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domingo, 13 de noviembre de 2016

No hablemos de Trump

                                                       “La autoridad sólo se compara con la virtud” (Claudio).

Pues la ganadora en causas de muerte en México es la diabetes mellitus. En gran medida el éxito se debe atribuir a las grandes empresas trasnacionales refresqueras y a los emporios productores de comida chatarra, la que se come de prisa, empaquetada en plástico o en cartón encerado, de vivos colores y una sensación de estar a la par con EUA y otros centros de consumo de prosapia y glamur primermundista.

Somos un país de parias alimenticios que pateamos con desprecio lo autóctono por ser algo conectado a los usos y costumbres de una cultura mestiza, vergonzante de su identidad, aficionada a la sumisión extranjerizante y al desperdicio de inteligencia y músculo. Es claro que la sustitución de valores entra por los ojos y la boca, penetra en la anatomía y satura las neuronas y las concepciones de lo correcto y defendible en nuestro diario actuar. Comemos y respiramos las miasmas de una transculturación con tufo de intervención política, de suerte que nuestros intereses son una especie de moretón del impacto de los que representan la hegemonía gringa en nuestro suelo.   

Lo anterior explica por qué un grupo de diputados federales mexicanos de los partidos afiliados al “Pacto por México” se exhibieron con camisetas con la propaganda de la fallida candidata presidencial demócrata, en pleno recinto legislativo, sin reparar en el hecho de que formalmente representan los intereses de los electores mexicanos, mientras que aquélla a los del complejo financiero-militar que tiene jodida a la humanidad. Así pues, sudamos calenturas ajenas porque de algunas tenemos que hacerlo, ante la esclerosis de nuestra perspectiva nacionalista y las ganas de ser una colonia de explotación de otra soberanía.

El desprecio y desencanto de lo propio ha sido obra de años de autoflagelación, de lástima de sí mismo, de liquidación del patrimonio nacional y el reversazo impuesto por el neoliberalismo de guarache importado e implementado por el alopécico Salinas, en aras de una modernidad prestada o, más bien, rentada a un alto costo a cargo del erario nacional. ¿Tenemos petróleo?, pues a regresarlo a las trasnacionales; ¿tenemos electricidad?, mejor que lo tengan las empresas extranjeras; ¿tenemos industrias?, en todo caso, instalemos maquiladoras y a las empresas nacionales convirtámoslas en patrimonio del capital extranjero.

¿Gozamos de empleo permanente y seguro? Estorba al desarrollo de la iniciativa de los trabajadores jóvenes. ¿Tenemos seguridad social? Mejor cancelemos ese derecho y convirtámonos en clientes explotables de empresas bancarias trasnacionales. ¿Diseñamos nuestra política económica? Ya basta. Ahora dejemos que otros manejen nuestra economía y finanzas. En México, la reducción de la calidad de vida va de la mano de una recolonización con el beneplácito de organismos como la OCDE, el FMI y el Banco Mundial. Si podemos ser el perro faldero de éstos, ¿por qué sostener una soberanía e independencia que nos quedan grandes?

Quizá por eso vemos como un reproche la independencia y decisiones soberanas de Bolivia, de Venezuela, de Cuba, y de quienes se saben parte de Latinoamérica y rechazan el intervencionismo absurdo de EUA. Quizá por ello nos duele mirar al Sur, pero masticamos el chicle envenenado de un Estado canalla.

Consumimos los productos saturados de sustancias químicas que venden en los supermercados pero pasamos de largo en puestos de los mercados populares; buscamos marcas y dejamos de lado la calidad y el origen de los productos; vacacionamos en Arizona, California, Massachusetts o Nevada, porque suponemos que damos calidad a la vida de la familia, mientras despreciamos los destinos locales, regionales y nacionales; enviamos a los hijos a escuelas extranjeras mientras nos quejamos de la falta de oportunidades, de la calidad de nuestras escuelas, del costo de la educación, de las huelgas, de la inseguridad pública, de la falta de empleo decente, del latrocinio de las Afores, de la privatización de la vida institucional, de las cosas que compramos o adoptamos a costa de ser lo que debemos ser.

Para nosotros, es fácil convertir en leyenda a representantes del crimen organizado y hacer parodias de la defensa de los derechos humanos, así como solapar la impunidad y la leperada de nuestros gobernantes y clase empresarial adicta a los moches y al tráfico de influencias. Así las cosas, no es difícil sentir flojera en participar en acciones contra el abuso y la corrupción, porque tomar la calle y parar escuelas, hacer plantones y levantar pancartas son acciones que se ven mejor a lo lejos, sin fatigas y como tema de cantina o sobremesa.

Si nos importa un rábano el saqueo del erario y el agandalle inmobiliario sexenal, el abuso y la farsa de una legalidad preñada de complicidades y acuerdos, así como el espectáculo deplorable de la simulación gubernamental, ¿qué tanto nos afecta Trump, si el trabajo de “joder a México” lo hemos venido haciendo desde la década de los 80?

Hablando de otros asuntos, es importante para el futuro de los trabajadores sonorenses y sus familias, el análisis, las conclusiones y los compromisos que resultarán del Congreso Estatal Sindical sobre Seguridad Social que organiza el STAUS junto con el STEUS, Telefonistas, SIATCIAD, FASU, SUTUES, CENPRO, CNJP - “Elpidio Domínguez Castro”, entre otras. La cita es el miércoles 16 a partir de las 9 AM, en el auditorio del Sindicato de Telefonistas, sito en Blvd. García Morales y Lázaro Mercado.



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