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martes, 17 de diciembre de 2019

Una nueva minería


Una nueva minería
José Darío Arredondo López

«El mundo es un lugar peligroso, no a causa de los que hacen el mal sino por aquellos que no hacen nada para evitarlo» (Albert Einstein).

Como se sabe, la minería ha sido una de las actividades tradicionales de México. Desde los tiempos de la Colonia ha sido la palanca de impulso de la exploración, conquista y colonización de nuevas tierras. La minería hizo posible los fenómenos de poblamiento de territorios que de otra manera no hubieran merecido la atención o la codicia de los conquistadores de ayer y de hoy.

El oro y la plata fueron un gancho poderoso que ancló la civilización occidental en tierras que, como la nuestra, fueron objeto del interés europeo. En torno a las explotaciones mineras surgieron pueblos y ciudades, riquezas extraordinarias y nuevos desarrollos comerciales e industriales. A los metales preciosos siguieron otros demandados por la naciente industria y, así, la modernidad tecnológica puso en primerísimo plano al cobre.

El mundo se plegó a los imperativos de la industria eléctrica y la tecnología dio nuevas alternativas a una sociedad seducida por lo nuevo: de la electricidad y el conocimiento de la propiedades de nuevos metales surgió la electrónica abriendo nuevos horizontes para la ciencia y la tecnología en los más diversos rumbos del conocimiento humano.

Desde luego que los procesos productivos cambiaron merced al avance de la técnica y la tecnología que tanto facilita la vida en las ciudades y en el campo como incide en nuestra forma de entender el mundo y las relaciones con la naturaleza.

Pero… si los recursos naturales son vistos como una bendición que se recibe sin condiciones ni responsabilidades, tarde o temprano surge un problema de carácter ambiental y humano.

Para aclarar un poco el punto anterior cito el caso de la minería mexicana (que funciona por las mismas motivaciones y tiene las mismas consecuencias que en el resto de Latinoamérica) donde un ejemplo importante es Grupo México (GM): Actúa sin ninguna responsabilidad por los costos ambientales que producen sus operaciones y se guía por una visión pragmática donde el objetivo principal es la obtención de ganancias.

Se puede decir que GM ejemplifica al empresariado agresivo, influyente y sin escrúpulos que caracterizó el despegue del capitalismo extractivista a escala global que heredó los impulsos mercantiles de los tiempos de la época colonial: México fue una colonia de explotación del Imperio Español donde el afán de obtener riquezas sin compensación alguna para el ambiente y los seres humanos fue la regla. La etapa histórica de la conquista y la colonización dan cuenta de ello y hoy, a quinientos años de la dominación europea, se escribe la historia de manera bastante parecida.

Si bien es cierto que el mundo cambió y que en el discurso de la modernidad se incorporan otros elementos significativos como son la innovación, el emprendimiento, los derechos humanos, el estado de derecho y determinados valores éticos y morales, también lo es que el sistema capitalista conserva sus elementos esenciales de maximización de la ganancia y reducción de costos: se debe producir al menor costo y en el menor tiempo posible, lo cual supone la adecuación del marco jurídico de las sociedades y nuevos mecanismos de control del territorio, la opinión pública y la posible acción adversa del gobierno en turno.

Dicho en otras palabras, la empresa (ahora de magnitud transnacional) debe librar batallas donde la corrupción es un aliado poderoso para hacer prevalecer el interés privado sobre el público y, desde luego, el social. Y GM sigue siendo el mejor ejemplo en el nivel nacional como el local. ¿Le suenan de algo Pasta de Conchos y Buenavista del Cobre?

 En Sonora se tienen muestras claras de lo que significa la depredación del territorio y el ambiente, bajo el pretexto de “generar empleos” y propiciar el crecimiento económico de la región, poniendo en alto a nuestra entidad en el ranking de la explotación minera; pero a cambio de la afectación de la economía y la salud de los pobladores de siete municipios.

A pesar de las evidencias, el peor desastre ambiental sufrido en nuestra historia es referido por las autoridades estales, la propia empresa y los infaltables académicos alcahuetes, como una situación superada: nos dicen que el agua no está contaminada y las actividades se han normalizado gracias a los beneficios de la “zona económica especial” creada para dicho fin. Desapareció el fideicomiso creado por GM porque el problema dejó de ser problema.

Sin embargo, en la reciente visita de funcionarios federales enviados por el presidente de la república para atender lo del Río Sonora, se encuentra que no hubo un solo derrame sino un segundo del que nadie dijo nada; ahora se revela la existencia de muchos casos no reportados de enfermos a consecuencia de la contaminación por metales pesados. Todo indica que alguien trató de echar por debajo de la alfombra la suciedad de los derrames y la complicidad de las autoridades.

Como anécdota, nos comentan que las instalaciones de salud que había permanecido prácticamente abandonadas de repente se vieron poblada de médicos y enfermeras, gracias a la visita de los funcionarios federales. No hay duda que en el gobierno local la magia se realiza cuando hay que dar la apariencia de que se cumple con las responsabilidades por las que el pueblo paga.

Tras la visita federal ninguna autoridad estatal podrá negar que el daño ambiental fue y es terrible y hasta la fecha impune. Lo que sigue es que se haga justicia, y se emprendan acciones legales que, entre otras cosas, reformen la Ley Minera vigente y hagan posible el establecimiento de una nueva minería, con responsabilidad y con sentido humano, al servicio de la sociedad presente y futura.


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