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domingo, 11 de junio de 2017

Tropiezo electoral

                                   “Los estados más corruptos son los que más leyes tienen” (Tácito).

Como se sabe, las llamadas “elecciones de Estado” confirman la poca confianza que el gobierno tiene en el buen juicio de los votantes. El ejercicio del poder político y la autoridad administrativa corren peligro fatal al dejar al libre juego de las voluntades ciudadanas asuntos tan delicados y trascendentes como lo son los atinentes a la sucesión gubernamental en el país. ¿Se imagina usted si los habitantes del municipio, el estado o la nación pudieran elegir a sus gobernantes? Seguramente caerían prestigios y fortunas, colapsarían los mercados y la confianza de los inversionistas extranjeros se vería agobiada por la incertidumbre de verse frente a fuerzas capaces de poner a la cabeza de sus prioridades el bien común y la defensa del patrimonio local y nacional. Los riesgos y, es más, los peligros de la libertad electoral tienen como fuente la idea de democracia que el sistema mismo proclama, pero como una manera ilustrativa del estado ideal de la cosa pública. Nada para tomarlo tan a pecho.

Seguramente la sabiduría de los gobernantes (municipales, estatales y nacional) llega a recomendar que debemos distinguir entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace, como el desdoblamiento conceptual-factual necesario y urgente para el sostenimiento de la democracia, las buenas relaciones parasitarias con los gringos y la armonía entre gobierno e inversionistas canadienses, orientales, españoles y alemanes. Nada se logra con oposiciones populistas o de gusto trasnochado; nadie gana con el encumbramiento de ideologías progresistas cuya rigidez no permite la negociación y el acuerdo mutuamente conveniente; todo se puede arruinar cuando el peso de la ideología plasmada en los documentos básicos del partido impide abrazar buenos acuerdos o pactos de sobrevivencia electoral y de cogobiernos posibles o probables.

¿De qué le serviría al país meterse en el corsé de la transparencia y la anticorrupción cuando se construyen imperios y engordan cuentas bancarias y paquetes accionarios con la sana y suculenta costumbre de pactar, tranzar, convenir, acordar y callar? La derrama de inversiones en terrenos, negocios y salvaguardas con diverso grado de opacidad han logrado paz, tranquilidad y prestigio social en muchas familias, que a su vez acuerdan, pactan, tranzan y convienen alianzas comerciales y familiares con otros núcleos de interés, generando blindajes transexenales y barreras sólidas contra la inquisición pública. El sistema se mantiene a flote cuando los involucrados comparten intereses y recursos.

En este venturoso estado de beatífica paz y control de daños, ¿imagina usted que haya algo que ponga en evidencia el juego que se maneja en las profundidades de oficinas y residencias? ¿Qué tan si llega a alcalde, gobernador o presidente otro que no sea del grupo, que no comparta el hambre por las riquezas, las influencias, la tolerancia a las corruptelas y al disfrute de las palmadas amistosas de los gringos y demás depredadores disfrazados de inversionistas y benefactores?

¿Usted cree que el sistema, tan bien aceitado y funcional, va a permitir que algún intruso con ideas progresistas, de un chocante tinte populista, o abanderado de ideas de legalidad, honestidad y justicia, llegue al poder? ¿Será posible que suelten la presa y reconozcan el triunfo electoral logrado por una mayoría de votos de ciudadanos deseosos del cambio, hartos de más de lo mismo, cansados de ser víctimas y destinatarios de cuantos abusos y excesos se produzcan por una mala administración? ¿Piensa que el sistema no hará hasta lo imposible por seguir drenando la sangre de los ciudadanos con la contención salarial, el alza de los precios de bienes y servicios, el saqueo de los recursos públicos, el tráfico de influencias y el entreguismo más pedestre y prostibulario al extranjero?


Pues, en la medida en que la gente común se entere de que el ciudadano tiene el poder de cambiar las cosas y que el voto debe ser efectivo y defendido por las vías legales y de resistencia pacífica masiva, sin límite de tiempo, tendrá la visión de que otro país es posible. El sistema puede intentar convencernos de que la exaltación por el reciente proceso del Estado de México es producto de un simple tropiezo electoral, pero debemos entender que la línea del progreso y la madurez democrática empieza a dibujarse a partir de una sana autocrítica que nos permita llamar las cosas por su nombre: el tropiezo es fraude, la democracia no es cosa de repartir despensas, vales, tarjetas o amenazas, sino el libre y razonado ejercicio de deberes y derechos. El nombre de las cosas y los cargos está ligado al de personas y contextos, empecemos por llamar ratero y tranza al ratero y tranza; corrupto al corrupto y corruptor al que manipula y permite el “tropiezo electoral”, para intentar hacerlo pasar como un problema de percepción que, tras el sereno análisis de los datos, se recordará como anécdota y no como asalto en despoblado. Empecemos…

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