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sábado, 27 de febrero de 2010

Que renuncie



Como se sabe, cada vez son más los mexicanos que piden a grito en cuello que renuncie Calderón. Por más que los gobiernos estatales y municipales panistas se dan a la tarea de ocultar o eliminar mantas, cartulinas, pintas, letreros y otras manifestaciones del arte alternativo de decir lo que se piensa, la ciudadanía se empeña en que el país deje de simular que confía en las facultades políticas y mentales del hombrecillo de los Pinos, para conducir lo que queda del México que amamos.

La pertinaz acción desmanteladora de la nación iniciada en los 80 por el neoliberalismo y recrudecido por el salinato en los trágicos 90, cobra dimensiones épicas en lo que va del siglo XXI. Los restos de la sobriedad republicana lanzan sus penas al viento en boca de una población cada vez más depauperada, precarista e indigente, cada vez más harta de promesas simplonas dichas con el desgano de una mente sin anclaje en la nacionalidad y sus misterios, pero con los ojos puestos en los deseos y expectativas de Norteamérica.

La feroz embestida contra el sindicalismo independiente, contra las empresas nacionales, contra las reservas de la biósfera, contra la propiedad soberana del pueblo mexicano de las aguas y los recursos naturales, contra la soberanía nacional respecto a las prácticas y decisiones judiciales, militares, legislativas y administrativas, a favor de la creación e influencia de los lobbies empresariales y su cauda de exacciones legaloides, justifican más allá de toda duda la exigencia de la renuncia del espurio titular del Ejecutivo Federal.

El pueblo mexicano, sea del partido que sea, no puede ignorar la realidad que le golpea el bolsillo y la seguridad: la economía, la administración, la política y la justicia están hechas un asco; son un remedo de lo que alguna vez fueron y eso duele. En consecuencia, el reclamo de mejoras sustanciales en estos renglones no puede ni debe tomarse como actos desproporcionados y maliciosos, sino como elementales pasos hacia la recuperación de la dignidad nacional, como punto de partida para el verdadero cambio a favor de todos.

Ante el colapso nacional, ¡que renuncie Calderón!

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