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sábado, 8 de octubre de 2022

Cuando parece que huele a gas

 

“Una nación que gasta más en armamento militar que en programas sociales se acerca a la muerte espiritual” (Martin Luther King).

 

Hay días así. De repente uno despierta con la extraña sensación de valer gorro; o si se quiere, de que la tan sobada frase de “no somos nada” renueva su significado y se globaliza, como una edición corregida y aumentado de la fatalidad humana personalizada.

Valer gorro en Europa no es lo mismo que en América, como tampoco lo es en Inglaterra que en Alemania… aunque siendo parte de Europa y de la activa y beligerante OTAN, apoyadoras de las sanciones que Norteamérica dicta con tono irrefutable a la pérfida Rusia y su desquiciante discurso contrahegemónico y soberanista, la cosa promete que irá peor sin muchos matices.

Para el ciudadano común de México, la lejanía del conflicto armado en que devino el choque económico de trenes acorazados que tripulan el despistado Biden y el sagaz Putin, respectivamente, puede ser tranquilizante porque “ojos que no ven, corazón que no siente”, además de estar emocionalmente ocupados en la cotidianidad de los bloqueos y desbloqueos de carreteras, los brotes aislados de dengue, los decomisos de “armas de uso exclusivo del ejército”, entre otras menudencias existenciales.

Aquí, por fortuna, los baches y fugas de agua encienden coloridos recuerdos maternos a las administraciones correspondientes, tal como lo hacen las altas tarifas y el incremento de precios, la inseguridad pública y el desabasto de medicamentos.

Sin caer en comparaciones facilonas, nos parecemos en algo a Europa: el cuello de Latinoamérica está torcido por el peso de los testículos del imperio de las barras y las estrellas, y la irritación anal que sufren no pocos gobiernos de la región tiene por causa la costumbre diplomática de ofrecer el trasero al extranjero, animados por el espíritu de la “cooperación y la amistad” con el Norte continental… y global.

De hecho, la buena relación entre corruptores y corruptibles ofrece una amplia gama de opciones para el aprovechamiento de los recursos naturales, vistos como moneda de cambio para la paz y tranquilidad de los países que aceptan sin más su papel de exportadores de materias primas, e importadores de productos industriales y de alta tecnología, bajo el supuesto neoliberal-periférico de que es mejor comprar que producir.

En este orden de ideas, ¿para qué querría Europa ser autosuficiente en materia de energía si la puede comprar a EEUU? ¿Por qué tener relaciones de intercambio comercial y tecnológico con la cercana Rusia si del otro lado del Atlántico pueden llegar los combustibles necesarios para echar a funcionar la industria y asegurar la comodidad de los hogares, en una política costosa, pero “US-Friendly”, sin choques que ocasionen bloqueos y sabotajes?  

En todo caso, ¿para qué tener el problema de que Rusia crezca económicamente si se le puede aislar y desintegrar, tal como ocurrió con la URSS? Si la OTAN surgió como una barrera para contener el posible avance de la URSS sobre el área de interés de EEUU en Europa, ¿por qué no puede servir ahora para estrangular a Rusia, eliminar la molesta competencia y enviar un mensaje “contundente” a China?

Por último, ¿para qué querer un mundo multipolar, equilibrado, plural y democrático sin se puede tener otro unipolar, centralizado y excluyente, gobernado por Big Brother?

Como se puede ver, el “valer gorro” es una expresión gráfica que encaja en varios escenarios. Aquí interesa subrayar cómo un país, incluso un continente entero, puede sacrificar su soberanía a cambio de vivir con la tranquilidad de quien ha pagado “derecho de piso” al mafioso del rumbo. Algunos le llaman tratado o acuerdo comercial, Cumbre de las Américas, acuerdo de cooperación internacional, alianza estratégica y poco más.

En otro orden de ideas, la plaga de dengue que azota al país nos sensibiliza sobre los males que puede sufrir la población objetivo del ataque de un insecto portador de un germen patógeno. Aquí el enemigo es muy pequeño, como un dron que lleva una carga viral en su interior.

En el mundo real los drones pueden ser aéreos o submarinos, pero lo mismo pueden hacer explotar a una persona que un gasoducto. Depende de la ocasión.

 

 

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