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domingo, 3 de junio de 2018

¡Qué calor!


José Darío Arredondo López

“El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia nace la prostituta, el menor abandonado y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales” (Bertold Brecht).


Cada año nos enfrentamos a una temperatura que, en otras latitudes, su sola mención provoca el horror y el sofoco de quien se entera. Nos asamos cada día en un horno que llamamos hogar, patria chica, solar paterno… Sonora, pues. Los chorros de sudor que se producen pudieran ser fácilmente navegables si hubiera la tecnología para hacerlo. Son miles de litros por jornada colectiva que salen de nuestra humanidad para perderse en el tejido de la ropa y de ahí evaporarse dejando una huella blanquecina que recuerda que la sal es parte de nuestra vida y, en cierta medida, de nuestro destino.

Las noticias que tenemos van en el sentido de que llegaremos temperaturas de 50 grados centígrados y que hay que tomar precauciones por aquello de los golpes de calor y las deshidrataciones tan propias de la temporada. Desde luego que las altas temperaturas son tema de conversación obligado entre los comentaristas de los acontecimientos locales y regionales y preocupación fotogénica de los funcionarios públicos, amén de los equipos de campaña que proveen la imagen rozagante del candidato y su impermeabilidad a eventos naturales, políticos y sociales, a pesar de la realidad del ambiente y las condiciones de regiones como la nuestra, aunque los camiones refrigerados, las habitaciones de hoteles de lujo, los servibares, los botellines de agua, los auditorios climatizados, el arropamiento del dinero y las circunstancias políticas que ventilan acuerdos comerciales, encubrimientos y futuros repartos de utilidades refrescan y apapachan a los futuros ungidos. El dedo del gran poder actúa como el del proctólogo que lubrica las reconditeces anatómicas de la política hecha con movimientos peristálticos y trabajo de esfínter.

La abochornada masa ciudadana echa mano de baños y desodorantes para seguir con su rutina diaria de cara al sol, dispuesta a cumplir con su cometido laboral o en su papel de desempleado, subempleado o pensionado. Otros solamente se dejan llevar por el instinto de salir a buscar la vida en las calles, basureros, puentes, plazas y zonas donde cualquier gente puede ser el mecenas esperado, el donante de una moneda, de un taco, o de una mentada de madre. La marea citadina va y viene, en flujos y reflujos constantes, en un ritmo que varía pero que no acaba… Es el estudiante, la señora de la casa, el marido que busca proveer, el lépero en pos de una oportunidad para el agandalle, el indigente local o el migrante; es, en fin, el ciudadano que tiene una valiosa posesión que no necesariamente valora: el voto en un período donde todos son deseados, dignos de consideración, personas físicas de pleno derecho, posibles adeptos a una causa sexenal que se agota en el momento mismo de emitir el sufragio. Tenemos derechos plenos que se extinguen porque su vigencia y fecha de caducidad es la misma: el 1º de julio.

Entre chorros de sudor que empañan la vista, el ciudadano contempla los anuncios espectaculares y las enormes fotos del candidato en las unidades del transporte colectivo; sufre la saturación de mensajes, “avances noticiosos”, encuestas, debates, mítines, entrevistas en diversos medios informativos y padece de intoxicación por el veneno de la demagogia y la mendacidad. Tal problema de salud pública se debe a las desproporcionadas dosis de mentiras que se emiten, a las promesas y declaraciones “críticas” de personajes evidentemente ligados al sistema, pero que cuando pudieron no movieron un dedo para impedir iniciativas de ley que ahora nos tienen al borde de la indigencia y que han posibilitado el abaratamiento de los despidos y la carencia de seguridad social de millones de jóvenes mexicanos que ingresan al mercado laboral con empleos precarios de uno a tres, o excepcionalmente de cinco salarios mínimos.

Al agobio físico se añade el emocional cuando no sólo se suda por las temperaturas ambientes, sino por la indignación, el coraje, el asco de oír las promesas, las propuestas y los halagos de quienes están por continuar con lo mismo y cuyo trabajo es promover y apoyar al sistema que tercamente se ha encargado de cancelar las vías de progreso y bienestar de nuestros jóvenes y que ha reducido enormemente las expectativas de una vida digna de millones de familias, así como condenado al abandono y la miseria a más de la mitad de los adultos mayores del país.

El calor aumenta porque el aire se enrarece con el ruido político electoral, con la necedad de querer verle la cara de pendejo al ciudadano sonorense, con la insana intención de desacreditar la oposición al sistema que nos sofoca. El bochorno moral debe poder más que el puramente físico y desatar una respuesta que de frescura al panorama político de Sonora y el país. Es claro que debemos cambiar para mejorar, para que el aire de una nueva realidad refresque las quemadas tierras de un pueblo que merece mejor destino. Respiremos…

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