascendencia interplanetaria, de importancia francamente por encima de la compresión media del mexicano enanizado tras cinco gobiernos cooperadores con la expoliación nacional emprendida con fervor puritano por el Tío Sam y los representantes de la nueva conquista mexicana encarnada en las empresas bancarias y energéticas, más las que presumen de saber cómo manejar el agua y sus charquitos. México es, hablando claro, el campo de exterminio de la inteligencia, habida cuenta la cancelación de la política y la economía como manifestaciones racionales de una humanidad dispuesta y capaz de sobrevivir y mejorar sus condiciones de vida.

En un país donde el reloj del progreso se detuvo, la cháchara futbolera relata el sentimiento de invalidez que se comparte a regañadientes, que plantea la fuga de talentos como experiencia salvadora y que entierra la bandera ante la incapacidad de enarbolarla con orgullo legítimo. El ejército sustituye a las policías y la masculinidad que otrora se exageraba en la caricatura conductual del machismo, ahora navega por las enervantes aguas de un afeminamiento cosmético sin ser ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. El hombre y la mujer cabales requieren un país cabal para desarrollarse y prosperar. En tiempos de crisis los sucedáneos son los que marcan la pauta ante la pérdida de autenticidad, ante la carencia de rumbo y propósitos trascendentes, ante la claudicación como conducta políticamente correcta. México es hoy el terreno más fértil para las farsas y los farsantes, pero no por ello se vale el abandono comodón y la diatriba facilona e inconsecuente que tira la piedra y pone distancia. Sí, tenemos un problema y el reto es resolverlo.

Como usted sabe, nuevamente es Cananea el escenario donde se confronta la ignominia disfrazada de iniciativa privada y gobierno cómplice. La lucha sigue siendo por la dignidad, por el respeto a los derechos históricos de los trabajadores, de cara a los abusos del empresariado apátrida que usa y abusa de las instituciones de la república en la etapa del empanizamiento neoliberal. Si cien años son la medida de las frustraciones revolucionarias, de lo que pudo haber sido y no fue, doscientos son un universo en el marco de la dependencia y el atraso. Ayer, Cananea resistió el babeante extranjerismo porfiriano y el abuso del poder, dando ideólogos, mártires y ejemplo nacional de lucha reivindicatoria de derechos conculcados; ahora, resiste nuevamente la agresión neoliberal de un gobierno que renunció, desde la década de los ochenta, pero sobre todo desde los años noventa, a cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen.

Los trabajadores mineros, electricistas, docentes, campesinos, empleados públicos y privados, pequeños y medianos empresarios e independientes, son la otra cara de la moneda nacional, la que permanece oculta tras el telón de fondo de una farsa perpetrada contra el trabajo por parte del capital trasnacional y trasnacionalizante; la que soporta el peso de la crisis, de las depresiones económicas, de los períodos recesivos, y es la que paga con sus impuestos el funcionamiento del aparato que la oprime y sangra con terquedad sistémica. En consecuencia, el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), convoca a una huelga general en marzo, a una gran e indudable manifestación de desobediencia civil, para llamar la atención sobre el desmantelamiento y entrega del sector energético a manos de extranjeros, sobre la agresión constante que sufre el sindicalismo nacional y sobre la amenaza que pende sobre las cabezas de los trabajadores mineros de Cananea, al permanecer la ciudad y mineral en estado de sitio por parte del espuriato calderonista.

México y Sonora tienen una oportunidad de recomponer las cosas, de restablecer el tejido social y fomentar realmente el desarrollo nacional, como lo señala el artículo 25 constitucional. Pero para ello se necesita gobierno, y no hay. Solamente deambula por Los Pinos y las páginas de la prensa internacional, en medio de fuerte aparato de seguridad, esa minúscula entidad calderonícola, de esencia microbiana, perdida en el discurso y en los márgenes espirituosos de una realidad tan embotellada como los mensajes que se lanzan al mar como tributo al azar, a la eventualidad de que alguien, en algún lugar, en algún momento, explore su contenido sin crítica, sin importarle, sin nada que agregar.

Apoyemos a Cananea, cuna de la revolución social y política del México moderno, e iniciemos la recuperación de nuestra dignidad nacional.

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