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domingo, 10 de marzo de 2019

Entre abucheos te veas


“El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres” (Platón).

En esta primera visita presidencial de AMLO se han agitado las aguas de la corrección política porque se oyeron abucheos ante la presencia o mención del gobernador en turno. Desde luego, surgió la hipótesis de que habían sido orquestados, programados y hasta exigidos por aviesas manos políticas de intolerancia a la ahora oposición, es decir, a los políticos del régimen que fue vencido en las elecciones federales próximo-pasadas. Algunos, como nuestra Claudia, al parecer fueron rodeados de una especie de blindaje, al apresurarse los priistas a colmar espacios y posicionarse con gargantas afinadas y matracas dispuestas a contrarrestar las posibles muestras de repudio y así sofocar la indignación popular. El que grita más fuerte gana el concurso del día consistente en maquillar el registro del sonido en las grabaciones.

Como ha trascendido, algunos gobernadores han dicho que no estarán presentes durante el acto público de la visita presidencial por aquello de evitar que se desaten los gritos y la iracundia popular, porque una mala gestión y su cauda de abusos debe ser del consumo exclusivo de las víctimas que deben conformarse con rumiar su malestar en privado o en círculos alejados de los medios de información, porque las protestas afean el glamur del evento y arruinan la imagen del gobernante local. ¿Cómo recibir en vivo y a todo color el rechazo del pueblo cuando la costumbre es el aplauso, las porras y la calidez domesticada de la masa agradecida por la torta y el refresco de ocasión? ¿Acaso no se han inaugurado tramos de calle o repartido espejitos y cuentas de colores entre los pobladores más necesitados de salir en la tele o en los boletines de prensa? ¿Puede, ante la maravilla de tener una gobernadora, tener algún peso negativo el haber modificado a modo la Constitución local para restar poder al Congreso del Estado?

Al parecer es más importante conservar en el aire la figura holográfica antes que permitir la materialización de los defectos, torceduras y perversiones del personaje real ante los ojos de quienes deben ver solamente el traje del emperador, esa envoltura que da el poder, capaz de convertir sapos en príncipes y desnudos patéticos en ricas vestiduras.

El temor a la crítica sin bozal y la afanosa indisposición del gobernante a recibir la condena popular frente a la prensa que escapa de las manipulaciones y trapacerías locales genera reacciones cursimente defensivas, pero que de ninguna manera son capaces de persuadir a nadie de que las cosas van bien y de que la crítica es infundada y facciosa, a pesar de que el propio presidente ha tratado de hacer el quite a los gobernadores señalados por quienes se sienten agraviados.

Se entiende el discurso de la “reconciliación” pero ¿acaso no es un logro colectivo materializado el pasado 1 de julio que el ciudadano ejerza libremente su voluntad política? ¿Acaso la expresión de la inconformidad no se tradujo en victoria? Nadie, ni siquiera el presidente, puede sofocar o condicionar el derecho ganado por el pueblo de señalar y condenar los errores, omisiones, abusos y desviaciones de quienes han ejercido el poder mediante la corrupción y la represión. Para dar vuelta a la hoja deben saldarse las cuentas, porque no puede haber reconciliación sin justicia.

Es claro que un buen gobierno debe partir de una base social sólidamente constituida por ciudadanos conscientes de la necesidad de equilibrios, de contrapesos políticos tanto como de la honestidad y transparencia en el manejo de los recursos públicos. Una ciudadanía responsable y activa es garantía de una buena conducción de la cosa pública, porque es capaz de señalar problemas y proponer soluciones. El gobierno debe ser producto de esta ciudadanía consciente, por lo que el pueblo no puede ser apéndice del poder.

La llamada Cuarta Transformación debe caminar por el camino trazado por el pueblo y ser expresión de su voluntad en la ruta por recuperar la soberanía y el dominio de la nación sobre su patrimonio y destino. Si esto es así, no se puede pedir ni siquiera suponer un gobierno que promueva la pasividad o el conformismo ciudadano, y la obediencia a la forma negando su contenido. Recordemos: sólo el pueblo puede salvar al pueblo.


      
         

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