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viernes, 20 de enero de 2012

Hablando de acarreos y cacareos

La nota periodística despertaba cierta angustia, una oscura premonición atenazaba el cogote y resecaba la boca. Que Cordero, el del salario fabuloso de los 6 mil pesos que quita los males del mundo subalimentado de las familias mexicanas, visitaría la ciudad capital de Sonora. Desde luego que la nota daba las señas del acontecimiento: el estadio de los Naranjeros de Hermosillo, el Héctor Espino.


Al día siguiente la prensa reportó las vicisitudes del acarreo pitufo, en el que una buena parte de los circunstantes no sabían ni el qué ni el para qué de la convocatoria nopalera en tiempos de inopia cívica. La chaviza rozando la minoría de edad menudeó como lo hacen las parvadas de hijines de papi que ponen la nota chusca en los avatares de la participación inducida en política, así como los ciudadanos que están ahí, sin deberla ni temerla, en espera del pase de lista y el saludo obligado al jefecillo inmediato de esa dependencia gubernamental en donde cobra venturosamente cada quince días.

Los acompañantes del prócer de los 6 mil pesos (y de la confusa sabiduría literaria que pone en el mismo plato a Maquiavelo y Saint-Exupéry en la autoría de obras no necesariamente leídas y comprendidas, pero al alcance de labios candidateables al micrófono presidencial), se instalan en el entusiasmo prefabricado que sus pastores tuvieron a bien proporcionarles, en las manifestaciones de júbilo aprendidas del reciente video y la idea de triunfo que viene enlatada junto con las promesas propias del caso: conservar el empleo, ganar apoyos para mini-micro-changarros, lograr una beca… El caso es que la franquicia llamada democracia requiere de alguien que la administre y obtenga utilidades.

El aburrimiento programado rindió sus frutos y el panismo sonorense hizo gala de prodigalidad encomiástica, de dispendio verbal, de imaginación en pleno furor que lo mismo cura verrugas que deshace entuertos. La república bananera de México revive y se estremece al son que tocan en Los Pinos, en una cacofonía digna de ser ignorada y en un discurso plano, redundante, absolutamente prescindible, pero dicho y actuado como si la democracia dependiera de esto. En el pequeño mundo de la derecha de guarache, la forma es norma y el fondo a la derecha.

Es justo reconocer que tanto el errático Cordero como el zangolotino candidato al senado, Francisco Búrquez, nos han regalado ubérrimas muestras de humor involuntario aunque, francamente, no persuaden a nadie de emitir el eventual voto favorable (hay quiénes aún conservan intactas sus facultades mentales, su sentido cívico y las responsabilidades propias de la democracia). Quizá las espantosas muestras de estulticia electorera que se han perpetrado en Sonora tengan la utilidad de disuadir a los entusiastas del morbo político y se inclinen por quién sí tenga alguna propuesta distinta a las típicas del neoliberalismo de guarache, que sugiera la voluntad del cambio verdadero, que apunte hacia la construcción de un país incluyente y justo.

El acarreo pitufo y la parafernalia electorera serán recordados como muestras de descarrilamiento mental en la carretera de las frustraciones nacionales, como una nube tóxica que pasó haciendo daño y logró que algunos se reconfortaran en el olvido de los daños ocasionados por la muerte del sentido común, fulminado por las armas de diversión masiva del foxismo y apuraran el trago amargo de la anencefalia presidencial (¡por segunda vez consecutiva!) que confunde cooperación internacional con servidumbre en el calderonato.

La gira política de exhibición del personaje aspirante a candidato que cobró fama por suponer que las familias mexicanas sólo necesitan de aire y entusiasmo para vivir, fue, por decir lo menos, el motor de arranque del acarreo por la famélica provincia mexicana que reprodujo con distintos colores pero con afán populachero las tan criticadas jornadas el priismo del siglo pasado, como si la crítica al adversario político pudiera justificar el hecho de hacer lo mismo, pero más ridículo.

Las sonrisas de oreja a oreja y el parloteo chabacano que maquilla al silencio profanado, no logran disimular la grave transgresión a las leyes de la lógica: la multitud acarreada por más que vista de blanco, sigue siendo acarreada. El sapo no necesariamente se transformará en príncipe, por más que el besuqueo insista en dotarlo de identidad prestada, de cualidades cuya desproporción lo hace aparentar suficiencia, en una especie de tragicomedia que sitúa la degradación del sujeto en la política de alcantarilla que fluye de Los Pinos.

Los sapos económicos y las princesas azules desentonan al cantar las buenas nuevas de una república sin cabeza, como si el tono presidencial no se les diera, como si el oído acostumbrado al autoengaño resintiera el bramido de la indignación que, aun sin darle crédito, condicionara los escenarios, el guión y la parafernalia de la farsa sexenal en los tiempos del cólera neoliberal, reduciendo al absurdo tanto la economía como la política, la función pública y la privada, la idea de futuro y las expectativas de millones de víctimas precariamente asalariadas o desempleadas.

Ante la imposibilidad de sonreír, se gesticula, y la mueca amarga de la indefensión económica de los más, acicatea la carrera desbocada de los menos hacia el resumidero de la historia. El 2012 es el año de las grandes definiciones nacionales, del parto de los montes o del surgimiento de una nación que se sienta parte de la América Latina, que pueda hablar con clara decisión a los organismos financieros internacionales y plantar cara a un sistema perverso y putrefacto. La moneda nacional está en el aire…

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