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lunes, 29 de junio de 2020

La discriminación somos todos



“La edad es algo que no importa, a menos que seas un queso” (Luis Buñuel).

No se si será error de comunicación o simples ganas de joder, pero en Hermosillo se tiene casos documentados de comercios (desde changarros a grandes almacenes transnacionales) que le dan con la puerta en la nariz al cliente mayor de 50 años (El reportero, 29.06.20).

Según reporta el periodista Ernesto Gutiérrez Ayala, algunos ponen avisos advirtiendo que no se admiten menores de 12 años ni mayores de 50, supuestamente por instrucciones de la Secretaría de Salud o por mandato de la alcaldesa, y en la cadena Walmart se abren sus puertas para clientes de más de 50 solamente de 7 a 9 de la mañana, y también se pide identificación con los mismos fines restrictivos y discriminatorios.

En fecha reciente, el ayuntamiento tuvo la idea de poner barreras metálicas en el andador del Mercado Municipal No. 1, a fin de impedir que los adultos mayores acudieran a pasar las horas en compañía de otros con edades y experiencias afines.

Quizá muchos vieron como positiva la medida pensando en que había que evitar la reunión cotidiana, más si se trata de personas que por su edad constituyen población de riesgo. Es posible que se haya argumentado que la gente “no entiende” y, por tanto, había que tomar acciones directas “para evitar contagios”, ya que todo es por nuestra salud.

En el fondo se parte de la idea altamente errónea y discriminante de que los viejos son material de desecho, algo así como cosas o entes que ya llegaron a su fecha de caducidad laboral, social y política, y que vale más barrerlos bajo la alfombra social antes que reconocerles su calidad de seres humanos, en su momento profesionistas, empleados, trabajadores por cuenta propia, cabezas de familia y, hoy por hoy, ciudadanos de pleno derecho.

Aquí es inevitable pensar en la cantidad de jóvenes que viven de la pensión o el patrimonio logrado por sus padres y que, sin embargo, ven el mundo con la superioridad ficticia del que no tiene más mérito que la poca edad.

Muchas personas en edad productiva van por el mundo con sobrepeso y obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades cardiacas, tabaquismo o problemas renales severos, sin que haya alarma general y se les señale con el dedo flamígero de la nueva inquisición ciudadana que aplaude las disposiciones restrictivas y coercitivas del ayuntamiento.

Tras esas caras juveniles que documentan su edad con credencial para votar actualizada, pueden encontrarse algunos problemas de salud que se disimulan, pero que constituyen bombas de tiempo que estallarán y requerirán asistencia hospitalaria; sin embargo, nadie discrimina a esa colección ambulante de enfermedades potencialmente mortales que agita su anatomía al ingresar a Walmart, ya que es persona menor de 50 años, con lo que se demuestra que hay comorbilidades de Covid-19 socialmente “normales”.

El caso es que los adultos mayores pasaron de ser población en riesgo a peligro de contagio que hay que evitar, aislar y, de ser posible, erradicar. Ya no se trata de protegerlos como si no fueran dueños de su voluntad, sino de borrarlos del mapa porque en la percepción colectiva creada por la epidemia son potencialmente contaminantes y, por ende, un peligro para la salud de los demás porque, en el contexto, cualquier viejo tiene cara de Covid.

En cambio, el resto de la población puede hacer sus compras con la mayor soltura, pagar sus cuentas, trasladarse a donde necesiten, navegar por la nueva normalidad solamente con las reservas que marcan los semáforos sanitarios y las ocurrencias de las autoridades municipales, como el absurdo e ilegal toque de queda de seis de la tarde a seis de la mañana.

La sobreinterpretación de las medidas de precaución establecidas por la autoridad sanitaria competente, solamente contribuyen a profundizar el malestar de la epidemia en lo económico, lo social y lo personal, por lo que las autoridades locales deben intervenir para evitar que los comerciantes se tomen atribuciones en materia de salud, considerando que, si no corresponden directamente al ayuntamiento, menos corresponden a los particulares.

Considerando que el virus puede infectar tanto a niños, jóvenes o adultos mayores, es imperativo poner orden en el caos provocado por el estado de alarma sanitaria mediante la vigilancia, la información y el respeto a los derechos humanos, evitando cualquier forma de discriminación por edad.

Por lo anterior, es claro que padecemos una epidemia de iniciativas ridículas basadas en la ignorancia, tan infundadas como violatorias de la ley. La autoridad, si la hay, tiene que hacer su trabajo.

Por su parte, el ciudadano debe denunciar este tipo de atropellos ante la Secretaría de Salud estatal y las demás instancias oficiales que sean pertinentes, así como también poner los incidentes en conocimiento de los medios de comunicación. Digamos NO a la estupidez convertida en norma de observancia comercial y social.    





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