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domingo, 16 de junio de 2019

El vecino incómodo.


"No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a EE.UU." (Donald Trump, 6/03/2015, Twitter).


Ya ve usted cómo son las cosas. Nos unen siglos de vecindad geográfica y una saludable desconfianza fundada en experiencias que pasan de traumáticas a reglas de comportamiento que se observan cada vez que hay oportunidad y en las más diversas formas y presentaciones, para que no se diga que hay monotonía en el trato. Somos países donde uno creció a expensas del otro en actos de agandalle donde también intervino la suerte y la pusilanimidad del otro ante la agresiva expectativa expansionista que dominaba y domina la mentalidad anglosajona.

México perdió una buena parte de su territorio que ahora es destino turístico y de trabajo para muchos latinoamericanos, siendo una república territorialmente residual aún bajo los designios del que se expande a costa de los otros pero que es celoso en conservar intacto su espacio, libre de población expulsada de sus respectivas naciones gracias a la ola dominante del capitalismo salvaje que defiende y promueve el propio Tío Sam.

Estamos ante la curiosa situación de flujos migratorios que van del sur al norte, siguiendo el polo de atracción del dólar y el paraíso de libertades que aparece en la imaginación de las víctimas de la propaganda ligada a la promoción de un modelo de relaciones que, en los hechos, es la causa de la expulsión de comunidades enteras de sus tierras originales. Al destruir la masa de relaciones tradicionales del sur, las comunidades adoptan un patrón de consumo y, en general, de relaciones sociales que lejos de resolver problemas subsistenciales los agrava y profundiza. La modernidad al estilo anglosajón rompe tradiciones, patrones productivos, de intercambio, sociales, culturales y, de repente, la palabra democracia y mercado lucen sinónimos de difícil digestión mental y social.

Las comunidades no se reconstruyen ni reconfiguran merced a su propio impulso sino al de agentes externos que suplen los valores tradicionales por otros de una uniformidad empobrecedora y enajenante. La transculturización presenta serias contradicciones que terminan siendo destructivas: por un lado, tenemos la necesidad de empleos que sean remuneradores y, por otro, un esquema de privatización no sólo de los recursos productivos sino de las fuentes de empleo ligadas a factores estratégicos para el dominio y la soberanía de la nación. Estando así las cosas, al cambio en las condiciones del aparato productivo trae consigo los correspondientes al trabajo, el ingreso y la seguridad social, cada vez más en favor de la volatilidad del empleo y los avatares del mercado de factores productivos en el nivel internacional. La salud al igual que los factores que hacen posible la vida se mercantilizan, pasando de derecho humano y social a opción ligada a la capacidad adquisitiva de los sujetos.

Si el aparato productivo y el empleo se reconfigura en los términos del modelo económico dominante con su carga de exclusión y “daños colaterales”, tanto en la paz como en la guerra, también lo hace la idea de solidaridad y de justicia social. Ahora tenemos que el trabajador no es portador de derechos sino de oportunidades u opciones laborales que dependen de la oferta de empleos, considerando que el empleo no necesariamente trae consigo el derecho a la seguridad social sino a ciertas opciones accesibles en el mercado. Así tenemos la privatización de las pensiones y jubilaciones por la vía de pasar del sistema de reparto al de cuentas individuales de retiro.

El problema se revela y estalla cuando las corrientes económicas y sociales en contradicción chocan en un espacio y tiempo determinado: huelgas generales de jubilados, de médicos y enfermeras, de operarios del transporte, de productores rurales, de obreros, entre otros, por razones de montos pensionarios, precios, oportunidades de empleo, acceso a la salud, subsidios, entre muchos motivos de insatisfacción y de pérdida o reducción de derechos frente a medidas restrictivas por parte de la autoridad correspondiente. Asimismo, inseguridad que se profundiza en el campo y las ciudades, por motivos del incremento de la criminalidad, la falta de oportunidades, pobreza extrema y la desesperación creciente que hace de la región una zona de expulsión poblacional sin más salida que la migración. Así pues, tenemos una realidad que se resiste a ser modificada solamente por el discurso y las buenas intenciones de progreso, la cual termina desgastando la credibilidad de las instituciones que ceden ante el peso de una modernidad fallida. Sucede que los modelos prestados o impuestos carecen de carta de naturalización o ciudadanía.

México, al igual que el resto de Latinoamérica, lucha por recuperar su espacio e identidad; pero las inercias son muy fuertes y el polo dominante de la sociedad genera corrientes que apuntan hacia el norte. Los trabajadores y sus familias no se pueden quedar en sus lugares de origen porque las condiciones de violencia y exclusión generadas por el propio modelo económico los expulsan. No se generan condiciones para el crecimiento y el desarrollo económico y los mecanismos posibles de distribución y redistribución del ingreso, con equidad y justicia, o no existen del todo o están en vías de privatización si acaso no se han privatizado ya. El sistema impulsado por el norte anglosajón no genera las condiciones para que el bienestar se asiente sobre las bases de la democracia y el mercado como sinónimos. La exclusión y la marginación son características consustanciales del sistema.

En este contexto, la vecindad sea por proximidad geográfica o por afinidad ideológica genera zonas de expulsión y procesos de disolución social que inhiben y retrasan el desarrollo de las regiones. El norte es el espejismo que todos los expulsados persiguen, como si acercarse a la fuente de sus males fuera la solución y el logro posible. Aquí la desesperación hace que las víctimas crean que el origen del problema se convierte en solución y objetivo a alcanzar, generando, a su vez, nuevos problemas, como el que tiene actualmente México.

Nuestro país está resintiendo muchas décadas de depredación, de manipulación y violencia planeada para hacer prosperar un modelo social y económico basado en la exclusión del otro y en favor del norte anglosajón: “América para los americanos”. Sus frutos históricamente reconocidos han sido la violencia criminal, la sujeción ideológica y política, la ausencia real de democracia, la subversión de los valores y la identidad nacional y la servidumbre a las expectativas expansionistas de los gringos, particularmente en lo económico y lo que han dado en interpretar como de “seguridad nacional”. El desastre humanitario generado está pasando sus facturas y la puerta de entrada es México. Su vecindad lo hace a la vez víctima y cómplice involuntario del despótico y antidemocrático norte. Es nuestro vecino incómodo. Razón de más para impulsar y proteger nuestra producción nacional y fortalecer el mercado interno.



  

      

      

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