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sábado, 3 de noviembre de 2012

Los nuevos arreglos

Fue horrible. Las imágenes pasan de la infamia a la enervante sensación de que apenas estamos en el principio de una pesadilla laboral de proporciones inéditas. Usted lo vio: el supervisor coreano de la maquiladora se abalanzó contra el empleado mexicano y le propinó una patada, para insistir luego en el ataque, que no fue respondido. La prudencia nacional contrasta fuertemente con la prepotente agresividad extranjera.


Se siente el corazón estrujado ante la vileza del coreano, que hace gala del desprecio que la mayoría de los extranjeros sienten por la fuerza de trabajo mexicana, que hace posible que sus empresas funcionen a bajo costo y con alta eficiencia. Somos un país condenado a la explotación foránea de los recursos naturales, de la fuerza de trabajo, de las ventajas de exportación, de los aranceles bajos, de las extensiones de impuestos y del olvido gubernamental a la hora de cobrar impuestos, los que se pueden devolver por aquello de premiar al causante cumplido.

Nos complacemos en obsequiar nuestra energía laboral al extranjero, por querer llamar a la inversión y generar empleo; sin embargo, la sobreexplotación de la fuerza de trabajo en condiciones porfirianas de trabajo semi-forzado, la baratura de los salarios y la ausencia de garantías laborales son, a juicio del gobierno, las mejores cartas a jugar para fortalecer la economía e impulsar el libre comercio.

Las reformas que exigen los organismos financieros internacionales y el ominoso Consenso de Washington, permiten regresar el reloj de la historia laboral mexicana al siglo XIX, donde tener trabajo era cosa de someterse al despotismo y la explotación de los patrones, con al aval del gobierno que privilegiaba los intereses extranjeros en vez de los propios. Tal situación fue lo que encendió la mecha de la huelga de Cananea y una de las páginas más luminosas de la lucha por los derechos de los trabajadores y de la Revolución. Pero nosotros, los mexicanos del siglo XXI, parecemos empeñados en regresar a los tiempos de la dependencia exagerada del capital extranjero para mover la economía y generar empleo. En estas condiciones, el ingreso deberá ser por fuerza precario, sujeto a eventualidades, sin derechos adquiridos y sin cobertura social para el trabajador y sus dependientes.

Los políticos neoliberales están empeñados en convencernos de que son “las reformas que el país necesita” en su marco laboral, por aquello de la “competitividad”. Lamentablemente, este concepto se traduce en una precarización del empleo, la ausencia de garantías para el trabajador y de obligaciones para el patrón. Una nueva esclavitud l servicio de un sistema económico que ya ha demostrado de manera suficiente el fracaso de sus supuestos básicos, la descarnada explotación laboral que requiere para funcionar, la obscena acumulación desigual sectorial del ingreso que conlleva y la deshumanizada hipocresía que impone a sus defensores.

Tanto el PRI como el PAN son reos del delito de complicidad con el sistema económico mundial en su etapa depredadora más salvaje. En ese carácter, hace el trabajo sucio al imperialismo gringo a través de su poder de decisión en el Poder Legislativo nacional, ahora al servicio de los intereses de las trasnacionales, ya sin competencia real en el empresariado mexicano sumido en una incompetencia asombrosa, con vocación adquirida de simples gerentes de maquiladora, de gatilleros camerales de las trasnacionales.

Al empresariado venal e incompetente, se le añade un gobierno apátrida y anodino que funciona por inercia, sin empuje nacionalista, sin compromiso patriótico, en aras de quedar bien con “los inversionistas que generan empleo”, aunque a costa de la economía y la seguridad nacional. La dupla perversa que rige la economía nacional a nombre del extranjero desde luego que trata de legalizar la explotación laboral, de ahí la urgencia, el trato preferente, a una iniciativa que huele a traición al pueblo de México: la reforma laboral calderonista, ahora adoptada por Peña Nieto, el futuro protagonista del segundo espuriato nacional.

En estas condiciones, debe haber un nuevo arreglo entre los trabajadores, entre las fuerzas sociales que aun aspiran a un México libre y próspero, incluyente y con justicia para todos. Un arreglo que tienda a rescatar lo esencial de las luchas del pueblo mexicano a lo largo de su historia, que se oponga a cualquier forma de explotación, de indignidad en el trato a los trabajadores, que diluya las diferencias y que resalte las afinidades de las diversas facciones y que logre unificar a todos en un solo gran movimiento nacional por el rescate de la República y contra la injerencia imperialista en nuestros asuntos.

Los nuevos arreglos entre las fuerzas sociales y políticas deben ser enfocados al bien nacional, no individual o de grupo; deben ser generosos y absolutamente entregados a la tarea de reconstrucción nacional, sin egoísmos ni sectarismos. Deben abandonar los protagonismos individualistas y convertirse en engranajes de la gran maquinaria política y social nacional que trabaja para el futuro transformando el presente. La unión de las fuerzas es, hoy, un acto de legítima defensa.

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