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martes, 9 de abril de 2013

De la huelga y otros desaires

Una ojeada por la prensa local nos persuade de su esencia pueblerina, preñada de lugares comunes, y quejosa de aquello que no entiende. Desde luego que uno de los temas de moda es el referido al emplazamiento a huelga de la Universidad de Sonora.

No hay duda de que las condiciones son adversas debido, entre otras cosas, a la falta de claridad en el manejo de los recursos por parte del gobierno del Estado, declarado deudor por incumplimiento de obligaciones elementales entre poderes y hacia los particulares que son proveedores de bienes y servicios. Digo esto porque el apoyo que eventualmente pudiera solicitarse al señor gobernador Padrés pudiera tener el mismo efecto que asomarse a un recipiente de basura en busca del billete de lotería premiado. Sé que el ejemplo es exagerado, pero fue incontenible la tentación de subrayar lo crítico de la situación y lo alarmante del incumplimiento padresista en asuntos de entregar recursos a quien corresponde.

De seguro que los sindicatos universitarios tienen una idea clara de cómo están las cosas, pero tienen la obligación de seguir el curso legal de la defensa de sus derechos aunque su contraparte no sirva ni para tibiar agua. Lo triste del caso es que las autoridades universitarias se han contentado con ponerse al lado de las correspondientes al gobierno local y federal y simplemente han reproducido la cadena de “no” que acostumbran los gobiernos neoliberales de los últimos 30 años, afectos a los recortes de personal, contención salarial y encarecimiento de vida.

Las demandas de mejoramiento de las condiciones salariales y contractuales enarboladas por los sindicatos, actúan como ajo y luz solar en las vampíricas pupilas y epidermis de los administradores, sean empresariales o académicos y, en este caso, el rector actúa como patronzuelo de una institución que debiera ser apoyada no sólo de palabra sino también de obra, tanto por el gobierno federal como por el estatal. Paradójicamente, los presupuestos universitarios han retrocedido ante los embates de la inflación, la demanda estudiantil y los compromisos acumulados, con la consiguiente disminución de su capacidad de satisfacer las necesidades formativas de un número cada vez mayor de jóvenes aspirantes.

Sonora es un estado que deja de lado en la escala de sus prioridades la educación, muy a pesar de las planas de periódico que se pagan para decir lo contrario, con lo que caemos en el profundo bache de la demagogia a cargo del erario mientras que la realidad educativa se vuelve cada vez menos favorable para el progreso del estado y el país. La gran bronca es que la posición oficial se inclina hacia el modelo de educación privada al renunciar a obligaciones y dejar en manos de los negocios educativos el destino de la formación de los futuros y los recientes ciudadanos, con lo que se acelera el proceso de “changarrificación” y el impuso a los esquemas de atención al “cliente”, abandonando la tradicional atención responsable y cercana al estudiante, con esto convertido en número de expediente que hay que administrar.

A pesar de la evidente falta de recursos para educación superior, en Sonora se escatiman esfuerzos por apoyarla, se rehúye la responsabilidad legal del gobierno de proveer lo necesario para la buena marcha de las instituciones, lo cual se agrava si lo ponemos en perspectiva: el gobierno neoliberal de Peña Nieto acaba de dar al traste con la educación pública al, prácticamente, eliminar la obligatoriedad del texto constitucional y dar manga ancha al capital privado en ese rubro altamente sensible para nuestro futuro.

La posible huelga universitaria a los ojos del periodismo de gacetilla, se convierte en un acto no sólo condenable sino siniestro por el ejemplo que ofrece a los sectores sociales poco dispuestos a permitir atropellos y abusos por parte del gobierno en turno. Por eso se presentan las noticias universitarias chambonamente editadas en favor de las autoridades y en contra, siempre, de los trabajadores, con el infaltable lloriqueo que alude a estudiantes perjudicados y el retraso posible de sus trayectorias académicas, sin tomar en cuenta de que los jóvenes son cada vez más conscientes de que las luchas que ahora ven serán las suyas dentro de muy poco tiempo.

El petate del muerto en forma de suspensión de actividades no llega a asustar a los estudiantes porque éstos saben que nadie ha perdido años o semestres en ninguna huelga universitaria, ya que el calendario se ajusta para garantizar el cumplimiento de los programas. Tampoco es cierto que el prestigio de la institución sufra por paros o huelgas, ya que depende de lo que claramente dice el lema universitario: “El saber de mis hijos hará mi grandeza”, lo cual nada tiene que ver con caprichos o berrinches burocráticos ni trapacerías demagógicas de autoridades poco responsables, o maniobras terroristas de un periodismo cada vez menos confiable.

La huelga universitaria, de estallar, sería un eslabón más en la cadena de movimientos laborales y sociales que se escenifican en la cada vez más árida superficie de Sonora; una gota más que se suma al caudal de inconformidades que arrastra el gobierno de Padrés en su cauce hacia lo incierto. Queda a los ciudadanos ver, analizar y decidir su participación en defensa de nuestro patrimonio familiar y social, y marchar codo con codo con los trabajadores sindicalizados, en busca de mejores condiciones para el trabajo académico que son, sin duda, en beneficio de los estudiantes.

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