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domingo, 2 de septiembre de 2018

Herencia nefasta

“Como siempre, apenas uno pone los pies en la tierra, se acaba la diversión” (Mafalda).

Soplan los aires del cambio en las arideces locales y nacionales y se avizoran eventos importantes que suponen lisa y llanamente un golpe de timón en la conducción de la nave nacional. El buen deseo ocupa un lugar estelar en el marco de las expectativas que la población se genera con motivo del cambio de gobierno. La pregunta clave es si se podrán remontar las enormes cargas de corrupción, nepotismo y abuso en el ejercicio de las atribuciones que concede la ley a los funcionarios públicos, así como la discrecionalidad en el manejo tanto del presupuesto como en la interpretación y aplicación de las normas.

Se ha dicho que no habrá nadie por encima de la ley y que habrá justicia y orden en la vida nacional porque se cuidará escrupulosamente el presupuesto, se seguirá una política de austeridad en el gasto, de transparencia y rendición de cuentas; se revisarán los contratos de Pemex y los negocios inmobiliarios, entre otros alentadores propósitos. Desde luego que lo anterior cae en el terreno fértil de la esperanza, avivada por el hecho de que perdió el PRIANRD y su larga cola de agravios y mentiras. Por supuesto que todos o una gran mayoría espera y desespera por ver y ser protagonista del cambio; algunos hasta cambiaron de urgencia el bote en el que navegaban para ser acogidos en la cubierta de Morena, trasatlántico de moda que esperamos sea capaz de sortear los peligrosos icebergs de las aguas neoliberales.

Estamos montados en la ola del entusiasmo vivificante del cambio, de la novedad que se inscribe en una larga historia de errores y engaños que nos ha llevado a ser traspatio y basurero del burdel regenteado por el tío Sam, que escribió como le dio la gana la historia del siglo XX y que reclama derechos de propiedad sobre el continente y más allá en este atribulado siglo XXI. Son tantas y tan evidentes las faltas de ortografía de su discurso que muchos países prefieren no enfrentar al loco de Washington y simulan hasta la escritura y el estilo del orate babeante que con vocación genocida atosiga al mundo. México ha sido un alumno aplicado en materia de subordinación y vasallaje, desde los tiempos en que el discurso de la revolución de 1910 se empezó a sustituir por el garabato ideológico del “liberalismo social”, o incluso antes, cuando entre las palabras y los hechos se abría un abismo de realidad que daba vértigo y hacía perder el sentido de las proporciones y donde sonaba cada vez más confuso el mensaje constitucional de la independencia, la soberanía política y el dominio de la nación sobre sus recursos naturales.


Si recordamos que un círculo entre más se le acaricia se vuelve más vicioso, ahora casi nadie repara en el hecho de que la política económica y la hechura y aplicación de las normas legales, sociales y culturales están preñadas de los elementos transculturales de los gringos y para su exclusivo beneficio. Así, tenemos funcionarios federales que se bajan los calzones cuando hay gringo a la vista por lo que no nos debe extrañar que haya gobernadores que babean por establecer acuerdos de cooperación e intercambio con sus homólogos angloparlantes, facilitando la desnacionalización de sus estados y el aprovechamiento extranjero de sus riquezas naturales y la posición geográfica de que disfrutan.

Playas, regiones mineras, zonas turísticas, reservas naturales, biodiversidad, agua, áreas con potencial para la generación de energía, infraestructura y facilidades legales para la inversión sin la monserga del pago de los impuestos correspondientes a los beneficios recibidos como ocurre en otros países, todo ello es para la complacencia y disfrute de los extranjeros. El mexicano es, hoy, un paria en su propia tierra. Los extranjeros se provechan de nuestros recursos, pero también reconfiguran nuestro sentido de pertenencia, de identidad nacional, de historia y destino.  

Pero, lo más grave quizás sea la absoluta impunidad de que gozan los depredadores nacionales, los traidores nalgas prontas que trabajan para el extranjero tanto como para su propio beneficio, al margen de la ley, la decencia y la lealtad a la república. Tenemos funcionarios que roban, defraudan, trafican con influencias, realizan negocios privados a la sombra de los puestos públicos, sirven de tapadera al crimen organizado, y hacen de la política el arte perverso de medrar sin responsabilidad ni freno a costa de los bienes públicos y la seguridad nacional.

Los más de 30 años de neoliberalismo de guarache han dejado una herida supurante que requiere de asepsia general y cuidados intensivos hasta tener la seguridad de que el paciente sobrevivirá y podrá seguir su camino. El nuevo gobierno, en los municipios, estados y la nación entera deberá dejar de lado la herencia nefasta del entreguismo neoliberal y atreverse a dar vuelta a la hoja. Se debe valorar en serio el concepto de soberanía y plantar cara al extranjero que siente que somos su patio de maniobras. Ya basta.

           

  

   

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