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viernes, 14 de septiembre de 2012

Las fiestas patrias del 2012

Las llamadas fiestas patrias llaman a la puerta con insistencia publicitaria, con la necedad insidiosa de un cobrador telefónico, con el empeño intrusivo de un fanático religioso a domicilio, con la inercia de los festejos que sirven para hacer pasarela a los personajes de la política y al pueblo que requiere de la escenografía oficial para sentirse parte de algo. La proximidad de las fechas sugiere este comentario.


Somos un pueblo que tiende a la autoflagelación y al estoicismo cómplice, ya que podremos protestar y hacer añicos con la lengua a nuestros opresores, lanzar encendidos alegatos bajo el ala protectora del alcoholismo socialmente aceptado de la cantina o el patio casero, en medio de amigos y parientes, de compañeros de trabajo, estudio o vagancia cuya función es la de ser auditorio complaciente y acrítico de nuestros desahogos. El hado chacotero que a todos acompaña se encarga de los efectos coreográficos de una disidencia de fin de semana, de pasillo, de cafetería, de las variadas formas en que la impotencia se puede reflejar sin dar aviso a la autoridad competente.

El ciudadano oprimido y el burócrata explotado sacian sus sueños libertarios en aquellos campos en los que no se pone en riesgo su adhesión a la institucionalidad: “¿qué pasaría si López Obrador llegara a la presidencia?” “Ya me veo con un gobierno parecido al de Venezuela”. El miedo al futuro y la inconformidad por el presente son dos variables donde la primera termina poniéndose en la mesa de las votaciones como la segura ganadora. “Primero está la estabilidad”.

Pero, situándonos en el presente, podemos observar que esa “institucionalidad” ha avanzado a pasos agigantados hacia otra categoría, la de ser cómplice de fraude. De ahí la compra de votos mediante tarjetas y otras menudencias como despensas y regalos varios, típicos de las campañas publicitarias que regalan chatarra y compran espacios publicitarios en los medios electrónicos y los tradicionales de comunicación. La Operación Jorge (ver Proceso No. 1871, del 9 de septiembre de 2012), da cuenta de lo segundo mientras que de lo primero se tienen múltiples constancias, testimonios y elementos probatorios toda vez que es verdad evidente.

En medio de esa enorme masa poblacional corruptible, se encuentra la parte activa de la ciudadanía que se distingue del resto por el simple hecho de que no se dejó engañar, que no dejó que alguien la convirtiera en prostituta electoral y voto según su conciencia. Los votos a favor del Movimiento Progresista entran en esta categoría. Esta porción poblacional no es pequeña. Ha crecido a lo largo de los años y llegado a constituir una poderosa fuerza de cambio que se manifiesta libremente y que rompe con la inercia del ciudadano timorato que se pliega a los imperativos del poder. Ahora tenemos una oposición ciudadana que veló sus armas por primera vez en 2006 y que ahora sabe que las puede usar de manera contundente. Esos son los que toman las calles, los que se expresan y organizan por los diferentes medios que nos ofrece la tecnología, los que dijeron “¡ya basta!” y se sostiene a pesar de las críticas e insultos de los que siguen defendiendo al opresor, de esos pequeños masoquistas que no pueden vivir sin su dosis de corrupción real o virtual. El año 2012 es el de la liberación de las conciencias y el inicio de la transformación nacional desde su base fundamental: el pueblo organizado en torno a la figura y propuesta de López Obrador.

Si el objetivo fundamental es la transformación del país, entonces, ¿quién no podría estar de acuerdo en cambiar el estado de cosas que nos mantiene al margen de una vida laboral y personal decente? ¿Quién se opondría válidamente a la construcción de una sociedad libre e incluyente, en la que el empleo de calidad y el ingreso digno fueran las notas características? ¿Quién se opondría a que los conceptos “democracia” y “justicia social” ahora vacíos de contenido recuperaran su sentido original? ¿Quién no quisiera que su patria fuera “ordenada y generosa” para sus ciudadanos y no sólo para los extranjeros que depredan nuestros recursos y toman por asalto las instituciones nacionales? ¿Quién no estaría de acuerdo en que México recuperara la imagen internacional que alguna vez tuvo, sobre todo entre nuestros hermanos de Latinoamérica?

Debemos entender que el país se encamina hacia una nueva recolonización por parte del capital extranjero y que la pérdida de soberanía ha sido la tónica de los últimos gobiernos neoliberales. La actual lucha no es sólo por la democracia electoral sino por la defensa de la patria. En estas condiciones, ¿qué mensaje pueden ofrecer los gobernantes a un pueblo ofendido, burlado y empobrecido? ¿Qué sentido tienen las loas a los héroes que nos dieron patria y libertad si ambas nos son regateadas por los extranjeros a ciencia, paciencia y colaboracionismo de los gobiernos neoliberales y apátridas que padecemos? El festejar algo perdido o en vías de perderse sería un acto de patética alienación, fingir que aquí no está pasando nada, que tenemos derecho al festejo por ser algo vivo, actuante, lleno de contenido heroico que nos enorgullece e identifica sería un acto de extrema incongruencia. La muerte de la República no se celebra.

Más apropiado sería una ceremonia luctuosa por lo que hemos perdido, y el compromiso irrenunciable de recuperarlo. En este sentido, la propuesta sería la de realizar una ceremonia de desagravio a nuestros héroes por haber perdido lo que nos otorgaron, y hacer el firme compromiso de luchar, según su ejemplo, por la independencia y libertades a que tenemos derecho histórico. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo.

Así las cosas, estos días de fiestas patrias deja solos a los traidores que ocupan el gobierno y celebra con el pueblo libre el compromiso de ser mexicano.

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