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domingo, 4 de junio de 2017

Trama de complicidades

                        “Si un asno va de viaje no regresará siendo caballo” (Antiguo refrán).

La chocante insistencia de que Sonora y Arizona comparten propósitos y espacio económico suena a una broma estudiantil, o a una borrachera promiscua donde cada cual pretende olvidar quién es y de dónde viene. Tras 1848, nuestra frontera no es lo que era y Sonora quedó reducida a la mitad, en beneficio de los gringos que ahora y siempre quieren servirse de nuestros recursos, considerados estratégicos por todos menos por nosotros. Es claro que los empeños por vender a México al extranjero obedecen a una visión apátrida y pragmática del gobierno federal, servido por gobernadores con mentalidad y moralidad de lombriz de tierra, cuya utilidad es aflojar el terreno para que alguien llegue, siembre con éxito y luego coseche los frutos que la lombriz no fue capaz de producir.

Nuestro problema mayor es que no creemos en la capacidad de los nacionales para hacer posible el crecimiento y el desarrollo económico y social de nuestras comunidades; dependemos de la tranza, de las componendas, moches y complicidades cuyos beneficios siempre tienen dedicatoria privada, sebosamente encubierta en el discurso de las oportunidades, del progreso ligado a la apertura no sólo comercial sino política en términos de la injerencia de los gringos en las decisiones públicas. La mentalidad de los políticos actuales se parece mucho a la de los decimonónicos, que babeaban de la emoción con la apertura a las inversiones extranjeras directas y la explotación de nuestros recursos por parte de empresas que traían su propio personal directivo e, incluso, podían traer sus guardias de seguridad. El país creció económicamente, pero no se desarrolló. Se produjo riqueza, pero no se distribuyó.

Por lo que se ve, los complejos de inferioridad de aquella época, siguen gozando de cabal salud. Porfirio Díaz, indígena oaxaqueño, luchaba contra el color de su piel aplicándose generosas cantidades de talco, mientras sus decisiones estaban oscilando entre el pragmatismo mafioso del empresariado gringo y los pujos culturales y políticos de Francia. Si bien es cierto que la realidad nacional estaba signada por una extensa área rural anclada en usos y costumbres de una economía tradicional en la periferia de grandes explotaciones de origen colonial, la política del gobierno basó su éxito en los factores externos en vez de desarrollar una economía fincada en las potencialidades regionales y locales, capaz de asimilar y aprovechar los avances mundiales sin perder el control nacional de los procesos económicos. Cosa distinta de Japón, que se abrió a la inversión y los avances extranjeros sin perder los objetivos nacionalistas que le han permitido ser una potencia económica, científica y tecnológica. ¿De qué sirve la apertura si no se forman cuadros industriales y de alta tecnología para proyectos nacionales con capital propio dominante? ¿Para qué son las universidades si no se apoya el desarrollo nacional?

Para que la apertura económica sea exitosa debe haber simetría en la capacidad productiva de los participantes, en la producción y aprovechamiento de la ciencia y la tecnología, en los mecanismos de financiamiento de los proyectos. Trágicamente, nuestro país carece de banca propia, a partir de la fiesta de ventas y fusiones bancarias que ahora responden a los imperativos de ganancia de los conglomerados españoles, gringos, asiáticos y demás. Un país sin banca propia está condenado a ser cliente permanente de los agentes financieros internacionales, no será capaz de impulsar proyectos propios que afecten las expectativas de los dueños del dinero, será dependiente en lo económico y sus decisiones políticas deberán estar dentro de los márgenes de control y dominio del extranjero. 

Es obvio que, desde el descubrimiento, conquista y colonización de América, la idea de la globalidad mundial fue adquiriendo sentido económico y político y generando relaciones de interdependencia, sólo que esto no significa forzosamente la necesidad de uncir políticamente a las regiones a la lógica de los polos dominantes de la economía. Una mega-región no se da por decreto, por visitas fotogénicas que dan cuenta de la astucia de unos y de la mansa disposición de otros de ser “parte de”. En realidad, los estados deben rascarse con sus propias uñas ya que los votantes no van a creerse que el empleo y la seguridad pública y social dependen de un gobierno que no es el suyo. Parece ser una falta grave de inteligencia promover la relación económica y extraeconómica de una entidad fronteriza con otra que pertenece a otra soberanía. El sentido común apunta hacia la protección y aprovechamiento social de lo nuestro antes que andar de ofrecidos buscando la tutela del extranjero.   

Aún es tiempo de que el gobierno local se ponga las pilas y promueva realmente el empleo y el ingreso decentes, que contribuirán a enfrentar el desempleo, la violencia, la inseguridad y el sentimiento de abandono y minusvalía que atenaza las conciencias de cada vez más ciudadanos. La delincuencia es una expresión clara de la indefensión de los ciudadanos ante los fenómenos del desempleo y la falta de ingresos. Los llamados “macheteros” son personas excluidas de la educación, la salud y la seguridad social; son los desechos humanos del sistema económico dominante, que excluye y destruye. El imperativo actual es recuperar la confianza ciudadana y reorientar el quehacer económico de la entidad. El gobierno debe afrontar y prevenir la inseguridad de acuerdo al marco normativo vigente, recordando que sin estabilidad laboral y retribución digna no pude haber seguridad pública.


Ya basta de esa obscena trama de complicidades que destruyen nuestro tejido social y permiten la injerencia extranjera en asuntos que deben ser de la competencia exclusiva de los mexicanos. ¿Sonora es un estado libre y soberano? ¿Sonora es respetuosa del estado de derecho? ¿Se va a seguir perdiendo el tiempo con iniciativas absurdas y poses mediáticas, o se actuará en consecuencia? Tiempo de demostrarlo.

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