“La
uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida” (Mijail Aleksandrovich Bakunin).
A 44.5 grados centígrados se cuece la
conciencia de los sonorenses y Hermosillo, capital de esta sucursal del infierno,
se viste de gala para celebrar el 9 de junio un día más del exhibicionismo
oportunista de los gringos, montados en la ola que sube hasta donde la moda y
la cursilería ambiente lo permiten. La delegación consular ondea banderas en
favor de la “diversidad sexual” con el propósito de hacer saber a quien quera
hacerlo que los gringos son alivianados y sensibles a las perversiones humanas
consagradas como derecho por los propios organismos que Estados Unidos paga
cuando no presiona para marcar rumbos que le hacen “manita de cochi” a la
naturaleza.
Aclaro que son un ferviente defensor de
la diversidad sexual, ya que si no fuera por ella no estaríamos en este mundo.
Somos producto de la diversidad, somos portadores genéticos de la diversidad y
tenemos un fuerte instinto hacia lo diverso. “Mamá” y “Papá” resumen la esencia
y culmen de la diversidad y apuntalan el desarrollo de la personalidad y de la identidad social de cualquier bípedo pensante. Somos plurales porque somos
sociales, y nuestra sociabilidad se basa y fundamenta justamente en el respeto
y reconocimiento a la diferencia, por eso se distingue en la gama de lo humano
lo que nos permite progresar como sociedad y lo que aporta a ello la
individualidad frente a lo que no pasa de ser un acto de egoísmo supremo basado
en valores que no responden a otra cosa que a una subjetividad anclada en el
hedonismo.
Lo que llamamos normalidad engloba estas
premisas de tipo social, conductual, psicológico, ético y teleológico que
compartimos y en los que basamos nuestra coexistencia, y que transmitimos a
nuestros descendientes. Sin embargo, quienes se apartan de esas normas, no
necesariamente deben ser excluidos del conjunto social, que debe basar su
conducta en la tolerancia y el respeto al otro. La violencia hacia el que es
diferente nunca se puede justificar salvo en un régimen de exclusión que por
fortuna no tenemos.
Pero, una cosa es el respeto a la
diferencia y otra su apoyo, financiamiento y promoción como valor reconocido e
imitable por todos, digno de ser presentado como ejemplar y motivo de “orgullo”
para los individuos y las familias. Los gringos medran en la ignorancia, los
complejos y la cursilería de muchos, víctimas pasivas y acomodaticias de lo que
se ha dado en llamar “políticamente correcto”. Le confieso que dicha situación
es una manipulación de la voluntad de muchos en beneficio de pocos; en ese
sentido es una imposición, una visión antidemocrática de las interacciones
sociales que podemos o no compartir habida cuenta que impulsan antivalores. Es
algo así como un imperialismo sexual, donde una parte impone su criterio o
intereses sobre la totalidad social. Aquí, francamente, no puedo estar de
acuerdo porque el problema o condición de unos no puede ni tiene por qué ser la
norma que rija la conducta y los intereses de todos.
En otro género de asuntos, este 10 de
junio se conmemoraron 47 años de la masacre conocida como del Jueves de Corpus,
en la que un grupo paramilitar entrenado por la Dirección Federal de Seguridad (dependiente
de Gobernación) y la CIA, atacaron violentamente a un grupo de estudiantes del
Politécnico Nacional y la UNAM que se manifestaba en la Ciudad de México en
apoyo a los estudiantes universitarios de Nuevo León, bajo la mirada cómplice
de los cuerpos de policía y ejército quienes nunca intervinieron. Los
estudiantes fueron brutalmente atacados aún en los quirófanos del Hospital
Rubén Leñero donde fueron trasladados los heridos, registrándose 120 muertos en
el ataque.
Los aires de la democracia soplan en
México filtrados por los imperativos de Estados Unidos y su diplomacia bajuna
apoyada en el dólar y la fuerza militar, de suerte que las modas, usos y
costumbres termina imponiéndose a su vecino domesticado y dependiente. Es claro
que la nación mexicana ha renunciado a muchas de sus prerrogativas como libre y
soberana, gracias a gobiernos apátridas y traidores como los que padecemos a
partir sobre todo de la década de los 80.
Mientras que algunos se consideran
progresistas por el uso que le dan a sus genitales y zona anal, otros padecen de
una invisibilidad insultante cuando reclaman empleo, salario, educación,
respeto a sus derechos políticos y culturales y acceso a los mínimos de
bienestar. Somos una sociedad que pierde rumbo, que se acomoda a la
transculturalidad sin defender, casi, usos, costumbres, tradiciones y elementos
identitarios. Los gringos se han puesto en plan de establecer nuestras normas y
pasarse por el arco del triunfo nuestros valores y principios. Es claro que la
disfuncionalidad familiar y el desapego a los hijos son conductas que no
necesariamente se identifican con los latinoamericanos pero que, sin embargo,
no son raras entre los anglosajones.
Creo que debemos defender la diversidad,
reconocer que no somos iguales a los gringos, que tenemos valores que
compartimos pero que hay otros que no pueden ni deben ser admitidos por
presiones o conveniencia. Somos una sociedad que necesita un cambio que sea
democrático, incluyente, solidario y justo para todos. Que sea capaz de conciliar
el interés general con el particular, pero privilegiando siempre aquél que
responde a las necesidades y aspiraciones de las mayorías. Aquí, el interés
supremo no debe ser el individual, hedonista, casual, sino el general, esencial
y trascendente para la sociedad que defiende y celebra su identidad histórica,
nacional y cultural.
No cabe duda de la vigencia y
pertinencia de las palabras de Benito Juárez, el 15 de julio de 1857, tras la
derrota de Maximiliano de Habsburgo: “...Mexicanos:
encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los
beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las
leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la
República. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre
los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es
la paz...”
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