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domingo, 11 de marzo de 2018

Bostezos democráticos


“Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse” (Nicolás Maquiavelo).

Las declaraciones de los aspirantes a conservar el poder neoliberal bajo las siglas del PRI y el PAN, más la fauna de acompañamiento que la coyuntura nos presenta uncida a las siglas principales, despierta en el simple ciudadano más motivos para la depresión que la misma situación económica que hace de la pobreza endémica el estado natural de la nación. Esto es claro porque no es lo mismo estar jodido económicamente que anímicamente, aunque una y otra cosa suele estar íntimamente relacionada.

Según se ve, el enemigo a vencer es Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y nadie más. Los dos frentes político-electorales son solamente caras de la misma moneda colonizada y extractivista que bebe en las cloacas de las trasnacionales y los organismos internacionales de control económico y político como el FMI y el Banco Mundial; espantajos políticos que jalan la carreta del prianismo zombi que aún gobierna.

Aunque muchos se han dado cuenta de la inutilidad de conservar en el poder a partidos fanáticamente defensores del mercado y de su enorme carga negativa, no sólo para la paz pública, sino que también para la estabilidad y progreso de las instituciones nacionales y las familias, padecemos de una apatía cívica que nos convierte en víctimas de manipulaciones y engaños que pasan por ciertos porque no hay el ánimo de oponerse de manera expresa y dinámica. Muchos sufren los estragos de una política económica equivocada y nefasta, pero pocos se sienten y declaran estar dispuestos a actuar en defensa de sus intereses.

Padecemos una anemia política que nos permite actuar como si los problemas fueran ajenos, aunque los compartimos todos los días y en todos los ámbitos. Sufrimos de la decepción constante de ser marginados y pertenecer a esa ominosa mayoría que lucha por sobrevivir con sueldos y salarios entre la indigencia y la precariedad, sin embargo, vemos con impaciencia a quienes buscan nuestra solidaridad, apoyo o mínimamente comprensión en sus luchas ciudadanas. Pensamos que estamos mejor así porque ¿para qué arriesgar nuestro futuro en aventuras transformadoras? Somos como esclavos que temen perder las cadenas que los sujetan.

Nuestra esclavitud e invalidez voluntaria genera, tarde o temprano, una sensación de náusea, de asco personal que no se puede disimular con las justificaciones facilonas de ser una ciudadanía disminuida, degradada, atrofiada por el temor a la represión, al entredicho social, al dedo acusador del Estado que quiere cómplices antes que ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos.

La reducción al absurdo de las fuerzas sociales capaces de generar el cambio permite que las demandas progresistas terminen siendo banderas acaparables por personas que se la toman como si fueran propietarios del movimiento y administradores de la protesta, hasta que la fuerza de la negociación con el poder obra el milagro de diluir las diferencias. No hay continuidad ni consistencia, sino mercancías políticas sujetas a las leyes de la oferta y la demanda. La acción social tiene precio y sus actores cotizan en el mercado.

En medio de este paisaje deprimente, en el que el pueblo cada tanto sólo atina a dar bostezos democráticos, hay quienes se resisten a cambiar porque el temor a lo diferente les paraliza. Prefieren seguir comiendo las sobras de la comida de los ricos, y proclaman su suerte de ser cautivos en su civilidad como lo son en su economía: “¿para qué arriesgarse a perder lo que tenemos?” Aquí, la puerta de cambio, de rescate de la república, de recuperar la dignidad y el poder ciudadano suena a provocación del demonio, a blasfemia terrible, a pasaporte directo al infierno. Por eso algunos insisten en llamar peligro a López Obrador.  

AMLO presenta una propuesta que no debe despreciarse: dejar de caminar de rodillas y recuperar la legalidad en un país plagado de corruptelas. Es evidente que lo que propone no es un cambio revolucionario, sino un horizonte reformista con sentido humano. Dado el deterioro de las condiciones económicas, sociales y políticas nacionales, ese tipo de ofrecimiento programático supone un respiro a las fuerzas progresistas, un espacio y un tiempo para restablecer el tejido social y la confianza en las instituciones de la república puestas al servicio de los intereses nacionales. ¿Por qué no intentarlo?

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