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martes, 25 de noviembre de 2014

Los cambios de México

Hay razones suficientes como para suponer que México ha cambiado. De una cultura basada en tradiciones regionales y algo de la mitología aportada por nativos y conquistadores, pasamos a otra moderna, tecnológica, basada en efectos especiales y parafernalia cinematográfica y televisiva.

Antes, el político debía conocer las artes de la persuasión oratoria, el manejo sutil de la forma y mantener el equilibrio en la cuerda floja de la legalidad, así como separar lo familiar de lo atinente al desempeño de las funciones oficiales. Ahora las cosas parecen ser diferentes, ya que el ciudadano presidente puede abandonar la solemnidad del cargo para chacotear a cuadro (Fox), lucir crudo y obtuso en actos públicos (Calderón) y exhibir una frívola ignorancia telenovelera (Peña) con cargo a la respetabilidad de la institución presidencial.

Por otra parte, la sensibilidad respecto a temas de interés nacional ha cambiado, ya que el propio gobierno se empeña en diluir el sentimiento patrio de los ciudadanos al evitar que se entone el Himno Nacional en actos públicos debido a que, se dice, incita a la violencia. ¿Qué es eso de defender a la patria de los ataques y acechanzas enemigos? ¿Cómo incitar a los hijos a defender lo nuestro nomás porque “un soldado en cada hijo te dio”?

Al parecer el canto a la patria despierta la desconfianza de los inversionistas y provoca resquemores entre los capitalistas dueños de trasnacionales, ya que existe la sospecha de que alguien puede sentirse inflamado de fervor patrio y tomar literalmente lo dicho en el Himno, con la consecuente defensa de lo que la globalización ha logrado para las empresas que cumplen con su destino manifiesto de saquear a los países periféricos. ¿Imagina usted que los ciudadanos mexicanos se organicen para rescatar lo malbaratado de su patrimonio colectivo? ¿Y si alguien acusa al gobierno de traidor y entreguista y toma medidas al respecto? ¿Qué sentiría si fuésemos acusados de patriotismo por la comunidad internacional? Los horrores de lidiar con un pueblo que cuide sus recursos y exija respeto a su vida interna son indescriptibles ya que la dignidad nacional es peligrosa.

En cambio, la delicada percepción de los ciudadanos bien portados según el modelo neoliberal, debe exhibir una acentuada predilección por la semántica, de suerte que el significado real de los conceptos pueda ser sustituido por otro a tono con la moda terminológica impuesta. Así, el convencionalismo de ocasión se impone al lenguaje común y las palabras reformatean nuestra idea de las cosas. La realidad se convierte en un juego de palabras, mientras que los hechos pierden relevancia.

Mientras que los derechos humanos sufren un retroceso significativo, el lenguaje oficial y oficioso se enriquece con eufemismos, neologismos y otras argucias que nos imponen nuevos significados, de ahí que ahora los usos y costumbres del mundo anglosajón se decreten necesarios para la administración de la justicia mexicana: la exigencia de los juicios orales, así como los vimos en televisión, debe ser instalada en las mentes de los futuros abogados. Estados Unidos apoya, impulsa y patrocina las reformas y vigila y asesora a la periferia. El “nuevo esquema de justicia” es asunto de convenios internacionales y no producto de la evolución jurídica de los pueblos.

Ya no basta que el repugnante delito de matar a un ser humano sea llamado como lo que es, ahora hay que ponerle apellido y particularizarlo sexualmente, debido a que, se dice, existen elementos que revelan su comisión por razones ligadas a esta característica. Al parecer la figura de homicidio no es suficiente y hay que definir con detalle la naturaleza de la víctima: ¿Hombre, mujer, homosexual…? Con este criterio pronto tendremos nuevas exigencias de ser incluyentes, considerando si el afectado es zurdo, bizco, moreno, entre otras características, y habrá además de feminicidio, masculinicidio, zurdicidio, y así.

Hoy se puede hablar de “crímenes de odio” echando mano a las puntualizaciones arriba señaladas, aunque, si bien es cierto que son importantes las motivaciones del criminal, hay que considerar que cualquier agresión, leve o grave, no supone un acto de amor, y las especificaciones semánticas no pueden sustituir ni evadir la sustancia del tema: quien mata a un ser humano es un homicida y en consecuencia, el crimen es homicidio. La ley debe aplicarse y castigar sin distingos de sexo, edad, ideología o condición social, pues de otra forma sería discriminante.

En otros asuntos, cada vez resulta más asombrosa la capacidad de manipulación de que son víctimas los televidentes, ya que así nos enteramos de que viajar es satisfactorio, regalar también, pero lo máximo es donar. Asimismo, los niños deben saber que el ahorro es bueno y, cuando llenen la alcancía, deben decirles a sus padres que los lleven al banco para depositar su dinero en la cuenta del Teletón. ¡Así, todos ganan!

Si México es el país de las amenazas presidenciales, también lo es el de las aclaraciones farandúlicas sobre el origen de riquezas inmobiliarias. De repente, nos vemos en medio de detenciones arbitrarias, por el simple hecho de tomar en serio los deberes y obligaciones cívicos y protestar por los crímenes recientes y pasados, y se sufren despliegues policíacos, no en contra de los criminales, sino de ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos, mientras que la prensa internacional señala al país como uno sin legalidad ni gobierno.

El sistema político y el régimen no pasan de ser ridículas manifestaciones de entreguismo, incompetencia y fatuidad, donde menudean los llamados a “cerrar filas” en vez del extrañamiento y la condena. En los partidos políticos se confunde la complicidad con la militancia y la frivolidad farandulera navega con viento en popa, en tanto que el pueblo lucha en las calles y las plazas por respeto a los derechos fundamentales y justicia para todos.

En Sonora el gobierno ha decretado el fin de la emergencia ambiental en medio de la desconfianza y las protestas de los habitantes de las áreas afectadas, como de los lamentos de las familias que, pese a los anuncios oficiales, siguen padeciendo la falta de agua, las enfermedades de la piel y la presencia de metales pesados en su sangre.

La “remediación” de los ríos envenenados corre a cargo del mismo grupo empresarial minero que ocasionó el desastre, con lo que se tiene al mismísimo asesino a cargo de la autopsia de su víctima. Cosas de un país patas arriba.

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